Capítulo 31

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Cuando entramos en la carpa, el alcohol hierve en nuestras venas. Estamos animados. El recinto se va llenando de gente que se apelotona frente al escenario, el cual está ocupado por una banda que toca temas populares de los últimos treinta años. Suena de todo, desde las canciones que bailaban mis padres en la discoteca hasta los éxitos del último verano.

Supongo que Lydia estará por aquí. Es raro que no me haya dicho nada. Me lo paso bien con mis compañeros de fiesta. Lo que os diré ahora os sorprenderá: Isaac es un tío majo en el trato personal. Si no fuera por lo follonero que es, me caería bien. El personal de seguridad les llama la atención a él y a David un par de veces por fumar dentro de la carpa.

—A la próxima os echo y no volvéis a entrar —les amenaza el segurata.

Isaac nos presenta a su hermano, Ismael, que anda por allí. Es más alto que él y lleva el pelo corto. Tienen un estilo similar.

—¿Estos son los colegas con los te pasó aquello? —le pregunta a Isaac.

—Sí.

Ismael nos mira.

—Chavales, si volvéis a tener algún problema con el subnormal ese, me lo decís.

Se expresa con la determinación de un general del ejército. Asentimos con la cabeza. En cuanto Ismael se aleja, David pregunta a Isaac:

—¿No dijiste que estaba solucionado?

—Sí, y lo está, pero nos ha dicho esto por si acaso.

—¿Por si acaso?

—Sí; no te rayes.

Isaac le da una palmada a David como si fuera una cosa de críos. Tras un buen rato sin prestar atención al móvil, lo cojo y veo tres llamadas pérdidas de Ainhoa.

—Ahora vengo —le digo a los otros dos.

Salgo del recinto para alejarme del sonido de la música y llamar a Ainhoa.

—¿Por qué pasas de mí? —Es lo primero que me dice.

No me puedo creer lo que oigo. ¿Se está riendo de mí?

—No paso de ti, es que estaba dentro y no he escuchado las llamadas —me justifico como un tonto.

—Yo estoy fuera —me dice con su voz de borrachilla—. ¿Vienes?

Me explica en qué parte de la playa está y voy hacia allí. Aun así, tardó un poco en encontrarla. No es fácil dar con alguien en una playa cubierta por la noche y abarrotada de gente.

Está con unas amigas. Solo conozco a una, del instituto. Me siento con ellas.

—¿Con quién has venido? —me pregunta Ainhoa.

—Con Isaac y David.

—¿Y tu amiga?

—¿Quién?, ¿Lydia?

—Claro.

—No lo sé. Estará por aquí.

Pone cara de que no le importa dónde esté Lydia y yo pienso: «¿Para qué preguntas?»

Las chicas están haciendo botellón y me ofrecen bebida. Acepto encantado.

—Diles a tus amigos que vengan —dice Ainhoa.

Llamo a David y le transmito la invitación. Al cabo de unos minutos, llega con Isaac. Ellos comparten los porros y ellas el alcohol. Por mi parte, me limito a beber. Las chicas le preguntan a David por lo del coma etílico, lo cual da lugar a un momento incómodo.

—No fue un coma etílico —responde David.

—¿Y qué fue? —pregunta Ainhoa.

—Estaba muy borracho.

—¿Y no es lo mismo?

—No —interviene Isaac.

Por suerte, no le dan muchas vueltas al asunto. Mientras charlamos, veo que Ainhoa, sentada a mi lado, me mira fijamente. Le sonrío. Se queda igual y, sin previo aviso, me come la boca. Oigo gritos de admiración y un aplauso a mi alrededor, pero en ese momento no me importa. Sin embargo, en cuanto Ainhoa se separa de mí, me invade la vergüenza. Decido concentrarme en beber.

Cuando las botellas están vacías, regresamos al interior de la carpa, esta vez acompañados de las chicas. A medida que sube la borrachera, la timidez baja, y eso provoca que me olvide de lo que hay más allá de Ainhoa y yo. Pierdo la noción del tiempo en su boca. Los otros nos interrumpen para decirnos que van a fumar.

—Yo también voy —dice Ainhoa.

Salimos todos y aprovecho para ir a mear. En los lavabos me encuentro una cola infinita, por lo que sigo de largo en busca de una palmera que regar. Al pasar de nuevo junto a la cola del baño, intento descifrar el motivo por el que esa gente no aprovecha la inmensidad de la playa para ahorrar tiempo y aliviar su vejiga. Antes de llegar donde están los otros, me cruzo con Moussa e Ibra. El primero me mira mal y el segundo me saluda con un gesto de la cabeza exento de simpatía. Hasta que no los dejo atrás, no me siento tranquilo.

En la entrada de la carpa, donde había dejado a los fumadores, solo veo a David e Isaac.

—¿Ya han entrado las otras? —les pregunto.

—No. —responde Isaac—. Han ido a la playa a tomar el aire. Hay una que tenía ganas de vomitar.

—Vaya.

—Dicen que ahora vienen. —Isaac se ríe—. ¿Quién nos lo iba a decir? De fiesta con unas chonis. Todo gracias a ti.

Me encojo de hombros. Entramos y vamos al mismo sitio en el que estábamos antes, para que las chicas nos encuentren. Sin embargo, pasa el rato y no hay rastro de ellas. Le escribo a Ainhoa. Para variar, no responde. La llamo. Tampoco responde. Dejo de insistir porque no quiero ser pesado. Pasan cuarenta minutos.

—Voy a hacerme un porro —nos comunica Isaac.

—Venga —dice David.

Otra vez fuera. Quizás Ainhoa se ha olvidado de mí. No me sorprendería. Le pasa con bastante frecuencia. Isaac se lía el porro y, cuando ya está listo, señala al frente y nos pregunta:

—¿Esos no van al insti?

Miro y veo a un grupo de gente, pero solo me fijo en una persona. A pesar de la atracción que siento por Ainhoa, siempre que veo a Sara me invade esa sensación distinta, especial.

Isaac se dirige hacia el grupo. David y yo nos quedamos plantados. A medio camino, Isaac se gira.

—Venid —nos dice.

No hace falta que me lo diga dos veces. Desconozco sus intenciones, pero no pienso desaprovechar la ocasión de estar cerca de Sara.

—Buenas —saluda Isaac al grupo—. ¿Tenéis fuego?

Un chico saca un mechero y se lo deja. Isaac se gira para encender el porro. De espaldas al grupo, nos guiña un ojo. Ha sido una de sus artimañas para acercarse a ellos. Levanta el porro.

—¿Fumáis? —les pregunta.

—Sí —dicen dos chavales a la vez.

Por una vez en la vida, me siento agradecido a Isaac.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora