One

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Cerca de las 8 a.m un molesto ruido acabó por colmar su poca paciencia no dejándole otra opción más que levantarse para lanzar por la ventana más cercana a aquél que tenía la música tan alto, apenas se podía entender lo que esta decía pero seguramente sería alguna de las estúpidas canciones de esa época tan burda. Al abrir la puerta y caminar hacia donde el sonido se hacía más fuerte pudo comenzar a distinguir de lo que hablaba aquella música estruendosa.

La Gran Guerra, la primera en su tipo en ser tan destructiva dando paso también a grandes inventos bélicos como mortales gases químicos y tanques de diversos tipos tan poderosos e impresionantes que lo dejaron en la cima de todo durante sus mejores años, de igual manera no soportaba el atroz escándalo por lo que tocó la puerta un par de veces.... al no recibir respuesta el enojo comenzaba a ganarle por lo que sus toques se hacían más bruscos hasta que finalmente la música se detuvo dejando oír unos pasos acercándose a la entrada, abriéndose la puerta momentos después.

—Dile a la antipática de Dorotea que no voy a bajar el vol....... ou.. –La joven humana quedó en silencio tras atarse el cabello para ver mejor a quien estaba tras su puerta, pero en ese momento prefería quedar ciega o que se la tragara la tierra—.

El azabache alzó una ceja mirando a la humana de forma despectiva, esta vestía con ropa que no combinaba y menos aún parecía ser su talla.. sin contar que la vista del departamento era la de un desorden total que le causó disgusto.

—.....¿Hay algo en lo que lo pueda ayudar, señor?.. ·Dijo la albina en un chillido desinflado mientras por inercia sus manos estiraban sus propios dedos como un reflejo más de su obvio nerviosismo con larga lista de fundamentos—.

—Precisamente en lo pareces negarte a hacer. –Escupió este directamente entrecerrando los ojos, era claro que no pediría las cosas por favor y menos ese día en donde su mal humor era más que obvio—.

—A..ah... bajaré el volumen, lo juro –La más baja levantó ambas manos soltando así sus dedos de forma brusca, sonriendo de manera nerviosa en medio de un breve silencio tortuoso interrumpido por el amistoso maullido de una de sus gatas que se acercaba a echar un ojo al visitante desconocido—.

—Bien. –Dicho esto el de piel carmesí se dio la vuelta mecánicamente y emprendió su camino de vuelta a su departamento en donde su compañero lo esperaba sentado en la entrada agitando la cola al verlo de regreso—.

Apenas cerró la puerta de su departamento la música volvió a sonar haciendo que le temblara una ceja, sin embargo esta se redujo rápidamente hasta que no pudo escucharla más desde donde estaba, olvidando así su idea de regresar a dispararle al maldito equipo de sonido de esa niña desorganizada y escandalosa. Pasando a tomar un libro cualquiera del estante y sentarse en el sofá de una plaza para dedicar el resto de su mañana a algo que lo relajase, no necesitaba desayunar y Alphonse tenía comida en el plato por lo que no tendría interrupción alguna hasta la hora del almuerzo en la que tendría que sortearsela para preparar algo pues ya no tenía empleados.

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—Esto debe ser una puta broma.. –Murmuró entre dientes al ver que el refrigerador y cada alacena de la cocina estaban totalmente vacías– Ese desagradecido planeó matarme de hambre.

No tenía otra opción, debería volver a salir de la tranquilidad de sus nuevas paredes para comprar suministros para el mes, se quejó por algunos minutos más antes de tomar un abrigo con capucha que le sirviese para ocultar tanto su tonalidad de piel como su muy reconocible rostro. Frente a la puerta suspiró llaves en mano oyendo el sonido de las uñas ajenas contra el suelo más cerca a él.

—No puedes ir. No voy a tardar así que sólo ve a mirar por la ventana o acuéstate en la cama, pero no sobre mi almohada porque luego huele a baba y sabes que no me agrada –Explicó al canino gris con un par de movimientos de mano antes de abrir la puerta y salir al pasillo ligeramente silencioso, viendo por última vez en ese momento la expresión convenientemente triste del perro– Chantajista.... Ya, salgamos de una vez.

Sus ojos esmeralda se viraron en el momento en que el Braco Weimaraner dejaba atrás su expresión de penuria para mover la cola efusivamente colocándose al lado de su amo con rapidez para dirigirse al elevador. Dos minutos oyendo música ambiental y ya estaban de cuenta nueva en la recepción bajo las miradas de algunas personas de buen vestir murmurando entre ellas.. ¿Es que acaso no tenían una puta casa en la que estar en lugar de pasárselo allí hablando del resto?, un sonoro gruñido hostil del perro erizado sintiendo la molestia de Reich bastó para silenciarlos a base de miedo.

Third le dio unas ligeras caricias en la cabeza para relajarlo una vez se encontraban fuera del complejo residencial, tras ello caminaron algunas calles hasta llegar a la tienda de una prestigiosa cadena de supermercados, lo único que no maldecía el germano de tener que vivir allí era ese lugar que vendía la única cosa que él conocía desde su época, una maldita mermelada se arándano que le recordaba a su infancia, aquella empresa había quebrado durante la Gran Depresión Financiera pero de algún modo se recuperar y siguieron con su producción hasta ese momento para su alivio.

—Lo lamento señor, los perros no están permitidos en el establecimiento –Habló el agente de seguridad de la entrada acercándose al mayor que mantenía la capucha baja cubriendo así su rostro—.

—Es un perro de trabajo, no un jodido Pomerania chillón. –Su mirada fría se clavó en la del hombre generándole un escalofrío que lo obligó a quedar en silencio, dejándolo así avanzar hacia el interior junto a su mascota que se mantenía tranquilo a su lado pero a la vez atento como un buen guardián—.

Tomaron un carrito y comenzaron así a caminar despacio de pasillo en pasillo colocando cosas que se categorizaban en alimentos enlatados y envasados, cosas frescas entre carnes y verduras, algunos dulces de apariencia interesante, cosas de limpieza y más comida de perro junto a una pelota de tenis que le llamó la atención a este. Con sus pendientes solucionados se acercaron a una de las cajas registradoras para pagar, típicamente la empleada no dejó de temblar mientras empacaba las cosas al darse cuenta de quién era.. Pero se abstuvo de hacer algún gesto y sólo pasó la tara de chip sobre "La cosa que se lleva su dinero" finalizando así su fastidiosa incursión en el supermercado. Aquella tarjeta la tenía gracias a que Deutschland lo había obligado a sacar una para que le fuese más fácil comprar lo que quisiera sin cargar tanto dinero en físico que resultaba incómodo, al menos en momentos así reconocía la utilidad de ese pedazo de plástico con metal.

De camino a casa casi a un par de calles comenzó a gruñir sintiendo sus brazos doler debido a la gran cantidad de cosas que cargaba, incluso el cuadrúpedo llevaba en el hocico una bolsa con verduras para ayudar pero no era suficiente.

—Maldita sea. –Soltó al oír desgarrarse y esparcir en el suelo los productos que se encontraban en la bolsa de limpieza, tendría que soltar todo para recoger las cosas—.

RUBRUM (T.R × Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora