Prologo

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La princesa Rhaenyra surcaba los cielos a lomos de su  dragón, disfrutando del aire que golpea su rostro, necesitaba relajarse, y que mejor forma de hacerlo que montando su preciado dragón, disfrutó tanto como pudo de este paseo, ya que probablemente seria el único en un largo tiempo, ya que no quería preocupar a su muy embarazada madre, la amaba con todo su corazón, pero no podía evitar el querer seguir montando por horas, sin tener que pensar en ella o en el reino, ni siquiera en su mejor amiga, solo eran ella y su dragón.

Bajó en picada, para aterrizar a su dragón y acercarse a la hermosa chica de caballos castaños que la esperaba en su carruaje, al poner por fin los pies en tierra, no pudo evitar acariciar a su hermoso dragón de color oro, deseando no haber bajado de su lomo nunca.

-Bienvenida, princesa,-el Sir fue el primero en hablar al verla llegar,-¿Su paseo fue placentero?

-Trate de no estar tan aliviado, Sir,-se burló la joven Targaryen, casi nadie entendía lo que se sentía volar a lomos de un dragón.

-Sí, estoy aliviado. Cada vez que esa bestia dorada la trae de vuelta a salvo, evita que mi cabeza esté en una lanza.-la risa de la princesa fue su única respuesta.

-Syrax esta creciendo muy rápido, pronto estará del tamaño de Caraxes.-habló la chica castaña, cuando la princesa estuvo lo suficientemente cerca de ella.

-Casi basta para dos monturas.

-Prefiero seguir como espectadora, gracias,-declinó Alicent, ciertamente le tenía demasiado miedo a los dragones como para montar uno.

La respuesta, tomó por sorpresa a la princesa, ella sin duda amaría montar junto con Alicent, ella después de su madre, era su persona favorita, aunque era demasiado miedosa para su desgracia, si no fuera por ello, ya la hubiera besado montando su dragón, pero ese, era solo un deseo carnal que tenía que mantener solo para si misma.

Tomadas del brazo regresaron al castillo, ambas eran demasiado cercanas como para no demostrarlo, mientras tanto, la reina Aemma, era atendida por sus sirvientas, el embarazo era de verdad agotador.

-Rhaenyra, sabes que no me gusta que vueles cuando estoy en esta condición,-riñó la reina a su preciada hija.

-No te gusta que yo vuele sin importar tu condición.

-Majestad,-saludó Alicent, detrás de la princesa, la castaña quería a la reina, pero la respetaba más que a cualquiera, después de todo ella sobrevivió a la perdida de varios de sus hijos, y aún así no se rindió por ello.

-Buen día, Alicent.

-¿Pudiste dormir? -retomó la conversación la princesa peliblanco.

-Sí, dormí.

-¿Por cuanto tiempo? -Rhaenyra se preocupaba demasiado por la condición de su madre, y eso sin duda enternecía el corazón ligeramente roto de la reina, su única hija se encargaba de mantenerla cuidada y junto con su esposo, sobreprotegida.

-No es necesario que me cuides, Rhaenyra.-sonrió la reina, moviendo el abanico que sostenía con la mano, tenía demasiado calor, y no soportaba el sudor pegado a su cuerpo como una segunda piel.

-Bueno, aquí estas rodeada de sirvientas preocupadas por el bebé, alguien debería de preocuparse por ti, madre.

-Pronto estarás acostada en esta cama, Rhaenyra, esta incomodidad es la forma en la que servimos al reino. -la princesa negó de inmediato con la cabeza, pensar solo en pasar por lo mismo que su madre, la hacia odiar su condición de mujer.

-Prefiero servir como caballero e ir a la batalla en busca de gloria,-jamás lo admitiría frente a nadie, pero, ella deseaba fuertemente ser reconocida, no solo como la hija del rey, si no por lo que ella valía, era inteligente y podía usar una espada, deseaba ser reconocida por algo más que por ser la princesa.

Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora