Matilde
Hace tiempo que no escribo sobre Adela ¿es malo que vuelva a hacerlo?
Se siente extraño saber que nunca la olvidaré por completo, que a pesar de ya no vivir abrumada por nuestro pasado aún puedo verme afectada por un recuerdo repentino. Supongo que las amistades perdidas siempre duelen, incluso si en el gran orden de las cosas parecen algo insignificante.
Su hijo ha venido de visita y sorprende lo mucho y poco que se parecen. Ella era una muchacha flaquita, de apariencia frágil (aunque no lo era) y él es un hombre joven de espalda ancha, pero comparten los mismos ojos alegres, la misma sonrisa confiada que a veces tiene un matiz arrogante. Aunque es indudable que son personas diferentes la sola presencia de León me remite a Adela, y eso despierta sentimientos amargos. Me recuerda a la persona que fui, a la niña insegura que, siempre que podía, salía de casa para reunirse con Adela.
◇◆◇◆◇
—Toca Mat ¿crees que ya me esté saliendo músculo?
Palpé el delgado brazo con un poco de vergüenza.
Nos encontrábamos sentadas en las jardineras de piedra que decoraban la fachada de su casa. Tal vez era junio, pero me es imposible estar segura. Pasó hace mucho tiempo.
—Hmm, no sé, creo que todavía le falta.
Adela resopló.
Siempre fue una niña llena de energía, amaba correr y constantemente me retaba a carreras que yo no podía ganar. Sin embargo, en algún punto comenzó a tomarse el asunto de ganar fuerza bastante en serio. Hacía pesas con los botes de detergente de su madre, rutinas de ejercicio, practicaba movimientos de lucha que se imaginaba, y trataba de probarse en todo momento, ya sea echándole la bronca a los chamacos u ofreciéndose cada que alguien necesitaba ayuda con cosas pesadas. La mayoría del tiempo parecía divertirse un montón, pero en ocasiones su ceño se fruncía como en ese instante, preguntándose qué hacía mal.
Yo deseaba saber a qué venía el interés, pero Adela siempre me hacía caras cuando preguntaba cosas obvias, y como no sabía si aquello era algo obvio preferí guardarme mi duda.
—¿Cuánto dinero has juntado? —preguntó.
—Quince pesos ¿y tú?
—Veinte, tenía un poco más, pero me lo gasté en unas Sabritas —dijo chasqueando la lengua.
Ahorrábamos para un juego de pesas en el que yo apenas tenía interés. Colaboraba con ella para ayudarla mientras guardaba parte de mi dinero para cosas que en realidad quería, como donas para el pelo, papelería bonita, calcomanías y chicles. Tenía prohibido salir del vecindario, pero aprovechaba las visitas de mi padre para comprar en una tienda lejana; solía llevarme con él a comprar sus cigarros para enfadar a mi madre. Cada vez que Adela me veía con algo nuevo asumía que me lo dio alguno de los dos. Una gran sensación de adrenalina recorría mi ser durante cada compra, la experiencia era tan aterradora como divertida. En parte porque ese pequeño secreto se sentía como una gran travesura, y en parte porque nunca sabía qué esperar de mi padre.
—Niñas ¿Qué hacen ahí? ¡Les está dando el puro sol! Órale, pásenle a la casa —nos dijo doña Fina desde la puerta.
—Ya vamos maaa.
—¿Y ahora? ¿Qué te pasa Adelita? —preguntó al ver los pucheros de su hija.
—Pues que quiero el juego de pesas y tú no me lo compras.
—¡Ay, ése mendigo juego de pesas! —murmuró chasqueando la lengua. Luego me sonrió ignorando el comentario—¿quieres una agüita de limón Mati?
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Motas de polvo en la historia del mundo
Teen Fiction¿Qué se hace cuando tu vida no es lo que quisieras que fuera? ¿Qué se hace cuando eres incapaz de cambiarla? *** David es un adolescente que lleva una existencia bastante aburrida. Es la única persona de su edad en el barrio donde vive, detesta la...