Capítulo 32

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La mayor parte del grupo con el que está Sara va a nuestro instituto, pero se trata de gente con la que no tenemos relación. Sin embargo, Isaac charla con ellos como si se conocieran de toda la vida. David y yo nos quedamos al lado. A pesar de la atracción que Sara ejerce sobre mi persona, no me atrevo a acercarme más a ella. Ni siquiera el alcohol que corre por mis venas me sirve ante su poder.

—¿No fue a vosotros que os vino a buscar un tío con muy mala pinta a la puerta del insti? —pregunta un chaval.

—Sí —responde Isaac con su pose de chulo.

—Alguien que lo oyó me dijo que estaba cabreado.

—Nada —dice Isaac—. Fue un malentendido.

Hago ver que presto atención a la charla, pero en realidad las palabras me llegan como música de fondo. Estoy a un par de metros de Sara. No puedo pensar en nada más.

Isaac le pasa el porro a un chico y le dice que lo rule entre los demás. Cuando le llega el turno a Sara, dice:

—No me gustan los porros. Ya lo sabéis.

—Pues pásalo —le dice el chaval que está a su lado.

—Qué vago eres —le responde—. Todo por no dar un paso.

Sara coge el porro y mira al frente. Allí estoy yo. Alarga el brazo y me clava sus ojos claros. Me quedo congelado por un segundo antes de dar un paso. Al pasarme el porro, nuestros dedos se rozan. Puede parecer una tontería, pero para mí no lo es. Me siento la persona más afortunada del mundo. Su tacto es divino.

Le paso el porro a David.

—¿Tú tampoco fumas? —me pregunta una amiga de Sara.

Niego con la cabeza.

—No lo digas así —le dice Sara a su amiga—. A ver si los raros seremos los que no fumamos porros.

—Aquí sí —interviene Isaac—, porque hemos fumado todos menos vosotros dos.

Vosotros dos. Sentirme incluido en algo con ella hace volar mi fantasía.

—Somos gente sana —responde mi amor platónico—. Lo que debería ser.

—¿Sana? —pregunta la amiga con ironía—. ¿Acaso no fumas tabaco?

—No es lo mismo —se defiende Sara.

—Yo no fumo tabaco —digo.

Sara me mira. Los pocos gestos que me ha dirigido hasta el momento han desatado un vendaval en mi interior.

—La hierba es mejor que el tabaco —suelta Isaac.

En ese instante, se origina el típico debate en el que unos defienden el uso terapéutico de la marihuana y los otros responden que te puede dejar tonto. Entre comentario y comentario, me fijo en que Isaac le hace varias bromas a Sara, a quien parecen agradarle. Espero que ella no sea el motivo por el que ha decidido entablar conversación con este grupo. De repente, me imagino la posibilidad de que se líen. No. Aparta ese pensamiento de tu cabeza. Antes de ver eso, me hago el harakiri. Isaac, por una vez que considero que has hecho una buena acción, no me hagas cambiar de opinión.

—Oye —dice uno del grupo—, ¿ese no es el loco que os vino a buscar?

Nos giramos hacia donde mira el chaval. Efectivamente, es el vecino de Isaac. Va acompañado de un par de tíos que parecen recién salidos de la cárcel. Nos volvemos a girar para darle la espalda. David e Isaac tienen las mismas ganas que yo de que nos vea.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora