Capítulo 30

16 8 1
                                    


Es viernes y todavía no he recibido ninguna respuesta por parte de Ainhoa. Espero que no se asustase cuando le confesé que me gustaba. En el insti tampoco me presta atención.

El miércoles, Isaac nos dijo que su hermano había hablado con el vecino loco y que ya estaba todo solucionado. Pasó por alto los detalles de dicha conversación, pero se mostró seguro. Por mi parte, dudo que esto haya terminado, sobre todo si estos hermanos se parecen en algo. A los hechos me remito; la tendencia de Isaac es la de complicarlo todo. David sigue yendo con él. Al menos no ha ido a su casa. Supongo que le da miedo. Si es así, lo entiendo perfectamente.

Con el paso de los días, parece que Lydia está más animada. Ayer vino a entrenar otra vez conmigo y Jin. También se apuntó Marie. Como os podréis imaginar, se pasó toda la tarde hablando de la vida de uno y otro.

Este fin de semana son las fiestas de San Lorenzo. Al igual que los años anteriores, han montado una carpa enorme en la playa. Desde hoy, habrá conciertos y DJ durante tres noches seguidas. El lunes es festivo aquí, por lo que podré salir cada día. Va a ser un fin de semana diferente.

Por la tarde, Ainhoa me manda un whats en el que ignora mi mensaje del martes y me pregunta si iré a la carpa esta noche. Le digo que sí y le pregunto si nos veremos allí. Su respuesta es: «No lo sé». Quien la entienda que la compre. Intento que su comportamiento impredecible no me afecte, pero es difícil. Necesito hablar de esto con alguien, y si puede ser una chica, mejor. Quizás un punto de vista femenino me ayude a entender un poco a Ainhoa. Mi única opción es Lydia. La llamo para explicarle la situación.

—¿Puedes hablar? —le pregunto.

—Sí.

—Necesito que me digas tu opinión sobre una cosa.

—¿Qué cosa?

—Es sobre Ainhoa.

—Creo que ya sabes lo que opino de ella. —Se pone seria.

—Sí, lo sé. Lo que te quería contar es que a veces es muy distante. Me deja de hablar sin motivo.

—Porque solo te quiere para lo que te quiere.

—No sé.

Ya que he llamado a mi amiga para hablar del tema, estaría bien que le explicara un detalle crucial, pero me da vergüenza. Sin embargo, hago acopio de valor y lo suelto.

—Es que... el lunes le dije que me gustaba y no me ha vuelto a dirigir la palabra hasta hoy. —Cojo aire—. ¿Eso es normal?

Se hace el silencio.

—¿Le dijiste que te gustaba?

La voz de Lydia suena apagada.

—Sí —respondo con timidez.

—¿De verdad te gusta?

—Un poco —miento.

—Pues sí después de eso te ha dejado de hablar, será porque no le gustas.

Las palabras de mi amiga me golpean con dureza. Me quedo mudo. Al instante, Lydia se da cuenta de lo que ha dicho y suaviza su discurso.

—No lo sé Hugo. A lo mejor es otra cosa. Hay personas que se rayan cuando les dices que te gustan.

—¿A ti te ha pasado?

—No, pero a Marie le pasó con un chaval.

—Ya.

Podría ser eso. Quizás no le gusto tanto a Ainhoa como ella a mí. Sin embargo, cuando estamos en su habitación, siento algo... Soy gilipollas. Una chica me hace caso y pienso que me convierto en alguien especial a sus ojos. Despierta Hugo. Bienvenido al mundo real, ese que no tiene nada que ver con la fantasía que te habías montado.

Voy camino del Rincón del Frankfurt para cenar. He quedado allí con David, pero también estará Isaac. Qué raro. Tendré que acostumbrarme a su compañía.

Durante la cena, Isaac me pregunta si Lydia saldrá hoy.

—No lo sé —respondo.

Claro que lo sé. Lydia saldrá. Si Isaac quiere saberlo, que se lo pregunte a ella.

Antes de irnos del Rincón, David pone unas monedas a la tragaperras. No gana ni un euro. Después juega Isaac. Igual. Vamos hacia la playa. Hacemos una parada para comprar alcohol y refrescos. Hoy no habrá cubalitros, por lo que será necesario optimizar cada céntimo con tal de emborracharse el máximo posible. El botellón es la opción ideal.

Cuando estamos cerca de la carpa, nos sumergimos en una marea de gente. Vemos muchas caras desconocidas. Es lo bueno de las fiestas de los pueblos: atraen a los vecinos de las localidades de alrededor. Tienen una fuerza de atracción mayor que las discotecas de San Lorenzo.

Nos sentamos en la arena, cerca de la carpa. Ya suena la música. Estamos rodeados de grupos de gente con los que conformamos un macrobotellón. Preparamos los cubatas y hacemos una ronda de chupitos para inaugurar las fiestas del pueblo a nuestra manera.

En un momento dado, David se aleja para ir a mear. Durante su ausencia, Isaac aprovecha para hablarme de los problemas de las últimas semanas.

—Tío, siento lo que pasó con David. Sé que te cabreaste conmigo. —Su mirada clavada en la arena—. Lo siento de verdad. La cagué.

Es lo último que me esperaba de este chaval. Lo mejor es que suena sincero. Ya sé que eso no significa nada.

—Sí, me cabreé —le digo—, pero ya está. Gracias por hablar del tema. Para mí es importante. David es mi mejor amigo.

—Lo sé. Y Lydia también.

—Sí.

—¿Te ha contado algo? —me pregunta—. ¿Te ha dicho lo que hablamos?

Me vuelvo a poner en guardia. Ahora pienso que ha sacado el tema de David para generar un momento de complicidad y así poder averiguar algo de Lydia.

—¿Por qué estáis tan serios? —pregunta David a nuestras espaldas.

Vuelve a ocupar su sitio.

—No me ha dicho nada —le respondo a Isaac.

Por la cara que pone, deduzco que no me cree. Chico, ya cometí el error de confiar en ti una vez, y si vuelvo a hacerlo, no será culpa tuya, sino mía.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora