El martes a primera hora, cuando llego al instituto, espero a David en la puerta de clase. Es el segundo día seguido que salgo de casa antes de lo habitual para intentar hablar con él. La semana pasada, el día del examen, también llegué temprano. Al final me voy a acostumbrar. Espero que no.
David aparece por el fondo del pasillo. Entramos en la clase y lo acompaño hasta su sitio.
—¿Has hablado con Isaac? —le pregunto.
—No.
Me mira extrañado. Quizás le sorprenda mi interés por el tema, lo cual es normal. En realidad, la amistad entre David e Isaac me da igual. Al fin y al cabo, empezaron a ir juntos la semana pasada. Lo que me preocupa es que mi amigo se entere de lo que le conté a Isaac.
Mi peor temor no tarda en hacerse realidad. Mientras nos dirigimos al patio, un chaval de la clase de Isaac se acerca a David y le pregunta:
—¿Es verdad que tuviste un coma etílico?
Me quedo helado, tanto como David.
—No —responde mi amigo—. ¿Quién te lo ha dicho?
—Lo dicen en mi clase.
El chaval se va y David me mira.
—¿Se lo has contado a alguien?
—A Isaac —confieso—, para que te volviera a hablar.
—¿Qué?
—Se rayó por lo del beso.
—No quería darle ningún beso.
—Pues es lo que pareció, y lo que él se piensa.
—¿Y de qué sirve que le cuentes lo del hospital?
—Pensaba que así entendería lo mal que ibas.
Niega con la cabeza.
—Eres un puto bocas —me dice.
Una profesora aparece detrás nuestro.
—Chicos, ya sabéis que no podéis estar por los pasillos. Id al patio.
David ni siquiera la mira. Empieza a andar y me deja allí plantado.
—Venga Hugo —insiste la profesora.
Salgo al patio y veo que David se ha sentado solo en un banco. Mejor no le molesto más. Me doy cuenta de que hay gente que lo mira cuando pasan cerca suya. Sin duda, la noticia de su ingreso se ha extendido. La jugada me ha salido de puta madre. Isaac de mierda. Allí está, jugando a fútbol tan tranquilo. Ojalá le den un pelotazo en los huevos.
Me uno a un grupo de compañeros de clase con los que me llevo bien.
—¿Puedo acoplarme con vosotros? —pregunto.
—Claro —dice uno.
El que me ha respondido, Jin, llegó de China cuando tenía doce años e hicimos buenas migas desde el principio. Es el chico más alto de la clase. Está delgado, pero en forma. El contraste entre la piel blanca de su rostro y su pelo negro llama la atención. El flequillo le cae por la frente.
Me quedo a su lado y hago ver que escucho la conversación del grupo. Sin embargo, mi mente está en otro lado. Por intentar arreglar un problemilla, ahora tengo un problemón. Lydia se acerca donde estoy.
—¿Por qué no estás con David? —me pregunta.
—Ya te contaré esta tarde.
—Muy bien, te acuerdas de que hemos quedado.
—Sí. Siempre me acuerdo.
—Oye, todo el mundo sabe lo que le pasó a David el sábado. Yo no he dicho nada.
—Tranquila; ya lo sé. Ha sido tu amigo.
—¿Qué amigo?
—El porrero.
—¿David se lo contó?
—No. Fui yo.
Lydia me mira sorprendida.
—Luego te cuento.
David no me vuelve a dirigir la palabra ni a mirar en todo el día. Su historia se propaga por el instituto. Entre la gente que se me acerca para chafardear, aparece Ainhoa.
—¿Es verdad que David pillo un coma etílico?
—Para eso sí que me hablas.
Ignora mi comentario.
—¿Es verdad?
—No lo sé.
—¿Cómo que no? —me pregunta, incrédula—. Si estabais juntos el sábado.
—Ya te dije que él se fue y yo seguí de fiesta.
Sigue sin creerme.
—¿Y no te ha dicho nada?
—No.
—Qué mentiroso.
—Pues vale.
—Seguro que te inventaste lo que me dijiste.
—Que vale.
—¡Oye! —grita de repente—, a mí no me contestes así ¡Puto niñato!
Toda la clase nos mira. Ainhoa vuelva a su sitio y el profesor le llama la atención. No quiero levantar la mirada de mi mesa. Ahora mismo me siento muy incómodo en esta clase.
Al salir del instituto, Lydia me pregunta qué ha ocurrido con Ainhoa.
—Quería que le contara lo de David.
—Es imbécil.
—Sí, igual que Isaac.
Nos miramos y reímos. David pasa a mi lado como si no me hubiera visto.
—Ya se le pasará —dice Lydia.
Encojo los hombros. Por pura costumbre, giro la cabeza hacia la esquina en la que siempre está Sara. Recuerdo que el sábado me miró. Sé que es una tontería, un detalle insignificante, y que lo hizo porque me estaba liando con Ainhoa. Pese a ello, no deja de ser algo especial.
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El secreto de sus latidos
Подростковая литератураHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...