18. Microondas

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>Liam<

(Unos días antes de la fiesta de cumpleaños)
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—Señor Liam— me habla mi secretaria— La señorita Solis desea verlo en su oficina, dice que es urgente.

Ruedo los ojos con aburrimiento, me inclino más en mi silla y subo los pies al escritorio.

—Dile que se joda— le digo nada más, de manera despreocupada y agarrando una revista para leerla.

La chica se cruza de brazos de manera incómoda. Lástima que ella tenga que aguantar las mandadas al diablo de ambos.

—Señor, ella dijo que era urgente...

—Y yo dije que se jodiera— me encojo de hombros y froto el dedo en el olor de la revista.

—Pero no puedo decirle eso, señor...

—De malas, entonces dile que se meta sus cosas urgentes por donde mejor le guste.

Se agacha y no dice nada, solo sale de mi oficina. Me vale si la otra quiere que vaya.

Me inclino a agarrar mi taza de café.

—¡Smith!— entra gritando, el café se me cae encima por el sobresalto.

—¡Mierda!

Me levanto de un brinco y lo caliente del liquido me quema el torso.

Me sacudo la ropa y me quito rápidamente el saco, quedando en camisa, la cual está empapada de líquido muy caliente, que me quema el abdomen.

—¡Le estoy hablando!— me grita Alma, y yo no puedo verla peor.

—¿Qué quieres?— le digo, mientras me desabrocho los botones de la camisa— Acabo de echarme el café encima por culpa tuya y me estoy quemando, así que cierra la boca.

Ninguno de los dos puede evitar tratarnos así, nuestros encuentros siempre son peores que el anterior.

—Yo no tengo la culpa de que apenas tengas cerebro.

—... di qui ipinis tingis ciribri.

Repito haciendo muecas, mientras me despojo de mi camisa. Me arde el torso y no puedo evitar hacer una especie de jadeo cuando veo la piel de mi abdomen enrojecida.

—Necesito que firmes éstos...— se acerca Alma, pero yo la hago frenar en seco, mirándola con el ceño fruncido.

—Pues yo necesito que: a) cierres la boca, o b) me pases la lengua por el abdomen quemado— la molesto, me encanta decirle cosas así, porque se pone roja y rabiosa.

Cosa que me recuerda a...

Grandioso. Solo pienso en esa noche, y mi querido amigo de la entrepierna despierta, como si lo estuviesen llamando.

—¿Porqué no llamas a alguna perra para que te pase la lengua?— me dice, cruzándose de brazos, pero roja como un tomate.

—Pues no veo ninguna, y como tú estás aquí y eres lo más parecido...

La Clínica del Deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora