36. Sangre

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—Sé que lo profesional no debe mezclarse con lo personal, y yo he faltado a eso. Así que aquí tienen mi carta de renuncia.

Stefanie—ya no es "Steffy" para mí—desliza el sobre por encima del escritorio y se cruza de brazos.

Bastian y yo intercambiamos una mirada y luego el doctor suspira.

—Si te soy sincero, no quisiera que tuvieras que irte de la clínica, ya que a pesar de ser una persona con poco control de tus emociones, eres una buena enfermera. Te contraté porque ví en ti lo que veo en todas las personas que contrato: vocación. Eso lo tiene muy poca gente.

—Si estamos hablando contigo es para llegar a un acuerdo de paz. Ni tú te metes conmigo, ni yo contigo. Simplemente hacemos nuestro trabajo. —añado, pero ella sigue con gesto serio.

—Jones, no pienso permanecer en un lugar en el que me encuentro incómoda o me siento incapaz de ejercer mi trabajo de manera eficaz por saber que respiro el mismo aire que ustedes. Con todo respeto.

Su crudeza me sorprende, pero me gusta hasta cierto punto. Independientemente de que básicamente haya dicho que le repugna estar cerca de nosotros. Y que crea que su decisión de irse sea infantil y poco profesional. Es bueno que sea sincera, mientras yo intento ser pasiva por el "acuerdo de paz".

—Bueno, pues lamento que tengas que irte, pero respeto tu decisión. Te aceptaré la renuncia y te daré tu liquidación cuanto antes.

—¿Estás segura de que ya no quieres trabajar aquí? —insisto.

—Demasiado. Gracias por fingir que te importa.

Y yo que estaba intentando ser cortés.

—Bueno, pues vete a la mierda.

Me levanto de la silla  y le abro la puerta, ella mira a Bastian con el ceño fruncido y él me mira a mí como diciendo: "¿Es en serio?". Así que yo le regreso la mirada como diciendo: "Sí, lo es".

—Y me saludas a Lucero.—agrego, cuando ella pasa junto a mí y sale.

Cierro la puerta y volteo a Bastian, que ya me espera con la mirada de militar y las manos en la cintura.

—¿Qué? ¿Quieres salir tú también?

—Eso no era necesario—me reprende, haciendo que ruede los ojos—Y este es mi consultorio.

—Jode y no se aguanta. Yo estaba intentando ser gentil.

—Últimamente eres más respondona que antes.

—Es la gente que fastidia más que antes. No es culpa mía que no se eduquen.

—¿Para qué le haces caso? A fin de cuentas ya se va.

—¿Te molesta?

Hago un puchero y me acerco a él, estirando los brazos.

Rápidamente su expresión facial se suaviza y también abre los brazos para abrazarme. Hago una celebración interna.

—No es eso, no me gusta que tú te molestes por estas cosas.

—Intentaré dejar de hacerlo, pero ella comenzó.

—Eres una escuincla caprichosa.

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Nada.

Ni una gota de sangre.

No sé quién está más feliz, si Alara, Yo... o Bastian. Que no ha dejado de recostarse en mi vientre los últimos dos días.

La Clínica del Deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora