33. Latidos

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Mientras Bastian hace la constancia y mi licencia por enfermedad, yo meto en una bolsa los medicamentos que él me indicó en la receta.

Juro que me siento demasiado relajada ahora. No por los resultados ni nada de eso, sino porque al fin pude ser honesta con él y decirle lo que me había tenido distante tantos días.

Y no me juzgó. Una vez más, Bastian me demostró la razón por la que me enamoré de él.

Escucho voces acercándose y obviamente sé de quienes se trata. No volteo cuando entran, no vale la pena ni que las mire.

Personas como ella...

—¿Ya te ganaste unas vacaciones a base de sentones?—Frunzo el ceño, pero evito voltear—Dime dónde se hace fila, creo que yo también necesito un descanso.

Cuenta hasta diez, Aliza. Relájate.

Los puños me pican. De pronto, recuerdo lo liberador que se sentía entrenar la defensa personal cuando era más joven.

Respiro calmada y cierro la bolsa, en la que apenas metí dos tabletas de cada cosa, ya que no quiero medicarme mucho.

Últimamente la gastritis me ha molestado, así que las pastillas no son buena opción.

Incluso dejé de tomarme los anticonceptivos hoy, porque son muy fuertes y pueden afectar más a mi salud.

Me giro y estoy a punto de salir, sin siquiera ver a nadie, cuando detrás de mí, siento que alguien se me acerca.

Mucho.

—¿O será que el doctor ya se enteró de tu embarazo y...?

No la dejo terminar, me giro y en un movimiento rápido, le dejo ir un puñetazo en la nariz, haciendo que ella ahogue un grito y se lleve la mano ahí rápidamente.

—Corre al baño, Stefanie. No vaya a ser que te vean así y te rechacen... espera, ¡ya lo hicieron!

Sé de golpes, le di con suficiente fuerza como para que le saliera sangre, pero con la firme delicadeza como para que no sangre por más de cinco minutos.

—¡Te vas a arrepentir de esto, maldita...!

—¿"Perra"?, ¿"Puta"?, ¿"Enfermera buenota"?—digo, con sarcasmo—Las he escuchado todas, querida. Y puedo ser lo que quieras, pero no me ando metiendo en la vida de los demás, como si no hubieran tantas cagadas que solucionar en la mía.

Tiene una mano en la nariz y le lloran los ojos, su pecho sube y baja, su mirada es de rabia.

Me recuerda tanto a mi querida primita.

¿Cómo habrá seguido esa zorra?

Aveces se me sale lo insultona.

—Solo te va a...

—...isir piri fillir.—chillo, ya harta—Pues, para que lo sepas, folla delicioso.

—Obviamente—se nota que se esfuerza para no llorar—Practicó mucho con Emely y quién sabe con cuantas más.

No voy a negar que eso me molesta, mucho.

Pero ya he superado que Bastian haya sido así en su pasado, desde hace mucho tiempo que lo hice.

—Por lo menos él sí pudo follarse a Emely, mientras que tú...—la miro de arriba a abajo—Vivirás con esas ganas.

Mis traumas, mis chistes.

Le tiro una tableta de Diclofenaco y camino sin darle la espalda.

—No es por el golpe, mi vida. Es para que se te quite el dolor que traes adentro. Medícate.

La Clínica del Deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora