Estoy tumbado en mi cama y sigo flotando, como si estuviera sobre la famosa alfombra mágica. Es una sensación parecida a estar borracho, pero solo un poco, con el puntillo. Mis preocupaciones han desaparecido, al menos por un rato.
Suena el timbre de casa y me despierta de mi hechizo.
—¡Hugo! —grita mi madre desde el comedor— ¡Abre la puerta!
¿Quién será a esta hora? Son casi las ocho. Además, hoy en día, ¿quién se presenta a una casa sin avisar antes? Para algo todos tenemos un móvil en el bolsillo. Abro la puerta y encuentro una de mis preocupaciones en carne y hueso.
—Déjame entrar —dice David, jadeando—, por favor.
—Pasa, pasa.
Me hago un lado para que pueda entrar.
—Cierra —me pide.
—Sí, tranquilo. No iba a dejar abierto. —Cierro—. ¿Qué te pasa?
Se mete en mi habitación. Voy detrás de él.
—¿Quién es? —grita mi madre.
—David.
—Vale.
También cierro la puerta de mi habitación. Nunca he visto a David así. Recorre el poco espacio de mi habitación una y otra vez sin parar.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Me acaban de perseguir por la calle.
—¿Qué? —Está visiblemente asustado—. ¿Quién?, ¿y por qué?
—El vecino de Isaac.
Ya me imaginaba que la cosa tenía que ver con mi querido Isaac. El vecino es lo que no me cuadra.
—¿Te acuerdas de que Isaac nos enseñó las plantas de su vecino? —Los nervios hacen que sus palabras se atropellen las unas a las otras.
—Sí.
Fue la noche en que me tuve que ir a casa porque los porros me dejaron hecho una mierda. Recuerdo que Isaac nos hizo una propuesta. No me jodas. Es eso.
—¿Le habéis robado las plantas? —le pregunto.
La mirada de David habla por sí sola.
—Estáis locos. —El comentario se escapa de mi boca.
David se sienta en la cama y hunde la cabeza en sus manos.
—¿Y por qué te ha perseguido a ti en vez de a Isaac?
—No lo sé, no lo sé —dice mientras niega con la cabeza—. Supongo que no quiere ir a casa de Isaac y montar un pollo allí para no tener problemas con sus padres. Piensa que el tío no puede poner una denuncia porque la plantación era ilegal.
Un follón; en eso os habéis metido. Lo pienso, pero no lo digo. Es lo último que necesita oír mi... ¿amigo? Me siento a su lado y le pongo una mano en el hombro.
—¿Cómo sabe ese tío que has sido tú el que le ha robado?, ¿tiene cámaras o algo?
—Ni idea. —Levanta la cabeza—. Me tapé con una capucha cuando lo hicimos.
—¿Y cuándo lo hicisteis?
—Ayer por la noche, antes de ir al Long. El tío salió de casa con su novia y, como era tarde, aprovechamos.
—Entonces, si no te ha visto, ¿por qué ha ido a por ti?
—Que no lo sé. —Respira hondo—. Esta tarde he estado en casa de Isaac y, al salir, el tío me ha parado en la calle y me ha amenazado. He salido corriendo, y él detrás mío. Creo que estaba esperando que saliera Isaac o algún amigo suyo de la casa.
—¿Ha visto que has entrado aquí?
—No. Me ha dejado de perseguir antes de llegar a la plaza del ayuntamiento, pero estaba tan acojonado que he seguido corriendo hasta aquí.
—Si te vuelve a perseguir, dile que no has hecho nada.
—Me he cagado, tío. —Su cara da fe de ello—. Ese cabrón parece muy chungo. Además, tendrá como treinta años.
—Bueno, respira. Ahora ya está.
—No sé yo.
Esta situación me da la oportunidad de decir unas palabras que, hasta ahora, no me creía con el derecho a soltar. Además, son unas palabras realmente placenteras.
—Yo de ti —le digo—, no iría más a casa de Isaac. Por si acaso.
Menea la cabeza.
—Tengo que llamarlo. —Esa es su respuesta.
¿Qué? ¿Soy el único ser del universo que se da cuenta de que ese tío solo trae problemas?
David llama a Isaac y le explica lo ocurrido. Pese a que no distingo las palabras que llegan del otro lado del móvil, percibo un tono de preocupación. No me alegro de esta situación, pero ya era hora de que al imbécil este le saliera algo mal.
Al finalizar la llamada, David me explica la teoría de su colega sobre lo sucedido.
—Cree que el vecino, desde su casa, habrá escuchado la puerta de Isaac cuando he salido. Se habrá asomado para ver si era Isaac o un colega suyo y ha ido a por mí.
—Joder, ¿Isaac no había salido antes?
—Se ve que no.
Me gustaría preguntarle algunas cosas a David. Sé que no es el mejor momento. Aun así, cuando empieza a calmarse, aprovecho para intentar resolver mis dudas.
—¿Por qué ayudaste a Isaac a robar las plantas?
—El sábado me llamó para preguntarme si quería hacerlo, y le dije que sí.
—Pensaba que no os hablabais.
—Él no me hablaba.
—¿Y te llamó de buenas a primeras para pedirte eso?
—Sí.
Cuando pienso que no puede ir a más, el señor Isaac se las ingenia para superarse. Debéis pensar que lo odio, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? Decidme que lo veis tan claro como yo, por favor. Lo que me extraña es que, a estas alturas, mis amigos no lo hayan calado. Es fácil. Isaac le dice a Lydia que hablará con David para anotarse un punto a favor a los ojos de ella. A continuación, Isaac habla con David para ofrecerle que le ayude a robar las plantas. Sabe que David hará lo que sea para volver a ser su colega. Es tan evidente que no voy a perder el tiempo en explicárselo a nadie. Se acabó. Que hagan lo que quieran, que son mayorcitos.
—Tío, ¿y por qué te cabreaste conmigo y con Isaac no?
David mira al suelo. Se siente avergonzado ante mi pregunta. No es para menos. ¿Qué va a decir? Nada que tenga sentido.
—Sé que no tendría que haberle dicho nada a Isaac, y lo siento, —le digo—, pero lo hice con la intención de ayudarte. No fui yo quien le contó a todo el insti lo que te pasó.
Unos segundos más de silencio y responde:
—Ya lo sé.
Permanece con la cabeza gacha. Paso mi brazo por encima de sus hombros. Sobran las palabras. Nunca hemos dejado de ser amigos.
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El secreto de sus latidos
Подростковая литератураHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...