Capítulo 48

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Pese a la movida del domingo por la noche, el martes regreso al instituto en un estado de plena euforia. Todo gracias a Ainhoa. Ella también está distinta; me sonríe en clase y, cuando pasa por mi lado, me hace algún gesto cariñoso.

Me gustaría compartir con alguien este momento tan importante de mi vida, pero no dispongo de nadie para ello. Por una parte, sé que a Lydia no le va a hacer ilusión saber que he perdido la virginidad con Ainhoa. Por otro lado, David no ha venido a clase. Al contrario que la primera vez que acabó en urgencias, esta vez nadie se ha enterado de cómo terminó nuestra noche del domingo, a excepción de Lydia y Ainhoa. La gente solo sabe lo que ocurrió en la carpa, porque nos vieron algunos compañeros del insti. Parece que Isaac ha sabido tener la boca cerrada. De hecho, se le ve bastante afectado por lo sucedido. En la hora del patio, nos sentamos en un banco.

—Ahora sí que ya está —dice Isaac.

—¿Y por qué ahora sí y antes no? —le pregunto.

—Porque antes se intentó por las buenas.

—No sé cómo se las gasta tu hermano, pero tu vecino no parece un tío que se cague fácilmente.

—Mi vecino es un mierda. Muy valiente para meterse con chavales que tienen la mitad de su edad. —Su rostro se contrae en una expresión de rabia—. Ni siquiera es del pueblo; se mudó a mi calle hace un par de años. Mi hermano ha preguntado por ahí y le han dicho que la gente con la que iba el fin de semana es de fuera.

—¿Y qué más da eso?

—Pues que nadie va a dar la cara por él aquí.

—Sus colegas casi nos parten la nuestra.

Reflexiono un instante y añado:

—Bueno, a David se la partieron.

Le duele oír eso.

—Lo que le han hecho a David —dice con la mirada al frente—, se lo vamos a devolver multiplicado por mil a ese hijo de puta.

—¿Se lo vamos a devolver?

—Ya está hablado. Mi hermano va a esperar a vender la hierba que le robamos, por si acaso. No vaya a ser que, después de darle de hostias, al tío se le gire la olla y le dé por denunciarnos, contarlo todo a la poli o yo qué sé.

—¿Y cuándo van a vender la hierba?

—La semana que viene.

No sé qué decir ni qué pensar. Estamos en una situación de mierda; dudo que empeore demasiado con la intervención del hermano de Isaac.

Lydia se acerca a nuestro banco.

—Hola chicos. ¿Cómo está David?

—Igual —respondo.

Pasea su mirada entre Isaac y yo.

—¿Y vosotros?, ¿estáis bien?

Isaac asiente.

—Sí —digo.

Mi amiga deduce, con acierto, que no nos apetece hablar del tema y vuelve por donde ha venido. Tras alejarse unos metros, se gira y me dice:

—Jin te ha dicho que irá a entrenar esta tarde, ¿no?

—Sí —le respondo.

—A mí también. Le he dicho que me apunto.

—Guay.

—¿Vas a ir?

—Supongo.

En cuanto mi amiga se aleja, Isaac me pregunta:

—¿Quién es Jin?

—Un chaval de mi clase.

El miércoles, David tampoco viene al insti. No responde a los mensajes, así que esta tarde iré a verlo a su casa. Ayer fui a entrenar por la tarde con Lydia y Jin. Sigo con el cuerpo dolorido, cubierto de moratones, pero hacer deporte me va bien para olvidarme un rato del follón del finde. Al menos, puedo salir entre semana. Mis padres me han castigado sin salir de fiesta durante un mes. Va a ser un período largo y duro de mi vida.

Estos dos días de insti, Sara me ha saludado. Nada de palabras. Un gesto de la cabeza al cruzarnos por el pasillo. No os voy a negar que me parece algo increíble, algo que jamás me hubiera podido imaginar, pero ahora mismo no le doy mucha importancia, porque la chica que ocupa mis pensamientos se llama Ainhoa.

Llego al bloque en el que vive David y subo por las escaleras hasta el segundo piso, ya que no hay ascensor. Para contribuir a la imagen de precariedad del edificio, el timbre de casa de mi amigo no funciona. Lleva años sin funcionar. Golpeo la puerta y espero. Oigo un ruido procedente del interior. Me parece distinguir unas voces. Sin embargo, nadie me abre. Vuelvo a golpear la puerta. Sigo esperando incluso después de perder la esperanza en que aparezca alguien. ¿Dónde estará este chaval? Me doy la vuelta y empiezo a bajar las escaleras. De pronto, oigo el sonido de la puerta al abrirse. Veo a una personita en el rellano: la hermana de David.

—Hola —la saludo.

—Hola —dice con timidez.

—¿Está tu hermano?

Niega con la cabeza.

—Vale; gracias.

—De nada.

—¿Estás sola?

Duda un momento antes de asentir.

—Me voy —le digo.

—Adiós.

Espero a que cierre la puerta y bajo las escaleras. Me quedo parado frente al portal del edificio sin saber qué hacer. El deber de la amistad me ha traído hasta aquí. No obstante, lo que me apetece es buscar el calor de Ainhoa. La llamo y le digo que quiero verla. Ella también quiere. Antes de colgar, ya estoy yendo hacia su casa.

Al día siguiente, cuando suena el timbre entre la primera y la segunda clase, David aparece por la puerta. Aunque lleva la cabeza cubierta con la capucha de su sudadera, todas las miradas se posan en él. Desfila rápido hasta su pupitre y se sienta sin mirar ni intercambiar ninguna palabra con nadie. Permanece con la capucha puesta. El impacto que causa la visión de su rostro se refleja en la expresión de asombro de quienes le observan. Ya no tiene la cara hinchada, pero está llena de morados, cortes y heridas. Incluso el profesor no sabe qué decir.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora