Última noche. En comparación al viernes, la energía escasea, pero las ganas de fiesta se mantienen al mismo nivel. Un poco de alcohol servirá para recargar la batería. Se ve menos gente que los días anteriores. El motivo de este bajón en el número de asistentes es que mañana solo es fiesta en San Lorenzo, por lo que los que estudian y trabajan fuera de aquí tendrán que volver a sus compromisos en unas horas. Incluso muchos que curran en San Lorenzo no gozarán de un lunes de libertad. Las desventajas de ser adulto.
Espero que David pase a buscarme por casa. Isaac ha hecho un grupo de whats en el que estamos los tres mosqueteros y Lydia. Qué gracia; ha puesto como foto del grupo la que nos hemos hecho esta mañana en la playa. Para lo borrachos que estábamos, salimos bastante decentes.
Mi amigo llega a la hora prevista, es decir, veinte minutos tarde. Son las diez. Tengo cuatro horas por delante. Hoy dormiré en casa, por lo que no podré estar toda la noche de fiesta.
Daba por supuesto que iríamos a buscar a Isaac antes de ir a las carpas, pero en lugar de eso, nos encontramos con él directamente allí.
—No está en su casa —me explica David—. Ha quedado para cenar con su hermano. Vendrá sobre las once.
—¿No viven juntos?
—Qué va.
—Lo dices como si fuera obvio.
—Bueno, es que el hermano tiene casi treinta años.
—Será que no hay gente que todavía vive con sus padres a esa edad.
—Vaya tortura. Yo, a la que pueda, me piro de casa.
La concepción que tiene mi amigo sobre los padres es peor que la de la mayoría de los adolescentes, lo cual es mucho decir.
—¿Has sobado después del partido de tu hermana? —le pregunto.
—¡Joder si he sobado! Hasta ahora.
Su cara da fe de ello.
—¿No has cenado?
—No.
—A la que des un trago, estarás borracho.
—Mejor.
Después de dos días de fiesta, nuestra economía agoniza. Compramos un par de litronas y nos reservamos algunas monedas para las carpas.
Fieles al ritual de este fin de semana, nos sentamos en la playa para dar buena cuenta de la bebida. Por las caras de muertos que llevamos, nadie diría que vamos de fiesta.
David abre una de las litronas y da un buen trago. Qué poco me apetecería beber cerveza al cabo de poco de despertarme y con el estómago vacío.
—¿No te da asco la birra cuando llevas poco rato despierto? —le pregunto.
—Nunca me da asco.
—¿Ni cuándo tienes resaca?
—Bueno, eso sí.
Menos mal. David empezó a beber hace un año, cuando nos iniciamos en el mundo de la fiesta. Yo tardé un poco más en probar el alcohol; un poco. Recuerdo la noche en que cedí a la insistencia de mi amigo y di un trago a su cubata. Semana tras semana, rechazaba el vaso que me ofrecía con seguridad, pero al final me cansé de terminar las noches haciendo de canguro de un borracho. Ya lo dicen: si no puedes con tu enemigo, únete a él. Y eso es lo que hice, hasta el día de hoy.
Eso no quita que haya días en los que uno acaba peor que el otro y se tenga que velar por el prójimo. Sin embargo, cuando los dos estamos borrachos, estas situaciones resultan divertidas, a menos que acabemos en urgencias, lo cual solo ha pasado una vez y espero que no se vuelva a repetir.
Al entrar en la carpa, nos encontramos con un recinto despejado, en el que se puede andar sin chocarte con alguien a cada paso. Parece un lugar distinto al que estábamos un día atrás.
Isaac acaba de mandar un mensaje a David para decirle que ya está aquí. Lo encontramos en la barra.
—¡Chavales! —nos dice nada más vernos—. ¿Qué queréis?, que os invito.
—¿Y eso? —pregunto.
—Porque sois mis colegas. ¿Necesito alguna razón?
—No, no. Yo encantado —respondo.
—Mi hermano me ha dado veinte pavos. —Levanta el billete y lo agita delante de su rostro.
—¿Dónde está tu hermano? —pregunta David—. Pensaba que habías venido con él.
—No ha venido porque mañana curra.
Veo que David mira mucho en una dirección concreta. Dirijo la vista al mismo punto y veo al vecino de Isaac con un grupo de gente. Se encuentran en la otra punta de la barra, la cual es bastante larga. No sé si nos han visto. A lo mejor por eso David ha preguntado por el hermano de Isaac, para sentirse más seguro.
Después de pedir unas cervezas, nos situamos frente al escenario, en el que vuelve a haber un DJ. Suena un éxito pop tras otro. No veo a Lydia por ningún lado. Le escribo un whats para preguntarle a qué hora va a venir. Me responde al momento, pero para decirme que se queda en casa. Seguirá rayada por lo de Isaac.
En la segunda visita a la barra, Isaac invita a unos chupitos. Mientras veo al camarero llenar los vasos, me doy cuenta de que no me apetece beber tequila. Sin embargo, a caballo regalado... Brindo con los otros dos, finiquito el chupito de un trago y pido una cerveza para quitarme el gusto a tequila de la boca. Volvemos a nuestra posición junto al escenario. Al cabo de un rato, Isaac dice:
—¡Qué buena está la Sara!
¿Sara? Me giro y la veo. Está cerca de la entrada, con su grupo de amigos.
—¿Está buena o no? —nos pregunta Isaac.
—Es guapa —responde David.
—Está bien —digo, fingiendo indiferencia.
Si tuviera que decirle a Isaac lo que pienso de Sara, me faltarían palabras. No hay diccionario que me sirva para describir su belleza.
—Vamos a hablar con ellos —dice Isaac.
¿Con ellos o con ella? Quiero acercarme a Sara, pero no quiero que Isaac ligue con ella.
Al igual que la noche del viernes, Isaac se dirige hacia el grupo de Sara y lo seguimos, pero esta vez surge un obstáculo. A mitad de camino, el vecino loco nos corta el paso.
—Oye, tú —le dice a Isaac—, ¿dónde está tu hermano?
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El secreto de sus latidos
Teen FictionHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...