Capítulo 59

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Lo mejor de todo es que el sábado no pasó nada entre Sara y yo. He mentido a Ainhoa para ocultar un simple tonteo. Soy patético. También es cierto que, si le hubiera dicho la verdad, tendría que haber admitido que me gusta Sara y que tenía intención de ligar con ella, hasta que tuve la oportunidad de culminar mi objetivo. Nada de esto le gustaría a Ainhoa. Sea como sea, me las he ingeniado para que Sara haya perdido el interés en mí y que Ainhoa esté a punto de mandarme a la mierda definitivamente. Es posible que mi vida amorosa se extinga en breve. Si esto sucediera, sería como retroceder un mes, cuando ninguna chica se había fijado en vuestro narrador. Sin embargo, nadie podrá borrar ese tiempo de mi memoria.

Al llegar a la biblioteca, una de las trabajadores me saluda con escasa simpatía. Es la que siempre nos pide silencio a Lydia y a mí. Espero a mi amiga en la primera planta. Llega un minuto después. Cuando tienes a un colega como David, valoras la puntualidad como un tesoro.

Lydia sigue igual que en clase; solo habla del temario relacionado con el examen de mañana. Me gustaría retomar la conversación del chico misterioso, pero prefiero hacerlo en un sitio donde la bibliotecaria no pueda irrumpir y callarnos la boca. A las seis, después de un par de horas de estudio, le digo a Lydia si quiere ir a dar un paseo.

Una vez en la calle, puedo hablar sin miedo.

—Aquello que me dijiste el sábado...

—¿El qué?

Si está disimulando, lo hace muy bien.

—Lo del chico que te gusta —le respondo.

—Ah; sí.

Parece que no le quiere dar importancia al asunto.

—Me dijiste que te liaste con Isaac para olvidarte de él —le recuerdo—. Olvidarte un rato.

—¿Eso dije?

—Sí.

—¿Y qué pasa?

—Nada, pero quería saber si te sirvió. —respondo—. Lo de liarte con Isaac.

—Bueno, un poco. El problema es que después me pillé de tu amigo.

Si hubiéramos tenido esta charla unos días atrás, habría contestado: «Isaac no es mi amigo».

—¿Y ya te has desintoxicado de mi amigo? —Pongo énfasis en las dos últimas palabras.

—No lo sé —responde—. Te lo diré el día que me lo encuentre de fiesta.

—Ya lo dicen: un clavo saca otro clavo.

—Eso pensaba, y ahora tengo dos clavos en la piel.

Sus palabras suenan tan dramáticas como sinceras. Me jode ver así de apagada a una persona tan buena, pura y maravillosa como Lydia.

—Ese chico que te gusta, ¿lo conoces personalmente?

Se toma unos segundos para responder.

—Sí.

—¿Es de San Lorenzo?

—Sí.

—¿Cómo se llama?

—No te lo diré.

—¿Por?

Se encoge de hombros.

—¿Y él sabe que te gusta?

—No —responde con una seguridad absoluta.

—¿Has pensado en decírselo?

Niega con la cabeza y acompaña el gesto con una expresión lastimera.

Después de acompañar a Lydia a su casa, me dirijo al punto en el que nos ha citado Isaac. Es una esquina cualquiera. No tengo la más remota idea de lo que vamos a hacer. Ya sé que las sorpresas consisten en eso, pero no me imagino que se puede traer Isaac entre manos. Lo encuentro sentado en un portal.

—¿Y David? —me pregunta al verme.

—No lo sé. Yo estaba con Lydia —le respondo—. Seguro que David llegará tarde. ¿No lo conoces?

—Sí.

Me siento a su lado.

—¿Cómo está Lydia? —me pregunta.

—Bien —miento.

—Es una tía de puta madre.

—Pues sí.

—Antes de quedar con ella, pensaba que todas las tías eran iguales, que eran unas guarras. —Este arrebato de sinceridad me pilla desprevenido—. Tuve una mala experiencia, pero gracias a...

—Hola —nos saluda David.

Se aproxima por la calle. Llega puntual. Qué raro. Quizás se siente intrigado por la sorpresa que nos espera.

—Venga, vamos —dice Isaac.

Nos conduce hasta una casa situada a unos metros y llama al timbre. La puerta se abre y aparece Ismael, el hermano de Isaac.

—¿Qué tal chavales? ¡Pasad!

Vamos directamente a un garaje, ocupado por una furgoneta. También hay otro tío con un porro que impregna el ambiente de una peste considerable, mezclada con otro olor familiar.

—Este es Javi —dice Ismael—, el que vive aquí.

—Buenas —saluda Javi.

Le devolvemos el saludo. Isaac ya lo conoce, por lo que solo nos presentamos David y yo.

Seguimos a Ismael hasta la parte trasera del vehículo, que está abierta y llena de bolsas de basura, las negras de plástico.

—Mirad lo que hay dentro de las bolsas —nos anima Javi.

¿De qué coño va esto? A pesar de la invitación del anfitrión, permanezco quieto, al igual que David.

—¡Va! —insiste Isaac—, que yo ya sé lo que hay.

David es el primer en subir a la furgoneta e inspeccionar el contenido de las bolsas. Me pongo a su lado y veo que están llenas de marihuana.

—Esto es lo que le mangasteis a aquel cabrón —nos informa Ismael—. Ahora mismo lo vamos a vender.

—Os podéis esperar aquí —dice Javi—. Bueno, aquí no, arriba, en el comedor. En la nevera hay cerveza. Podéis coger lo que queráis.

¿Esperar?, ¿a qué? Esto qué es, ¿una peli de mafiosos? Me siento totalmente fuera de lugar.

Ismael y Javi se van con la furgoneta y subimos al comedor. Isaac abre la nevera.

—¿Queréis una birra? —nos pregunta.

Le digo que sí. Estoy un poco nervioso. Puede que unos tragos de alcohol me relajen. Nos sentamos en el sofá del comedor y jugamos a la Play. Isaac está eufórico, mientras que David y yo nos sentimos desubicados.

Al cabo de una hora, oímos la furgoneta. Bajamos al garaje. Nada más vernos, Ismael le tiende un fajo de billetes a David.

—Esto es para ti.

Mi amigo no da crédito.

—¿Para mí?

—Es tu parte.

Isaac está radiante. Parece contento de poder darle una alegría a David.

—Este finde nos vamos a pegar una juerga... —vaticina Isaac.

No quiero ser aguafiestas, por lo que ya les diré más adelante que estoy castigado.

Isaac recibe otro fajo de billetes, del que saca cincuenta euros para mí.

—Por las molestias —dice.

Supongo que las molestias son las hostias que me llevé la semana pasada.

—Gracias —respondo.

—Y mañana vamos a cerrar este asunto de una vez por todas —asegura Ismael.

¿Mañana?, ¿qué coño va a pasar mañana?

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora