Capítulo 17

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La semana transcurre sin novedades. Es viernes y, al contrario de lo que debería ser, no estoy contento. David sigue sin hablarme. Aunque todo el mundo sabe lo que le ocurrió el sábado, no he escuchado nada acerca de su orientación sexual. Menos mal. A día de hoy, no tengo claro si David es gay o no. Lo que tengo claro es que no le gustaría que todo el instituto afirmara tal cosa. En primer lugar, porque la mayoría daría por sentado que es verdad sin hablar con él. En segundo lugar, porque la gente no suele adoptar una postura comprensiva y de apoyo cuando surge un rumor de este tipo, sino que se limita a chafardear sobre la vida de uno.

Por otra parte, Ainhoa me trata como si nunca hubiera ocurrido nada entre nosotros, es decir, de ninguna manera; me ignora por completo. Al menos, tengo a Lydia y al grupo de Jin, que me ha acogido sin preguntarme el motivo de mi separación con David, lo cual es de agradecer, porque ya estoy harto del tema.

Estos días, mi vida social se ha limitado a ir un par de días a la biblioteca para estudiar con Lydia. Los exámenes me han ido regular. Las turbulencias por las que atravieso dificultan aún más mi capacidad de concentración. No obstante, regular es un buen resultado para mí. Por cierto, aprobé el examen de la semana anterior. Casi un siete. Esta ha sido la única alegría de la semana. Cómo me ha cambiado la vida de un día para otro.

Ayer, en la biblioteca, le pregunté a Lydia por su cita con Isaac.

—¡No fue una cita! —me respondió.

Tras esta frase, la bibliotecaria volvió a llamarnos la atención. Nos está cogiendo manía y no la podemos culpar por ello.

—Bueno —le respondí a Lydia—, ¿cómo fue?

—Bien.

—Supongo que no hicisteis nada, ¿no? —le pregunté, con una sonrisa.

—¿Por?

—Es lo que me dijiste el martes; que no haríais nada.

Se puso roja. Con eso, ya lo dijo todo.

—Le saqué el tema de David —me soltó Lydia.

—¿Le has dicho lo que te conté?

—Sí.

—¿En serio? —Me costó mantener un tono que no hiciera saltar la alarma de la bibliotecaria—. ¿Por qué? ¿No puedo confiar en nadie o qué?

—Sí, en mí. —Su mirada me hizo llegar la misma convicción que sus palabras—. Y lo hice porque eres mi amigo. Le pediste que guardara un secreto y se lo contó a todo el insti. Además, no le dije nada que no supiera.

—¿Y lo del beso? Él no sabía que yo te lo había contado.

—¿Qué más da? Soy tu amiga; es normal que me lo cuentes.

—No sé. A lo mejor al tío le da vergüenza que tú lo sepas, y para vengarse de David empieza a decir que es gay.

—Eso lo puede hacer en cualquier momento, igual que hizo con lo del coma etílico.

—Entonces, ¿por qué pones más leña al fuego?

—No he puesto más leña al fuego. Al contrario; le dije que, si quería volver a quedar conmigo, no volviera a decir nada de David, ni de ti.

—¿De mí?

—Sí, no sé, por si acaso.

—¿Y qué te dijo?

Lydia tardó un par de segundos en responder.

—Que él no había dicho nada.

—Ah, ¿no? —me reí—, ¿y quién fue entonces?

—Dice que tú.

La risa se borró de mi rostro.

—Qué hijo de puta. —Las palabras me salieron solas.

Mi amiga no dijo nada.

—En serio —le dije—; ¿cómo te puede gustar este tío?

Permaneció sin decir nada.

—Encima te lo dice a tí, que eres mi amiga, para dejarme mal, como si yo te hubiera mentido.

—Cuando me dijo esto, estuve a punto de irme.

—Pues lo tendrías que haber hecho, y no por mí, sino por tí. Este imbécil solo te traerá problemas.

Lydia no se sintió cómoda con la conversación, y yo tampoco. No me gusta decirle a la gente lo que tiene que hacer con su vida, pero este tío es un cabrón, y Lydia una persona maravillosa. Es una combinación de factores que no promete nada bueno, más bien al contrario. La sola idea de que pueda hacerle daño a mi amiga me sulfura.

—Conmigo se porta bien —dijo Lydia.

No quise ser desagradable, pero tampoco pude alegrarme por ella. Más que nada, porque no creí (ni creo) que hubiera motivo para ello.

—Tú misma —le respondí.

—Cuando le amenacé con irme, admitió que se lo había contado a algunas personas. —Tragó saliva—. Me prometió que no se lo diría a nadie más.

—¿Confías en él?

Se encogió de hombros.

—No pierdo nada por intentarlo.

Mis pensamientos debieron verse a través de mi cabeza, porque no fue necesario que abriera la boca para que mi opinión llegase a Lydia.

—También hablamos de lo del beso —me dijo—. Le pregunté si le molestaría que David fuera gay.

—¿Qué?

—¿Qué pasa?

—Ahora estará más convencido de que David es gay.

—Es que a lo mejor lo es.

Estuve a punto de decir: «no lo es», pero frené la respuesta automática.

—En el caso de que lo sea —dije—, ya lo dirá él cuando quiera, y si quiere. No lo tenemos que decir los otros.

—Vale, sí. Yo solo le pregunté si tenía algún problema con que un amigo suyo fuera gay.

—David y él no son amigos —respondí.

—Total; me contestó que no tenía nada en contra de los gays. Y, antes de que me fuera a casa, me dijo que hablaría con David. —Me miró, expectante—. ¿No era eso lo que querías?

—Sí, antes de saber que Isaac era un gilipollas.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora