Debo exprimir este sábado más que cualquier otro en mi vida. La fiesta tiene que ser apoteósica, lo suficiente como para compensar dos meses de castigo, para que mi sacrificio valga la pena.
La cosa empieza mal. David se retrasa más de lo habitual y le llamo. Responde con voz soñolienta.
—Me he dormido —confiesa.
—¿No me digas? Por la puta voz de zombi que tienes, pensaba que estabas haciendo aquagym.
O no le hace gracia, o está tan sobado que no tiene fuerzas ni para reír.
—Vendré más tarde —dice.
—Tío, que es tu cumple. Te espero lo que haga falta, pero vamos a cenar algo, aunque sea un dürum.
—No, no. —Lo tiene claro—. Nos vemos luego.
—Pero sal, cabrón. No te vayas a quedar en casa.
—Tranqui.
Parece que tengo más interés que él en celebrar su cumpleaños. David ignora cuál es el precio que pagaré por salir esta noche. Si lo supiera, me habría dicho que me quedara en casa. Todavía estoy a tiempo de decirle a mi madre que renuncio al trato, pero no lo haré. Creo que a mi amigo le irá bien animarse un poco.
Pese a este contratiempo, haré lo que sea por aprovechar cada minuto de la noche. Sé que Jin ha conseguido el permiso de sus padres para salir, y que va a cenar con el grupito de Lydia. A ver si puedo acoplarme con ellos hasta que aparezca David. Llamo a mi amiga y me dice que ya están cenando.
—¿Te importa si vengo? —le pregunto.
Lo consulta con su grupo.
—Ven —me responde—, pero no tardes.
—Salgo ahora mismo.
Dicho y hecho. Llego cuando han terminado de cenar.
—Pido algo y me lo como rápido. —Es lo primero que le digo al grupo.
—Calma, calma —dice Marie—, a ver si te vas a atragantar.
—Eso, que no queremos que se muera nadie —la apoya Eva.
Se me hace raro ver a Jin allí, entre las amigas de Lydia. A excepción de Salma, que es musulmana, todas las chicas tienen una copa de cerveza, mientras que Jin bebe Aquarius. Es un chaval sano hasta para salir de fiesta. Pido una hamburguesa con queso y la engullo. En ese rato, Jin no dice una sola palabra.
Después del fin de semana en la carpa, toca volver al Long. Por suerte, allí solo va gente de nuestra edad, por lo que no temo que aparezca el vecino loco de Isaac. Salma se despide a mitad de trayecto. Sus padres son más restrictivos que los míos y, directamente, no la dejan salir de fiesta. Llamo a David para decirle que le espero en nuestro local de confianza. No me lo coge. Le mando la información por whats. Espero que venga, y pronto, porque solo dispongo de tiempo hasta las tres. De lo contrario, seré la persona más pringada del mundo.
Es posible que mi madre no me deje quedarme a dormir en casa de David nunca más. Las dos noches en urgencias me han hecho perder la poca confianza que tenía en mí. Cosas de la vida. Sea como sea, con David o sin él, aprovecharé mi paso por el Long.
En cuanto nos acercamos a la puerta del local, el portero me mira y me reconoce al instante. Su expresión es de todo menos amigable. No me jodas. Es el que me echó cuando tuve el follón con Moussa. La tensión aumenta a cada paso. Me detengo frente al portero.
—Te voy a dejar entrar —dice—, pero como la vuelves a liar...
—Tranquilo, me portaré bien.
—Estoy tranquilo. Ahora falta que lo estés tú.
—Vale; gracias.
Entramos, pedimos un cubalitro y nos sentamos en una mesa. El ambiente está sumido en esa calma que precede a la tempestad.
—¿Por qué te ha dicho eso el portero? —me pregunta Jin.
Marie sonríe a la espera de mi respuesta.
—El otro día iba muy borracho y se me fue la olla —contesto.
Jin, haciendo gala de su discreción habitual, no insiste en conocer los detalles de la historia. Sin embargo, Marie se lo cuenta todo. Nuestro nuevo compañero de fiesta parece sorprendido al enterarse de mi relación con Ainhoa. Es lógico.
—¿Va a venir tu novia? —me pregunta Marie.
Aunque no veo la cara que pone Lydia, me la puedo imaginar.
—No es mi novia —respondo.
—Bueno, ya me entiendes. —Le encanta burlarse de mí—. ¿Va a venir?
—No, no va a venir.
—¿Y eso?
—Se encuentra mal.
—¿Te lo ha dicho ella? —Las preguntas de Marie no terminan nunca.
—Claro, ¿quién sino?
—Te ha avisado porque sois novios —sentencia.
—Lo que tú digas.
De las manos de un camarero, el cubalitro aterriza en mitad de la mesa. Jin observa el recipiente impresionado.
—Pruébalo —le dice Lydia—, está muy bueno.
—No; gracias.
Mi amiga insiste, y la duda empieza a surgir en el semblante de Jin, hasta que accede a probar el alcohol por primera vez en su vida. Todos sorbemos a la vez del gran recipiente, cada uno con su respectiva pajita. Por la manera en que bebemos, parece que hayamos llegado al Long tras vagar cien años por el desierto.
—Hola, Hugo. —El saludo me llega por detrás.
Al girarme, veo a Sara, que pasa a nuestro lado.
—Hola —le digo con voz de tonto.
Me sonríe sin detenerse y se sienta a unas mesas de distancia con sus amigas. Está guapísima. Mejor dicho: es guapísima. Cuando voy a dar otro trago, veo la cara de Lydia al otro lado del cubalitro. Tiene la expresión típica del detective que intenta encajar las piezas de un caso. El saludo de Sara la habrá cogido por sorpresa. En ese momento, recuerdo la charla que tuvimos en verano, cuando le dije quién me gustaba. A pesar de que es mi mejor amiga, me arrepentí al momento de compartir mi secreto, y por eso le dije que era una broma. Sin embargo, a día de hoy, sigo sin tener claro si fue capaz de leer la verdad entre mis palabras.
ESTÁS LEYENDO
El secreto de sus latidos
Teen FictionHugo es un adolescente invisible más de San Lorenzo, el pueblo costero en el que se ha criado. La chica que le gusta, Sara, parece ignorar su existencia, a pesar de ir al mismo curso que él. El simple hecho de cruzar una palabra con ella es un sueño...