Ainhoa posa su mano en mi mejilla.
—¿Estás bien? —me pregunta—, ¿te hicieron daño?
A buenas horas.
—Estoy bien.
Baja la mirada. ¿Puede ser que se sienta avergonzada por su comportamiento?
—La peor parte se la llevó David —le digo.
—¿Está muy mal?
—Tiene la cara hecha un cromo.
—¿Y por qué os pegaron?
Se lo cuento todo. Me la suda el pacto de silencio con Isaac. Hasta ahora, hacer caso a este chaval no nos ha servido de nada. Al menos, de nada bueno.
—¿Qué vais a hacer ahora? —me pregunta Ainhoa cuando termino de hablar.
—No lo sé. Isaac no quiere denunciar, pero yo no lo tengo claro.
—Me llega a pasar a mí y mi primo los mata.
—¿Quién es tu primo?
—No lo conoces; está loco.
—Me lo creo.
—¡Oye! ¿Qué insinúas?
—Nada, nada.
Es mejor que volvamos a los besos. Mis labios descienden por su cuello. Abre la boca en un gesto de placer. Poco a poco, nos desvestimos el uno al otro hasta quedar desnudos. Nos tocamos por todas partes. En mitad del éxtasis, Ainhoa me detiene y me mira a los ojos.
—¿Qué? —digo.
Respira hondo.
—¿Quieres hacerlo? —me pregunta.
Me quedo mudo. Una vez proceso lo que acabo de oír, asiento con la cabeza. Sonríe.
—Pero... —dice—. No tenemos condones. Habrá que ir a buscar.
Ahora sonrío yo. Me giro, cojo mis pantalones del suelo y saco la cartera de un bolsillo. A finales del curso pasado, nos dieron una charla de sexualidad en el instituto, en la que nos entregaron un preservativo a cada alumno. A pesar de mi éxito nulo con las chicas, decidí guardar el regalo, por si acaso.
Le muestro el envase del preservativo a Ainhoa.
—¿Dónde vas con eso? —me pregunta.
—Nos lo dieron en el insti —respondo—. Tú también debes tener uno.
—Hace un montón de eso. —Navega entre sus recuerdos—. Le di el mío a una amiga.
—Pues suerte que conservé este.
—¿Con quién tenías pensado utilizarlo? —me pregunta en un tono burlón.
—Con nadie. Ya lo sabes.
—Oye, ¿esto no estará caducado ya?
Miro el envase y veo que todavía le falta un buen tiempo para caducar.
—No —respondo.
Nos miramos en silencio. Estoy muy nervioso, al igual que ella. Abro el envase y saco el preservativo. Mis manos se mueven con una torpeza mayor a la habitual. Intento ponerme el condón, pero no baja.
—A lo mejor te los estás poniendo al revés —dice Ainhoa.
Tiene razón. Le doy la vuelta y el látex se desliza con fluidez por mi pene. Me pongo encima de Ainhoa. A partir de aquí, me quedo paralizado. Ainhoa coge mi miembro y lo lleva entre sus piernas. Está húmeda, pero me cuesta entrar. Poco a poco. Su respiración se vuelve más sonora. Cada vez más adentro.
—¿Estás bien? —le pregunto.
Asiente con una leve expresión de dolor.
—¿Sigo?
—Sí —responde en un susurro.
Entro hasta que Ainhoa suelta un gemido. Me detengo. Su pecho se agita con cada bocanada de aire. Dejo caer mi boca sobre la suya al mismo tiempo que empiezo a moverme despacio. Se agarra con fuerza a mi espalda y se muerde los labios. El dolor de las marcas que recorren mi torso desaparece. Me siento torpe; me siento mejor que nunca. Es una sensación mágica. Ainhoa me atrapa en el abrazo cálido de su cuerpo y me hundo en sus profundidades. El tiempo se extingue.
Al terminar, me dejo caer a su lado. Permanecemos unidos a través de nuestros ojos, en un silencio que lo dice todo. Es el momento más bonito de mi vida.
—¿Te ha gustado? —le pregunto al cabo de un rato.
Mira abajo.
—Mucho. Solo me ha dolido un poco al principio.
—A mí también.
Le cojo la mano.
—Me gustas —le digo.
—Y tú a mí; ya lo sabes.
Ojalá todos los momentos de la vida fueran tan fáciles.
—Ayer estaba muy preocupada por ti —confiesa.
—Lo siento.
—No pasa nada.
—Una cosa —le digo.
Espera que le diga esa cosa, pero me quedo callado.
—¿Qué? —me pregunta.
—Tú y Moussa...
Me vuelvo a quedar encallado.
—¿Yo y Moussa qué?
Venga, Hugo, ahora ya has empezado.
—¿Os liais a menudo? —le pregunto.
—¿En serio?, ¿ahora me vas a salir con esto?
—Perdona —le digo—, no hace falta que me respondas.
Ainhoa suspira.
—No, no nos liamos a menudo —responde—. Solo alguna vez, pero ya no me liaré más con él.
—¿Y eso? —Lanzo la pregunta sin reflexionar.
—¿Y eso? —repite—, ¿quieres que me lie con él?
Quiero todo lo contrario.
—No —respondo.
Descubre su sonrisa burlona y me besa.
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El secreto de sus latidos
Novela JuvenilHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...