Capítulo 5

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David

Me quedé ahí, viendo sin ver la puerta, sintiéndome como un verdadero idiota. Mi corazón pesaba tanto que iba a tirarme al suelo, y la verdad es que no entendía por qué ¿Era necesario hacer tanto escándalo por un regaño? No era la primera vez que un profesor me hablaba de manera dura, y aunque en un principio no quería asumir la responsabilidad por mis acciones, lo cierto es que toda la mierda de ese día me la gané.

La profesora era una idiota, eso lo sabía, pero algo de razón llevaban sus palabras ¿qué problema real tenía yo? Mi madre tenía trabajo, podía estudiar, tenía amigos, nadie me molestaba en la escuela, mi casera era amable, y no tenía que preocuparme por nada, salvo por pensar en la universidad a la que iba asistir y conseguir trabajo. Podía hacerlo si me lo proponía ¿no? Pero me ahogaba en un vaso de agua y me sentía vacío en lugar de apreciar lo que me rodeaba ¿y por qué lo hacía? ¿Por qué me complicaba tanto? ¿Por qué me sentía mal, por qué le tomaba importancia a cosas que no tenían sentido? ¿Por qué me quedaba despierto hasta las tantas de la noche abrumado por estupideces? ¿Por qué no podía avanzar?

Tal vez lo que me molestó no era el sermón, porque eso lo podía soportar con negación, más un comentario al salir de la clase con mis compañeros del tipo «pinche vieja amargada». Lo que en realidad me afectó, fue que la profesora sacara a la luz algo que yo pensaba desde hace un tiempo; que solo era un pendejo que insistía en cumplir con el papel de adolescente atormentado. Sentí asco de mí mismo.

No supe cuánto tiempo pasé parado delante de la puerta, pero llegó un momento en el que me dije a mí mismo que ya no quería estar en ese lugar. No quería estar en ningún lado en realidad, pero necesitaba moverme. Con los pies adoloridos, tomé mi mochila y salí de la vecindad, en línea recta por el lado derecho, dirección que llevaba al Muro Boulevard, un dique que se construyó para evitar las inundaciones durante la época de lluvia a causa del Río Papaloapan. Sin embargo, daba igual que el camino tuviera un destino, desconocía en donde iba a detenerme y qué puta madre iba a hacer ahí.

—¿Vas para el muro? —preguntó León, quien salió de la nada sobresaltándome. Me le quedé viendo como si fuera un mono con dos cabezas sin decir nada durante un pequeño lapso. Pasada la impresión me fastidié ¿Qué le pasaba a ese tipo? ¿Por qué me estaba siguiendo? ¿Tenía muchas ganas de hacer su buena acción del día, o se quedó sin nada que hacer?

—No... Voy para la colonia obrera.

—Yo también voy para allá, pero no sé cómo llegar ¿te acompaño?

—¿Qué vas a hacer allá?

—¿Qué hay en la colonia obrera?

—Venden pasteles.

—Pues a eso voy, tengo que comprar un pastel de chocolate y fresas.

—Todos los pasteles cuestan un millón de dólares.

—Yo tengo diez millones y medio en la cartera.

—Solo se pueden comer en la luna.

—Entonces gastaré dos millones para ir hasta allá.

—Y saben a tierra.

—¡Justo como me gustan!

Amplió su sonrisa mientras yo trataba de permanecer sin expresión. Por alguna razón me sentía más tranquilo que hace unos minutos. Caminamos sin decir nada, yo mirando al suelo y León hacia un lado. Regresó su vista a mí cuando se le ocurrió una idea.

—Vamos al muro, te compraré algo.

—¿Ya no vas a buscar el pastel? —bufé preguntándome por qué demonios seguía con esa tontería.

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora