Capítulo 19

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El día ha sido largo, pero al fin llega la noche. Espero no encontrarme a David. Sería una situación incómoda. Aunque me gustaría hablar con él en algún momento, no quiero hacerlo de fiesta. Con alcohol de por medio, los problemas suelen empeorar.

Lydia ha ido a cenar con sus amigas. Hemos quedado en el Long a las once. Ahora mismo me dirijo hacia allí. Entro y no veo a Lydia, por lo que salgo y la espero en la puerta. Llega al cabo de diez minutos. La acompañan sus amigas. Una de ellas, Marie, va a nuestra clase. Su familia procede de Senegal, pero ella nació aquí. Tiene un tono de piel claro, los ojos negros y penetrantes, y unas trenzas largas le caen por la espalda. La otra amiga, Eva, va al mismo curso que nosotros, pero a otra clase. Le saca unos centímetros a las otras dos y tiene el pelo negro. Es la que la semana pasada iba detrás de Isaac, hasta que Lydia le robó la presa, o la presa se fue con Lydia.

—Hola —las saludo—. ¿No ibais con la Salma?

—Sí —responde Lydia—, pero sus padres no la dejan salir de fiesta.

Entramos al Long, vamos a pedir a la barra y nos sentamos en una mesa. No aparto la vista de la puerta. Temo que en cualquier momento aparezca David. Por suerte, a medida que el alcohol del cubalitro empieza a surtir efecto, me relajo un poco.

—¿Estás de lío con Ainhoa? —me pregunta Marie.

Las tres chicas me miran fijamente, a la espera de mi respuesta. En los ojos de Lydia veo algo más que curiosidad.

—No —digo.

—Una chica de mi clase me dijo que la semana pasada os vio juntos, en esta calle —dice Eva.

—¿Qué chica? —pregunto.

—Sara.

La sola mención del nombre me corta el aliento. Sara ha hablado de mí. Me resulta difícil hacerme a la idea. De hecho, tengo la sensación de que en cualquier momento me voy a despertar de este sueño.

—¿Qué te dijo? —me intereso.

—Eso, que os vio liaros.

Las palabras me salen con dificultad. Me cuesta participar en una conversación en la que aparece Sara. Lydia está muy atenta a lo que digo. De pronto, ocurre algo que consigue que me olvide de mi amor platónico por un rato: David e Isaac llegan juntos al Long. Esto tampoco me lo puedo creer. Isaac se para a saludarnos un momento y David pasa de largo, como si no nos conociera. ¿En serio?, ¿ha perdonado antes a este tío que a mí? Dejando aparte que yo soy (o era) su amigo desde hace cuatro años, mientras que Isaac es un recién conocido, no entiendo por qué hace las paces con una persona que se ha dedicado a contar a todo el mundo lo del sábado pasado. Al menos, yo hice lo que hice con la intención de ayudarlo.

Lydia me mira con cara de circunstancias.

—¿No te hablas con David? —pregunta Marie.

Qué cotilla es esta chica.

—No me habla —le respondo.

—¿Por lo del coma etílico? —Sigue con el turno de preguntas— ¿Fuiste tú el que lo contó?

—No.

En realidad, sí, pero solo a una persona, una persona que tiene la boca más ancha que el túnel del metro.

Miro hacia la barra y veo a los dos, como si no hubiera pasado nada entre ellos.

—¿Quieres salir un momento? —me pregunta Lydia.

Me levanto y mi amiga me acompaña. Nos quedamos delante de la puerta del local.

—¿Estás bien?

—Sí —le respondo.

Ni yo me lo creo.

—Al final, han hablado —comenta Lydia.

Me limito a asentir con la cabeza.

—David es imbécil —dice mi amiga—. ¿Por qué sigue cabreado contigo y con Isaac no?

—Porque es imbécil; tú lo has dicho.

La puerta del Long se abre y aparece la última persona del mundo que me apetece ver: Isaac.

—Pensaba que os habíais ido —nos dice.

—No —le responde Lydia—. Estamos hablando.

Isaac se dirige a mí.

—Tío, he hablado con David para intentar que se le pase el enfado, pero es muy cabezón.

Ahora finge que le importa mi amistad. Estoy seguro de que está haciendo todo esto para quedar bien delante de Lydia. Ante esta farsa, no puedo disimular mi rabia.

—¿En serio? —le respondo.

—Sí.

—Supongo que sabes que está enfadado conmigo por tu culpa.

Se queda callado.

—Mejor no le digas nada más de mí —le digo.

—Cómo quieras —responde con cara de santo. Mira a Lydia—. Nos vemos dentro.

La verdad es que me jode que mis mejores amigos muestren tanto interés en Isaac. Después de lo que ha hecho, queda demostrado que es un capullo.

—Quizás puede convencer a David —me dice Lydia cuando volvemos a estar solos.

—Me da igual. Lo que tendría que haber hecho era callarse la puta boca.

Por la esquina, aparecen los primos que conocimos una semana atrás. Nos saludamos y les presento a Lydia.

—¿Cómo acabó tu amigo? —me pregunta Moussa—. Iba fatal.

—No me está permitido hablar del tema.

A Lydia se le escapa la risa. Los primos no esperaban esa clase de respuesta.

—Bueno —dice Ibra—, pero ¿está vivo?

—Sí —les respondo—. Si entráis, lo veréis.

—Muy bien —dice Moussa—. Allá vamos.

Antes de cruzar la puerta del Long, Moussa se gira.

—¿Hoy no le habrán tocado ochenta pavos?

—No creo —contesto—. Eso no pasa cada día.

—Menos mal.

Lleve el dinero que lleve, espero que beba menos que el otro día, porque si le intenta dar otro beso a su nuevo amigo y acaba tirado en un banco, no sé si habrá alguien para ayudarlo.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora