Capítulo 1

579 50 74
                                    

David

Supe de la existencia de León mucho antes de conocerlo en persona.

Doña Fina, mi casera y amiga de mi madre, me habló de él desde que era pequeño y me mostró fotografías. En una ocasión hasta tuvimos una breve llamada telefónica, de la que hablaré mucho más adelante.

Es imposible recordar la primera vez que doña Fina lo mencionó o la primera vez que lo vi en una imagen, pero conservo un recuerdo bastante viejo de una tarde en la que, tras regresar de un viaje a Puebla para ver a su hija, ella nos mostró a mi madre y a mí la foto de un niño con la cara irritada por el sol. A su lado, una mujer delgada con abundante cabello lacio y flequillo recto lo sostenía de los hombros, sonriendo a la cámara.

En el rostro de la mujer se reflejaba la emoción y alegría de mostrar un trofeo recién ganado. La expresión del niño gritaba «mamá, por lo que más quieras, llévame a la sombra por favor».

—¡Mira David! ¿a poco no está guapo mi nieto?

—¡No! —le dije frunciendo la nariz, porque en aquel entonces me molestaba que mi mamá o doña Fina le prestaran una mínima atención a cualquier niño además de mí. Nunca creí que los celos momentáneos por León se convertirían en algo peor.

—¡Mira tú! Me saliste grosero ¿eh? —dijo doña Fina con las cejas alzadas y una gran sonrisa que le salió sin querer. Su gesto era una mezcla de diversión y sorpresa. Yo sonreí con satisfacción al ver que a ella y mi madre pareció causarles gracia mi respuesta.

Pasaron algunos años en los que la existencia de León solo se manifestó de esa forma, con palabras e imágenes, anécdotas y fotografías. Pese a lo mucho que doña Fina parecía querer a su familia, su hija era reacia a presentarse en la vecindad. De no existir pruebas que demostraran lo contrario podría jurar que Adela y León eran inventados, igual que mis viajes a la luna y mis superpoderes.

Conforme se disolvió mi sentimiento de competitividad, empecé a sentir intriga por ese niño y su madre; ¿Por qué nunca venían para acá? ¿Por qué siempre era doña Fina la que los iba a ver a ellos? ¿Por qué las llamadas telefónicas eran tan cortas y poco frecuentes?

Un día le hice esas preguntas a doña Fina.

Descubrí que su relación con su familia era complicada, porque obtuve un silencio incómodo, de esos que pesan. Su rostro redondo, siempre iluminado por una sonrisa que llegaba a los ojos, se oscureció por una expresión de tristeza y rencor.

Fue mi madre la que dio fin al silencio, con un vago «han de tener sus razones», y cuando yo pregunté cuáles eran esas razones, doña Fina dijo «pues la verdad es que yo tampoco sé. Les ha de chocar venir para acá». Su tono me intimidó lo suficiente para dejar el tema de lado. Después de eso comencé a hacer una lista mental de lo que escuchaba y observaba sobre dicha familia, creyendo que si lo juntaba todo crearía una historia que tuviera sentido.

Al resto de los niños en el vecindario les importaba bien poco aquel asunto, lo que tiene sentido, pues yo era el único que pasaba suficiente tiempo con doña Fina para sentir curiosidad por su vida. Además, era el más fisgón de todos porque me creía una especie de detective. Me encantaba escuchar conversaciones ajenas a escondidas e indagar en los misterios de la gente, solía vivir buscando cosas ocultas en todos lados, como si pudiera hallar un agujero a otro mundo debajo de una maceta. Mi madre debía tener sus ojos sobre mí todo el tiempo para evitar mis escapadas, hasta que crecí lo suficiente para desistir de buscar algo especial en donde no lo había, y darme cuenta de que es más fácil descubrir cosas desagradables.

Por supuesto mi iniciativa en saber más de León y su madre también se apagó conforme pasó el tiempo. El interés por él regresó hasta que supe de su visita, que se extendería desde mayo a inicios de agosto. Me tendría que haber dado igual lo que sea que pasara con la familia de doña Fina, pero encima de que mi vida era tan aburrida que cualquier cambio se sentía como una novedad, el evento era raro en sí mismo, tanto que hasta mi madre se desconcertó y estuvo en las nubes el resto del día. Es decir, se supone que en un primer momento León iba a venir para celebrar el cumpleaños de su abuela, luego decidió quedarse más tiempo para vacacionar y pasear, pero a mí esa historia me sonaba rara ¿por qué de repente decidió visitar a doña Fina?

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora