Capítulo 20

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La que faltaba. Ainhoa también está aquí. Viene con una amiga. No puedo decir que sea una sorpresa, puesto que casi toda la gente de mi edad se deja caer por el Long en algún momento de la noche. Al pasar junto a mi mesa, Ainhoa me mira. No dice nada. Durante todo el día, he esperado con impaciencia la llegada de la noche. ¿Para qué?, ¿para encontrarme con este panorama? La culpa es mía, no porque haya hecho algo mal, sino porque era previsible que iba a coincidir con David y Ainhoa. Ya sé que tendría que pasar de ellos, como ellos pasan de mí, y disfrutar de la fiesta. Sin embargo, me resulta muy desagradable e incómodo que me ignoren de esta manera. En el caso de Ainhoa, es menos doloroso que en el de mi mejor amigo, pero más de lo que me esperaba. Quizás para ella un beso no signifique nada. En cambio, para mí sí. Sin ser amigos, ni estar enamorados, sentía que habíamos tenido una conexión íntima. Qué tonto soy. Si es cierto que ha estado con tantos chicos como se rumorea, es posible que no les dé ningún valor a los besos.

Lydia se levanta de la silla y me arranca de mis pensamientos.

—¿Vamos a bailar? —pregunta.

Sus amigas se ponen de pie. No me queda otra opción. Vamos al fondo, a la pista de baile. David e Isaac están allí. Nos mantenemos a una distancia prudencial.

—Ainhoa está aquí —me dice Marie.

—Vale.

Mi respuesta suena borde. Me doy cuenta al ver la expresión de Marie. No me gusta ser así con la gente, pero esta noche no estoy de humor. Además, Lydia e Isaac intercambian miradas desde la distancia constantemente. Aunque me tendría que importar una mierda, me molesta. De hecho, me molesta todo; así de rayado estoy. Mi única salvación es que Sara se plante delante de mí y me pida que seamos novios. Soñar es gratis. Si al menos estuviera aquí, podría evadirme de mis pensamientos con la visión de su rostro.

Mientras me lamento por mi vida, no dejo de beber. Lydia se acerca a Isaac un momento y vuelve.

—Si quieres puedes ir con él —le digo—. Por mí no te preocupes.

—Tranquilo; solo quería decirle una cosa.

—Te lo digo de verdad —insisto—. Si yo me voy a ir.

—¿Por?

—Estoy cansado.

—¿Cansado de qué? —No se lo traga—, ¿de llamarme a las diez de la mañana?

Sonrío por primera vez en toda la noche.

—Puedes vivir sin David —me dice—, ¿o no?

—Sí.

Tiene razón. Decido quedarme y hasta me lo paso bien. El alcohol ayuda. Lydia me invita a un chupito para animarme y, como me animo, le devuelvo el gesto unos minutos después. Bailo con ella y sus amigas. Marie se ríe de mí porque bailo fatal. Yo también me río. Al menos, pongo todo mi empeño en seguir el ritmo de la música.

Por desgracia, esta no es mi noche, y mi alegría desaparece al cabo de un rato, cuando veo a Ainhoa liándose con Moussa. En ese momento estoy lo suficientemente borracho como para que mi reacción se escape de mi control. Voy hacia ellos.

—¿Adónde vas? —La voz de Lydia suena a mi espalda.

Me paró junto a Ainhoa y Moussa.

—¿Qué haces?

Separan sus bocas y me miran.

—¿Qué te pasa? —me pregunta Ainhoa con desprecio.

—¿Y a ti?

Noto una mano que me coge del brazo. Me giro un segundo y veo a Lydia.

—Venga, Hugo, vamos.

—Házle caso a tu amiga y pírate —dice Ainhoa.

—No me sale de los huevos.

—Estás borracho. —Ainhoa mantiene su expresión de asco—. Déjame en paz.

—Sí, tío —dice Moussa—, déjanos tranquilos.

—¿Te estoy hablando a ti?

El tono vacilón de mi pregunta no le ha gustado.

—Yo a ti sí —me contesta.

Acto seguido, se encara conmigo. Sin pensarlo, le lanzo un puñetazo a la mandíbula, pero fallo. Entre mi borrachera y sus reflejos, la cosa no pinta bien. Veo que arma el brazo para golpearme y, al instante, nos separan. Entre las personas que se meten por el medio distingo a David.

—¡Te voy a matar! —grita Moussa.

De repente, el portero me coge por detrás y me saca del local. Lydia me sigue.

—Esta noche olvídate de entrar —me dice el portero—. Y ya veremos la semana que viene.

Mejor.

—¿Qué ha pasado? —me pregunta Lydia—, ¿por qué has ido a buscar a Ainhoa?

Solo se me ocurre una respuesta, pero me da vergüenza compartirla.

—Si quieres vamos a otro sitio —me ofrece mi amiga.

—No. Me voy a casa.

—¿Seguro?

—Segurísimo.

Marie y Eva salen del Long.

—¿Estás bien? —me pregunta Marie.

—Sí —le respondo.

—¿Por qué te has peleado?

¿Por qué ¿Por qué? ¿Por qué? Todo el mundo quiere saberlo todo.

La puerta del local se vuelve a abrir y aparece Moussa con su primo.

—¡Hijo de puta! —grita Moussa en cuanto me ve.

Corre hacia mí, pero el portero lo detiene. Ibra coge a Moussa y se lo lleva hacia la esquina.

—Dejaos de tonterías o no volvéis a entrar en vuestra puta vida —dice el portero.

Isaac también sale del Long. Mira a un lado y a otro antes de venir hacia donde estamos nosotros.

—¿Te han dado a ti? —le pregunta a Lydia.

—No.

—Tranquilo, Hugo. Voy a hablar con Moussa para que se calme.

—Estoy tranquilo —le respondo con frialdad—. No necesito que hables con nadie.

Es mentira; no estoy tan tranquilo, pero prefiero que me peguen una paliza antes de que este tío se meta en mis asuntos. A pesar de mis palabras, Isaac ha ido a hablar con los primos. ¿Por qué? Yo también me hago esa pregunta. ¿Por qué no se va a la puta mierda?

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora