Capítulo 60

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 El mañana ya está aquí. Es una frase típica, pero idónea para el caso que nos ocupa. Me temo lo peor; un ajuste de cuentas con el vecino de Isaac o algo similar. Sin embargo, cuando Ainhoa llega a clase, mi preocupación por lo que pueda ocurrir hoy desaparece momentáneamente.

—¡Eres un mentiroso de mierda! —me grita, plantada frente a mi mesa.

Me quedo helado.

—¿Te encontraste a Sara en la puerta del Long? —me pregunta.

—Sí —respondo.

—¡Una polla!

Justo en ese momento, entra nuestro tutor. Lo primero que escucha son las voces dirigidas a mi persona.

—¡Ainhoa! —grita desde la puerta.

Pese a la llamada de atención, Ainhoa no se inmuta y sigue con el rapapolvo.

—¿Crees que soy tonta? —Su mirada es más mortífera que nunca—. La falsa de Sara le contó lo mismo a mi colega, así que, ayer por la tarde, hablé con Moussa.

—¿Y?

—¿Y? —me imita—. Pues que me dijo la verdad, que Sara vino a buscarte dentro del Long.

La voz del tutor no deja de repetir el nombre de Ainhoa. Finalmente, el hombre se cansa y se sitúa junto a mi mesa.

—¡Ainhoa! ¡Fuera de clase!

La reprendida traslada su mirada de odio hacia el tutor. Justo antes de darse la vuelta para salir del aula, mira al fondo de esta y dice:

—¡¿Tú de qué coño te ríes?!

Me giro y veo a Carlos, el nuevo. Parece que la escena le divierte. De pronto, oigo un portazo. Ainhoa ya está fuera.

—¿Qué ha pasado? —me pregunta el tutor.

—Nada —respondo.

El hombre niega con la cabeza y se dirige a su mesa para comenzar la clase. Al cabo de unos minutos, alguien llama a la puerta. Es otro profesor, con Ainhoa. Nuestro tutor sale del aula y los tres hablan en el pasillo. ¿Qué habrá hecho ahora la loca esta? Cuando vuelve al entrar, no me atrevo a mirar atrás. Ainhoa se sienta en el fondo de la clase. Después de la bronca matutina, mis compañeros deben pensar que mi vida se ha convertido en una especie de culebrón. Les parecerá inverosímil. Han compartido unos cuantos años conmigo y, aunque no sean mis colegas, me conocen lo suficiente para saber que, hasta hace poco, mis días tenían la misma emoción que una partida de dominó.

Entre clase y clase, David me dice:

—¿Te liaste con Sara?

—No.

Es raro que Lydia no haya venido con la misma pregunta. Quizás está cansada de mis historias. Creo que mi relación tormentosa con Ainhoa fue más que suficiente para ella.

Al salir al patio, Sara me intercepta.

—¿Qué coño le has explicado a Ainhoa?

Antes de que pueda responder, vuelve a hablar.

—Ha entrado en mi clase y me ha dicho de todo.

Eso es lo que ha pasado cuando la han echado de mi aula.

—Nada —digo—. No le he dicho nada.

—Eso espero, porque entre tú y yo no pasó nada.

A pesar de que soy perfectamente consciente de que tiene razón, ese «nada», en sus labios, me perfora el pecho igual que una puñalada. Sara se va y me deja en mitad del patio, como hizo en la calle el otro día.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora