Mientras Isaac habla con Moussa, el primo de este, Ibra, se dirige hacia nosotros. Parece que viene en son de paz.
—No sé qué rollo tienes con esa tía —me dice de buenas a primeras—, pero ni si te ocurra tocar a mi primo.
La rabia contenida me impide abrir la boca.
—¿Me has entendido? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Suerte que no le has dado —sigue Ibra—, porque, en ese caso, no estaríamos hablando.
A pesar del tono amenazador, se expresa con serenidad. Da media vuelta y vuelve con su primo. En ese momento, veo que David está fuera, observando desde la distancia. Nuestras miradas se cruzan por un instante antes de que mi (ex) mejor amigo vuelva dentro.
—Bueno —le dice Eva a Lydia—, te esperamos dentro.
—Vale; ahora vengo.
Eva y Marie se van y nos dejan a solas.
—¿Qué quieres hacer? —me pregunta Lydia.
—Nada.
—¿Te vas?
—Sí.
—¿Te acompaño?
—No, gracias. Quédate y pásatelo bien, que ya te he amargado suficiente la noche.
—Tú nunca me amargas.
Miro a Lydia a los ojos y sonríe.
—Hoy un poco sí —le respondo.
—Te digo que no. Créeme.
Se muestra segura de lo que dice.
—Gracias. —Es todo lo que puedo decir.
Nos abrazamos y pongo rumbo a casa. A los pocos metros, me giro para ver si alguien me sigue. No me extrañaría. Moussa quería matarme. Después de intentar pegarle un puñetazo, no puedo culparle. ¿Cómo se me ha ido la cabeza de esta manera? Es la primera vez que me ocurre algo así. No lo entiendo. No lo entiendo o no lo quiero entender. Siento vergüenza solo de pensarlo. ¿Estoy celoso?, ¿por culpa de Ainhoa? No, no y no. Por mi culpa. Sigo sin entender nada. ¿Qué me pasa?
¡Despierta! Ainhoa es la persona con la que te has dado tu primer beso. De hecho, no te has besado con nadie más. Quizás para ti es algo especial, pero está claro que para ella no. Pero ¿de dónde ha salido este sentimiento? Hasta ahora había estado oculto o no me había dado cuenta de que rondaba por mi interior. Ha sido al verla con otro chico, besándose. Soy gilipollas. ¿Acaso no lo sabía? ¿Me acabo de enterar que solo he sido uno más? No. ¿Entonces? Lo bueno es que, hasta ahora, no me había importado ser otro en la lista. Ni siquiera había pensado en ello. Tenía ganas de sentirla cerca y punto.
No me entiendo. Lo mejor que puedo hacer es meterme en la cama y esconderme del mundo un buen rato. Antes de tumbarme, paro el móvil.
Al despertar no me siento mejor, sino al contrario, porque la resaca se suma a la rayada de anoche. Enciendo el teléfono y me llevo una sorpresa. Ainhoa me llamó. Supongo que quería decirme de todo menos cosas bonitas. Pese a mi sospecha, le mando un whats para preguntarle el motivo de su llamada. Doy por sentado que, si me responde, lo hará en unas cuantas horas. Dudo que se levante pronto un domingo.
Jin me escribe para preguntarme si quiero ir a entrenar. Estoy destruido. Lo último que me hace falta es colgarme de una barra. Además, el cuerpo me pide que me quede en la cama todo el día, lamentándome de mi vida. Pese a todo, le digo a Jin que lo acompañaré. Me ira bien distraerme, y si mi quedo tirado en mi habitación lo único que conseguiré es hundirme más en el pozo. No merece la pena que me raye por Ainhoa cuando la que me gusta es Sara.
Es importante hacer hincapié en la respuesta que le he dado a Jin. Lo voy a acompañar; nada de entrenar. Eso sería demasiado. Me limitaré a ser un mero observador.
Por la tarde, paso por el bazar para recoger a Jin. Su hermana viene con nosotros al parque. Cuando llegamos, voy directo a un banco y Yun se sienta a mi lado.
—Sentado no vas a entrenar mucho —me dice Jin desde las barras.
—He venido a animarte —le respondo—. Tengo resaca.
Yun se ríe.
—Si te encontrarás como yo, no te reirías —le digo en broma.
—Yo no bebo —contesta.
—Mejor. Sigue el ejemplo de tu hermano. Míralo; está fuerte el cabrón.
—Tampoco hago deporte. No me gusta.
—Ni a mí. —Me río—. A ninguno de los dos nos gusta hacer deporte, pero hemos venido a ver cómo entrena tu hermano.
Se suma a mi risa.
—Era para hacer algo —dice—. En casa me aburro.
Otra cosa que tenemos en común. Creo que nunca la había escuchado hablar tanto.
Mi móvil suena y cuando lo cojo veo que Ainhoa me ha escrito. Me pregunta si estoy haciendo algo. ¿Quiere verme? Para averiguarlo, le respondo que estoy libre y, efectivamente, me propone que nos veamos. Si le hubiera dicho que estoy ocupado, ella habría cortado la conversación y yo me hubiera quedado con las ganas de saber que quería. Empiezo a conocerla.
—Bueno —le digo a Yun—, me tengo que ir.
—Vale; adiós. —Acompaña sus palabras con un gesto de la mano.
Voy a las barras y me despido de Jin.
—¿Ya te vas?, pero si acabamos de llegar.
—Sí. Es que tenía que hacer una cosa y no me acordaba.
Tras soltar la mentira, me voy. Ainhoa me manda la ubicación del bloque en el que vive. Cuando la aviso de que he llegado, me dice que suba a su casa. ¿Cómo? Qué vergüenza. Cuando salgo del ascensor, encuentro la puerta de su piso abierta.
—¿Hola? —saludo desde la entrada.
Una voz me llega desde el interior de la vivienda.
—¡Pasa! ¡No hay nadie!
Cierro la puerta, cruzo el comedor y llego a un pasillo con tres puertas; una a cada lado y otra al fondo.
—¡¿Dónde estás?!
—¡Aquí!
La voz me conduce al fondo del pasillo. Desconozco que va a ocurrir cuando cruce esa puerta, pero, viniendo de Ainhoa, me puedo esperar cualquier cosa.
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El secreto de sus latidos
Roman pour AdolescentsHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...