Capítulo 22

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David

De niño me gustaba imaginar que Lupe era un brujo muy poderoso, o como mínimo una persona normal con acceso a lo extraordinario. Imaginaba que, en lugar de un recolector de basura, era un recolector de objetos mágicos, en cuya guarida podría encontrar un libro con una historia interminable o una lámpara mágica. Claro que, pese a lo que rumoreaba la gente, mi madre y doña Fina siempre me dejaron en claro que era una persona normal, después de todo le conocían desde hace años, pero por algo yo era el detective; veía la verdad oculta y la sacaba a la luz.

Solo que en realidad no era un detective, sino un niño al que le gustaba inventar mentiras y creerlas, y al final fui yo el que tuvo que aceptar la verdad.

Las semanas en las que León visitó a Lupe lo único que me dijo al respecto es que no podía decirme nada al respecto. Al parecer trabajaban en un proyecto mega secreto que, a mi yo niño le habría desatado la inventiva, pero a los dieciséis años solo me daba un poco de curiosidad. León era un entusiasta poco confiable, y el megaproyecto podría ser desde una casa para pájaros a una actividad de jardinería. Por lo menos se divertía.

Una de las veces que León visitó a Lupe salió del departamento entre decaído y ausente. Por más que traté de entablar una conversación con él, su atención estaba perdida en algún sitio. Odiaba esa faceta de su personalidad.

—David ¿tienes un sueño? —preguntó después de unos segundos de silencio. Miraba hacia adelante en tanto se acercaba la noche. Ambos estábamos sentados en la jardinera de piedra.

Yo volteé a verlo como si me hubiera preguntado algo ofensivo, aunque enseguida me controlé.

—¿A qué viene eso?

—Solo es algo en lo que he estado pensando últimamente.

Seguía sin mirarme y eso me desesperó. Tampoco quería responder a esa pregunta.

Nos llamaron antes de que pudiéramos decir algo más.

Creo que esa fue una buena noche, pero ahora mismo lo que más tengo grabado a fuego en mi memoria es esa conversación.

◇◆◇◆◇

Precedido por tres días de lluvia cálida llegó el cumpleaños de doña Fina el 25 de julio.

Antes esperaba con ansias la celebración porque doña Fina la convertía en una fiesta para niños; preparaba piñatas y bolsas de dulces, y yo me la pasaba genial mientras ensuciaba la ropa que me hubiera puesto mi madre. Con los años la fiesta se convirtió en una reunión de tres personas, pero mi madre igual me planchaba una bonita camisa para la ocasión, y yo me ponía mis shorts más decentes, aunque lo considerara un esfuerzo innecesario. Ese año me dio vergüenza verme al espejo con esa ropa puesta, demasiado flaco, feo y ridículo ¿no había una forma de verme mejor?

Observé con atención mi horrible nariz, las cejas pobladas que se pegaban a mis ojos, y el cabello rizado que, pese a haber crecido durante las vacaciones, aún era demasiado corto para mi gusto. «Ojalá hubiera sido un chico monísimo de nariz respingada, piel pálida, cuerpo tonificado y cabello perfecto».

«Ojalá hubiera sido una chica monísima».

Una ligera tristeza me embargó al pensar en eso último. A veces me frustraba mi falta de feminidad. Si le daba muchas vueltas al asunto hasta me daban ganas de llorar. Me habría encantado usar faldas y vestidos, maquillarme, llevar el cabello larguísimo y enamorar a todo el mundo, como la protagonista de una novela juvenil o una cantante pop. Lo malo es que nací siendo yo.

No me considero trans porque hasta donde sé las chicas trans saben que son chicas, mientras que yo deseo ser una chica, porque pienso que sería más feliz si hubiera nacido como una. Es como si mi personalidad y forma de ser encajaran mejor dentro de esa categoría. Tampoco es que odie ser percibido como un chico, ni que me digan de él, pero si detesto que alguien espere que sea un HOMBRE, así con mayúsculas. Se siente... invasivo, como si un montón de personas me inmovilizaran y me cosieran una barba falsa al rostro. Tal vez lo que en realidad quiero es ser libre, sin que nadie espere que sea de determinada forma por ser un chico. Y a la vez no es suficiente, porque sí envidio la belleza de las mujeres, esa belleza particular que difícilmente podría conseguir.

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora