Capítulo 26: Dani y Bianca

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Dylan acató mi indicación y me dejó solo

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Dylan acató mi indicación y me dejó solo. Tomé una larga bocanada de aire e importándome poco el hecho de que me encontrara en casa ajena, me senté en el suelo, tras esto, saqué mi teléfono y le marqué a Marco.

—¿Pasa algo?, ¿por qué me llamas? —preguntó mi hermano al otro lado.

—Necesito tu ayuda para una cosa muy pendeja que me pidió alguien especial —respondí con ansiedad, a pesar de que era genuina, la exageré un poco.

Odiaba ser vulnerable, pero era lo que me quedaba si quería tener éxito.

—¿Sales con una chica complicada que te pide que hagas cosas imposibles?

—Algo así, es una linda persona y me encanta, pero no sé si pueda seguirle el ritmo. —Por primera vez admitía eso, ni siquiera en mis pensamientos lo había hecho.

—¿Vale la pena?, o sea, ¿es guapa? —preguntó entre risas.

—¡Marco!

—¿Rubia o morena?, ¿ojos marrones o de color?

—¡Basta! —exclamé, al borde de la crisis de vergüenza—. Solo te diré que tiene un bonito cabello rubio oscuro, ojos grises severos que, aunque parezcan vacíos y apenas te miren, expresan muchísimo.

Me pregunté si lograría saber mi secreto a través de esa descripción tan especifica de Dylan. Era un riesgo, pero las mentiras más convincentes siempre tienen algo de verdad.

—Pregunto por qué te conozco y sé que no nos la vas a presentar —replicó con fastidio—. En fin, ¿qué locura te pidió que hicieras?, ¿puedo ayudarte?

Mostrarme débil sirvió para alegar a su compasión, ahora solo me quedaba pedirle el gran favor. No podía soltárselo sin mencionar mi vida amorosa, lo conocía, me mandaría directo a la verga.

—Nos escapamos a casa de su abuela, estamos en uno de esos pueblos que unen el estado de Connecticut con la zona montañosa de Nueva York. —Empecé a relatar—. Volveremos en la noche, no pasa nada. Es solo que descubrimos que su abuela podría conocer al viejo y ahora esta persona tuvo la loca idea de traerlo acá para comprobarlo, pues cree que podría hacerlo muy feliz. Es una pendejada, por eso te dije que no podía seguirle el ritmo.

—¡Vaya mujer! —expresó—. Tengo curiosidad por conocerla, a ver si ayudándote te dignas a presentarla. Nada más necesito más información para convencer al viejo de acompañarme.

Celebré en mis adentros, aunque la victoria no era mía todavía.

—Solo dile que conocimos a alguien que quizá sepa dónde se encuentra Ana Valenzuela, no le menciones nada de la persona que me gusta, me va a joder con eso. —Apreté los párpados, esa parte de la mentira era la más compleja.

—Espera, ¿es la misma Ana de la que el viejo se enamoró como un loco en su juventud?

—Sí —susurré.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora