Siento que he perdido una oportunidad única. Por otro lado, tengo la certeza de que, ahora mismo, los labios de Sara solo pueden ofrecerme un beso envenenado. No se trata de ella, sino de mi conciencia. Lo de Ainhoa se me ha ido de las manos.
La vida se burla de mí. Desde que vi a Sara por primera vez, hace cuatro años, he fantaseado con este momento. Sin embargo, todo ha cambiado en las últimas semanas, casi todo. Sara me sigue fascinando, pero Ainhoa ha irrumpido en mi corazón con fuerza. Lo más gracioso es que ha sido Sara quien se ha acercado a mí esta noche.
—Qué taja llevo —le digo.
—Y yo.
Da una calada al cigarro. No entiende lo que está ocurriendo. Es normal. Llegados a este punto, cuando estábamos a un palmo de besarnos, me he echado atrás. Quizás piensa que soy un cagado, o que no me gusta lo suficiente. Decirle la verdad no serviría de nada.
Intercambiamos cuatro palabras sin importancia mientras se termina el cigarro y volvemos al Long. Una vez dentro, nos separamos. Ella va con su grupo y yo con el mío. Es posible que jamás vuelva a vivir esta situación. Supongo que, al fin y al cabo, la vida va de esto, de elegir.
Lydia es la única del grupo que parece que no disfruta de la fiesta. Eva está junto a David, quien habla con unos chavales que no conozco.
—Por fin se ha ido el pesado de Ibra —me dice Marie.
—Espero que vuelva.
—¿Por?
—Me cae bien.
—El otro día os peleasteis.
—Fue con Moussa —aclaro.
—Es lo mismo.
—Que sean primos no significa que sean la misma persona.
—Bueno, ¿y tú qué has ido a hacer con Sara?
—Nada.
—Últimamente estás desatado.
—Te he dicho que no ha pasado nada.
—Ya.
Lydia, que no oye nuestra conversación, también me pregunta el motivo de mi salida con Sara.
—¿Desde cuándo os habláis?
—Desde la semana pasada —le respondo—. Isaac se acercó a su grupo para pedir fuego.
David pasa por mi lado sin percatarse de mi presencia y sale del Long con los chavales desconocidos. Eva lo observa desaparecer tras la puerta con cara de desilusión. Habrá ido a fumar.
Después de lo de Sara, me da igual terminar por el suelo. Solo quiero olvidar estos últimos minutos. Le pido a Lydia que me acompañe a la barra.
—Dos chupitos de tequila —le pido al camarero.
El alcohol es la solución de los alegres y los tristes. A Lydia le sirve. Se anima rápido. Pasa el tiempo y David no regresa, por lo que salgo a buscarlo. Llevo una buena castaña. Desde la puerta del Long, barro la calle con la vista, pero no veo a mi colega por ningún lado. Le llamo por el móvil un par de veces. Sin respuesta. Me acerco a la plaza de los borrachos. Es probable que haya ido allí para fumarse un porro. Encuentro a Moussa e Ibra en un banco, con un grupo de chicas.
—¿Habéis visto a David? —les pregunto.
—Estaba aquí hace un rato —dice Moussa, y señala otro banco.
Sigo la dirección de su dedo y veo a tres de los chavales que han salido con David del Long.
—Vale, gracias —digo.
Voy hasta el otro banco, donde sigo con mi investigación. Cuando pregunto por mi amigo, los dos chavales se ríen.
—Se ha ido a bañar a la playa con dos colegas nuestros —dice uno.
—¿Qué?
—Que se ha ido...
—Sí, sí —le interrumpo—, ya te he oído.
Salgo disparado hacia la playa. ¿Tan borracho está David para irse a bañar con dos tíos que no conoce de nada? Desde que se quedó inconsciente en esta plaza, temo que se pueda quedar tirado en cualquier sitio. Vuelvo a llamarlo. Nada de nada.
Cruzo el paso subterráneo que pasa por debajo de la vía del tren y conduce al paseo marítimo. La playa está bañada por la luz tenue de la luna. No será fácil encontrar a alguien aquí. Enciendo la linterna del móvil, aunque no me sirve de gran ayuda. Oigo unas voces y me detengo para intentar averiguar de dónde llegan. Unos metros más adelante, encuentro a un grupo bebiendo. No sé quién cojones son.
—Oye, ¿habéis visto a tres tíos por aquí?
Nadie los ha visto. Llego a la orilla e intentó escrutar el mar. Es imposible ver algo. Tampoco oigo ninguna voz entre el ruido del oleaje. Dudo que se hayan ahogado tres tíos. Uno, podría ser, pero tres...
Venga, Hugo, no te comas la cabeza. Seguro que David ya está de vuelta en el Long. Regreso por otra parte de la playa, puesto que antes me he desviado al escuchar al grupo del botellón. Miro de un lado a otro por si acaso. De pronto, me parece distinguir un bulto en la distancia. A riesgo de ser indiscreto, voy hacia allí. Al acercarme, veo a dos personas sentadas y muy juntas, tan pendientes la una de la otra que no se percatan de mi presencia. Aprovecho para explicaros que mucha gente que tiene relaciones íntimas en la playa no encuentra su ropa u otras pertenencias al terminar. En la pasión del momento, les roban sin que se den cuenta. Cuando estoy a escasos metros de la escena, distingo a David besándose con un chico. Freno al instante, tieso como un palo. Esto no me lo esperaba, y menos después de lo de Eva. Vale; no se han dado cuenta de que estoy aquí. Solo tengo que dar la vuelta e irme, desaparecer. Deshago mis pasos poco a poco, para que el sonido de la arena no me delate. Si nadie me oye, será como si no hubiera estado aquí.
—¿Hugo?
Mierda. Estoy tan cerca que me ha reconocido. Me giro y digo:
—Hey.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta David.
—Te estaba buscando —respondo—. Tardabas mucho en volver.
David me mira con la boca abierta. Percibo el movimiento de su respiración agitada.
—Ya me voy; perdón —digo—. Ahora nos vemos.
Me alejo por la playa a paso ligero.
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El secreto de sus latidos
Teen FictionHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...