Capítulo 37

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Al regresar a la carpa, Lydia y Marie siguen en el mismo lugar.

—Pensaba que os habíais olvidado de nosotras —me dice mi amiga.

—Perdona, ¿quién eres? —le digo en broma.

—La mejor persona que puedes encontrar aquí.

—De lujo. Entonces me quedo contigo.

—¿Dónde está tu choni?

—No es mi nada.

—¿Nada de nada?

Me quedo callado ante su sonrisa maligna. De pronto, mi amiga se acuerda de algo y les hace señas a David e Isaac para que presten atención.

—Antes, mientras estabais fuera, ha pasado tu vecino por aquí. —Al decir esto, apunta a Isaac—. Creo que no me ha reconocido.

—¿Por qué os rayáis tanto? —pregunta Isaac—. Ya os dije que no tenéis que preocuparos.

—Es que a mí un tío así me transmite de todo menos tranquilidad —dice David.

Por fortuna, la alegría del alcohol hace que nos olvidemos rápido de la existencia del vecino. Hacemos algún que otro viaje a la barra y pronto llegamos a ese punto de la borrachera en el que a uno no le importa nada.

Al cabo de un tiempo que soy incapaz de determinar, Ainhoa y su amiga vuelven. Van acompañadas del grupo de Moussa, incluido Ibra. Este último me saluda con cordialidad.

—¿Ha triunfado tu amiga? —le pregunto a Ainhoa.

—No —responde—. Todavía.

Hace un momento he dicho que no me importaba nada. Era mentira. Lo siento. Pensaba que era así. No me decido a lanzarme a los labios de Ainhoa delante de Moussa. Prefiero que sea ella quien lleve la iniciativa, al menos la primera vez. Sigo pensando que Moussa se lo podría tomar mal, pese a que es él quien ha venido donde estoy yo. Madre mía. Le doy tantas vueltas a las cosas que me canso de mí mismo. A la mierda. Beso a Ainhoa y no pasa nada.

Lydia e Isaac retoman el boca a boca. Por suerte para David, esta vez cuenta con el grupo de Moussa para bailar. Pasadas las tres de la madrugada, le pregunto a Lydia a qué hora tiene que estar en casa.

—Hoy no tengo hora —me responde.

—¿Y eso?

El motivo de mi curiosidad es que sus padres solo la dejan salir hasta las tres.

—Te he copiado la táctica —me responde—; me quedo a dormir a casa de Marie.

—No me esperaba esto de ti.

—Es una ocasión especial; son las fiestas del pueblo. —Levanta el vaso de plástico y brinda con el aire—. No pienso hacerlo cada fin de semana como tú.

—Ya veremos.

A pesar de mis paranoias con Moussa, el ambiente entre todos es animado y se genera buen rollo. Aprovecho la situación para acercarme a Moussa y decirle:

—Tío, perdona por lo del Long.

Me tiende la mano.

Tranqui —dice—. Isaac y Ainhoa me han dicho que eres buen tío. Aunque, como te dijo mi primo, si me llegas a tocar, no te hubieras salvado.

—Me alegro de haber fallado.

Sonríe.

—Voy a fumar. ¿Me acompañas?

—Vale.

Cuando nos disponemos a salir, Ainhoa nos corta el paso.

—¿Todo bien?

—Todo perfecto —le respondo.

—No os peleéis, que os pego.

Nos alejamos bajo la atenta mirada de Ainhoa y nos quedamos junto a la entrada de la carpa. Moussa enciende un cigarro.

—Te voy a dar un consejo: no te rayes por las tías —me dice—. No vale la pena.

No comparto su punto de vista, pero tampoco tengo ganas de debatir a estas horas de la noche.

—Lo tendré en cuenta —le digo.

—Mira a tu colega Isaac.

¿Mi colega Isaac?

—Estuvo con una tía que lo volvió loco —sigue Moussa—. ¿Lo sabes?

—No.

—Pues sí. Estaba coladísimo por su ex —me explica—, y la muy cabrona le engañó con su mejor amigo.

—¿El mejor amigo de ella o de...?

—De Isaac.

—Joder.

—Ya ves. Por eso ya no se habla con sus colegas de antes. Ninguno tuvo los cojones de decírselo, y lo sabían. Aunque mejor para él, porque esos no eran amigos, eran unos mierdas.

—Ni que lo digas.

—Después de eso, Isaac desconfiaba de todo el mundo. Me lo dijo él mismo una noche que iba muy taja.

Intento imaginarme en esa situación.

—No lo culpo —digo.

—Te cuento esto porque tú y David sois las primeras personas en las que parece que Isaac confía desde todo aquello. Lo sé por cómo te defendió el día del Long. Y parecéis buenos chavales.

Si no pudiera verle la cara y solo escuchara su voz, pensaría que Moussa es mucho mayor. Se expresa con la convicción del que ha vivido mucho.

—Si quieres que nos llevemos bien —continúa—, procura que esta conversación no salga de aquí.

—No saldrá de aquí. —le aseguro.

—Eso espero, porque no habrá perdón que valga.

Ignoro su comentario y le comparto una reflexión.

—Yo creo que Isaac me defendió para quedar bien delante de Lydia.

—Me extrañaría. No es un chaval que tenga necesidad de esas tonterías para ligar.

—Antes de ir con vosotros —sigue—, Isaac se juntaba con un grupo diferente cada fin de semana. ¿No te extrañaba que solo fuera con vosotros?, ¿que no tuviera colegas de antes?

—Pues no me había parado a pensarlo.

Trato de asimilar lo que estoy oyendo. Hasta hace escasos minutos veía a Isaac como un tipo que siembra la discordia allí por donde pasa, de modo que me cuesta cambiar esta visión y considerarlo una víctima. También es cierto que se puede ser ambas cosas. Dudo que llegue a justificar el comportamiento de Isaac, pero, si lo que dice Moussa es cierto, creo que puedo llegar a entenderlo.

El secreto de sus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora