Me abalanzo sobre David y lo estrujo entre mis brazos.
—¡¿Qué haces aquí?! —le grito.
—¿No querías que viniera?
Me separo de él para que pueda respirar.
—Claro —le respondo—, pero me has dicho que te quedabas en casa.
—Al final he cambiado de opinión. No te he dicho nada porque sabía que estarías aquí.
Lo vuelvo a abrazar. Qué alegría me ha dado este capullo al verlo.
—¡Muchas felicidades! ¡Cabrón!
—Gracias, gracias.
—Tío, tienes que ver esto —le digo.
A continuación, señalo a Jin, que sigue bailando con la chica. David alucina igual que todos. Aunque estoy borracho, mantengo las facultades necesarias para ver que mi amigo también ha bebido un poco. Se le nota en la cara.
—¿Vas taja? —le pregunto.
—Un poco.
—¿Pero no vienes de casa?
—Sí —responde—. Tenía un poco de ron que sobró de una fiesta.
—Un poco...
Se ríe.
—Un poco bastante —confiesa.
Mejor. Ha llegado con los deberes hechos. Si estuviera sereno, tendría que darse prisa para alcanzar nuestro nivel de borrachera. Excepto Moussa e Ibra, que no beben, todos vamos finos. A medida que avanza la noche, la habilidad de Jin para el baile disminuye. En un par de ocasiones en las que intenta una de sus virguerías, cae al suelo. Afortunadamente, no se hace daño, por lo que nos podemos reír a gusto.
David sigue con las gafas de sol puestas y, cualquiera que lo haya visto en el insti, sabe el motivo. Desde que le partieron la cara, es la primera vez que lo veo contento. Le invito a una ronda de chupitos para brindar por su cumpleaños. Espero que podamos celebrar este día cada año de nuestras putas vidas.
Antes de que abandonemos la barra, Moussa pasa por detrás nuestro y nos dice que va a fumar. David se une a él.
—Salgo con vosotros —digo.
Al cruzar la puerta, el portero nos mira a Moussa y a mí.
—¿Ahora sois amigos? —pregunta—. La madre que os parió. —Menea la cabeza—. Quien os entienda, que os compre.
—Mejor así, ¿no? —digo.
—A mí me la pela —responde el portero.
A este tío le deben prohibir ser simpático, porque es la única forma de explicar su actitud. De hecho, la mayoría de los porteros actúan igual. ¿Os acordáis del segurata de la carpa? Sí, exacto, ese al que David llamó hijo de puta. Ese día estábamos predestinados a terminar mal. Nos salvamos de que el portero nos diera una hostia, pero luego nos llevamos una paliza.
Nos apartamos un poco de la puerta del Long porque David quiere fumar un porro.
—¿Eso te lo hicieron en la carpa? —le pregunta Moussa a mi colega, en referencia a las marcas que le cubren el rostro.
—No, al lado.
David le explica por encima lo que ocurrió. Entre él y Moussa se fuman el porro y volvemos al Long. Antes de reunirnos con el resto, David se detiene en la barra y me sujeta del brazo para que no me escape. Otra ronda de chupitos, esta vez a cuenta suya. Está serio. No le ha sentado bien que Moussa le preguntase por lo del finde pasado.
Tras los chupitos, pedimos unos cubatas y cruzamos el local hasta llegar a Lydia y los demás. Ibra está pegado a Marie y Marie pasa de Ibra. Es una situación graciosa. Jin sigue con aquella chica. Creo que no es consciente de que ella quiere algo más que bailar. Bebemos y hacemos el gilipollas. Nos lo pasamos de puta madre. De repente, tiene lugar un suceso extraordinario en mis narices: David se lanza a Eva y le come la boca. Se morrean ante la mirada atónita del resto del grupo, incluido el que os lo cuenta. En este lugar pasan cosas inauditas. Es curioso que dos personas que se conocen desde hace años y que jamás han mostrado interés la una por la otra, se devoren con ese afán. Este es el poder de la noche y, sobre todo, del alcohol. Me acerco a Lydia y digo:
—Se ve que no es gay.
Lydia se ha quedado muda ante el espectáculo que ofrecen mi amigo y su amiga. Alguien me toca la espalda. Me doy la vuelta y veo la sonrisa de Sara.
—¿Me acompañas a fumar? —me pregunta.
Menuda noche de sorpresas. Entre el plantón de David, la aparición inesperada de David, el beso de David a Eva y... ahora esto.
—Claro —le respondo a Sara.
Aviso a Lydia de que salgo un momento y, cuando ve a Sara a mi lado, su expresión de desconcierto se acentúa.
Mientras sigo a Sara hasta el exterior, me siento como si me desplazara por un sueño. Pese a que, en estos últimos días, mi interés en ella ha decrecido un poco, todavía me deshago ante su presencia. Una vez fuera, se enciende un cigarro. Las amigas de Ainhoa también han salido a fumar.
—¿Vamos un poco para allá? —me dice Sara—. Aquí hay mucha gente. Con este ruido no se puede hablar.
—Vamos.
Soy incapaz de negarme a cualquier cosa que me pida.
—Lo que tiene David en la cara —dice—, ¿se lo hicieron el domingo?
—Sí —respondo—, cuando volvíamos a casa.
—¿Fueron los mismos tíos con los que os peleasteis en la carpa?
—Sí.
Si me quisiera hacer confesar un crimen que no he cometido, podría hacerlo en un segundo.
—Veo que es cierto eso de que eres difícil de tocar. Tienes la cara intacta.
—La cara sí, pero el cuerpo no.
—¿También te pegaron?
Asiento con la cabeza.
—¿Y te dejaron marcas como a David?
—Unas pocas.
—¿Las puedo ver? —pregunta—. Si no te importa.
Me parece un poco surrealista que me pida esto cuando hemos intercambiado cuatro palabras en nuestra vida. Sin embargo, me detengo en mitad de la calle y me levanto la camiseta. Observa las huellas de los golpes que surcan mi torso.
—¿Te duelen?
—Solo si me toco.
Mi respuesta, susceptible de ser malinterpretada, le dibuja una sonrisa. Repasa cada señal con sus ojos claros, esas dos estrellas caídas del cielo.
—Bájate la camiseta —dice—, que vas a coger frío.
—Me lo has pedido tú.
—Perdona; tenía curiosidad.
—No pasa nada.
Nos alejamos en la dirección opuesta a la plaza de los borrachos y nos sentamos en una esquina solitaria. El rubio de su pelo da brillo a la noche.
—El otro día —digo—, quisimos volver a entrar en la carpa, pero el segurata no nos dejó.
—Si os hubieran dejado entrar, ¿habríais venido a verme?
Suerte que estoy borracho, porque, de lo contrario, la vergüenza me impediría contestar.
—Creo que sí.
—¿Crees?
Me mira a la espera de una respuesta segura. En el silencio que une nuestros ojos, entiendo que esa respuesta no se puede dar con palabras. Su rostro está tan cerca. ¿Por qué, de repente, mi vida va tan rápido? Un deseo imposible se encuentra al alcance de mis dedos, de mis labios. Ella lo quiere y yo lo quiero. Lo puedo ver en su expresión entregada. Lo puedo sentir en mis latidos. Solo tengo que acercarme un poco más, pero, en lugar de eso, bajo la mirada. El recuerdo de Ainhoa cae como un relámpago entre nosotros; el recuerdo de nuestra primera vez, del fuego, del amor.
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El secreto de sus latidos
Novela JuvenilHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...