—Llévate a tu amigo fuera que no se aguanta —me dice un camarero.
Quiero hacerle caso, pero David se resiste a marcharse.
—Estoy bien —dice—; déjame.
Después de insistir y empujarlo un poco, consigo llevarlo fuera. Va haciendo eses de un lado a otro de la calle. Lo sigo de cerca para que no se estampe contra nada.
—¿Dónde vas? —le pregunto.
—¿Eh?
No se entera. La plaza de los borrachos se encuentra a la vuelta de la esquina, por lo que decido llevarlo allí para sentarnos en un banco. Antes de llegar, David se detiene y se apoya en una pared. Unos pocos pasos más y se vuelve a parar. De repente, vomita a un palmo de mis pies. Me aparto y espero a que lo saque todo antes de guiarlo hasta la plaza. Nos acercamos a una fuente.
—¿Quieres beber? —le pregunto.
—No, más alcohol no.
—Agua digo; de la fuente.
No bebe, pero se refresca la cara. Nos sentamos en el banco más cercano. David se queda con la cabeza gacha, inmóvil.
—¿Isaac? —pregunta—, ¿dónde está Isaac?
—Se ha quedado dentro. Ya nos llamará cuando nos eche de menos.
O no. Pasan los minutos e Isaac no dice nada.
—Venga —le digo a David—, vamos a tu casa.
—Espera.
—¿A qué?
—Espera un poco.
—¿Pero a qué?, si ya no te aguantas.
—Sí.
—¿Sí qué? —Me empiezo a desesperar.
—Me aguanto.
—Tío, al paso que andas, vamos a tardar una hora en llegar a tu casa.
—No quiero ir a casa todavía.
—¿Y qué quieres hacer? Si no puedes beber ni una gota más.
—Vamos al Long.
—No te van a dejar entrar así.
—Sí que me van a dejar.
La desesperación va en aumento.
—Tío, el camarero me ha dicho que te saque.
—Pero ya estoy bien.
—De puta madre.
—Vamos al Long.
Ha llegado a ese nivel de borrachera en que el diálogo es del todo inútil. Pese a ello, intento persuadirlo con un nuevo argumento.
—Van a cerrar en veinte minutos.
—Da igual.
No sé por qué me esfuerzo.
—Vamos —insiste.
—Ahora vamos.
Me rindo y le sigo el rollo, pero sin levantar el culo del banco.
—Pues venga —me dice.
—Espera un momento —le respondo.
—¿A qué?
—Un momento solo.
Repetimos estas frases en un bucle que se prolonga hasta que cierran el Long y parte de la clientela empieza a desfilar por la calle.
—Vamos —repite David por enésima vez.
—Ya han cerrado tío. ¿No ves esa gente? Sale de allí.
—Me cago en la puta —se lamenta—. Eso me pasa por esperarte.
—Lo siento —me disculpo con una sonrisa.
—¿Dónde está Isaac?
—Habrá pirado.
Confío en que, si pierde la esperanza de ver a su nuevo amigo, aceptará volver a casa. Sin embargo, cuando parece que empieza a valorar la opción de retirarse, aparece Isaac acompañado de los primos.
—¿Dónde estabais? —nos saluda.
—Aquí —le respondo.
Entre la gente que pasa al lado de la plaza, veo a Ainhoa. Voy hacia ella. La intercepto y se detiene. Sus amigos siguen andando.
—Hola —la saludo.
—¿Dónde vas?
—A ningún sitio. Estoy aquí con David, que está hecho polvo.
Mira hacia el banco.
—No me has buscado —me dice.
—Estoy aquí.
Con su mirada deja claro que no le debo tomar el pelo.
—Estaba con mis colegas.
Mi segunda respuesta tampoco la satisface.
—Bueno —se despide—, voy tirando que estos cabrones no me esperan.
—Venga.
Esta vez no me muestra su sonrisa. Se va detrás de sus amigos. Vuelvo a la plaza. Me han quitado el sitio. Isaac y Moussa ocupan el banco junto a David. Ibra está de pie, al lado. Voy a sentarme en otro banco. Me mantengo al margen de las risas de los chicos. Al cabo de un rato, los primos se van. La plaza está vacía. Isaac y David mantienen una conversación de besugos. Mi amigo se ha olvidado de mi existencia. No es una forma de hablar. Está tan borracho que se ha olvidado de que estoy aquí, en otro banco.
—Isaac.
—¿Qué?
—Yo quería entrar a buscarte, pero Hugo no me ha dejado.
Isaac me mira y sonríe.
—Isaac —repite David.
—Me vas a gastar el nombre.
David levanta la cabeza y le mira. No dice nada. De repente, con un gesto súbito pero torpe, acerca su boca a la de Isaac, quien se aparta a tiempo.
—¡¿Qué coño haces?! —le grita Isaac mientras se levanta.
David se queda petrificado. ¿He visto lo que creo que he visto?
—¡Tú! —Isaac se dirige a mí—. ¡Este va muy borracho!
Dicho esto, se larga.
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El secreto de sus latidos
Teen FictionHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...