David
En un santiamén me quité el uniforme y me puse mi ropa de casa. Para cuando bajé de regreso doña Fina estaba junto al resto y había una silla extra para mí. León levantó el rostro y me dedicó una mirada significativa que no supe interpretar, hasta que se dirigió a mi madre:
—Por cierto, el otro día mi abuela nos dijo a David y a mí que usted era amiga de mi madre.
Me detuve en seco al final de las escaleras, las nubes que me cegaron todo el día se desvanecieron. Desde ese ángulo no pude ver la expresión de mi madre, pero sí la sonrisa que se formó en el rostro de doña Fina.
—¡Es verdad! Les dije que cuando Adela todavía vivía aquí ustedes eran inseparables... ¡Oh! ¿Te acuerdas Matilde? ¿Cuándo jugabas con Adela a derribarse? ¡Dios, las ocurrencias de esa niña! ¡No la convencías de hacer nada si no le ganabas tirándola al piso! ¡Y aunque era mucho más pequeña y flaquita que tú nunca conseguías derribarla! —se carcajeó con ganas.
Me acerqué hasta donde estaba mi madre y mi atención se enfocó en ella. Me era imposible saber por qué, pero quería saber que tenía que decir al respecto. Esperaba encontrarme con una sonrisa educada, o una cara de reconocimiento del tipo «¡es cierto, me acuerdo de eso!». En su lugar, di con unos ojos abiertos de par en par y una boca entreabierta, como si le estuvieran hablando de un fantasma. Tomé asiento con el ceño fruncido.
—Eh, sí, me acuerdo de eso... —dijo al fin, bajando la vista y colocándose un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Ay, esa Adela...se la pasó muy bien contigo ¿verdad? Me encantaría que volviese a pasarse por aquí, o que al menos me contase de lo que está haciendo ¿puedes creer que ya se separó de Roberto y me tuve que enterar por León?
Mi madre levantó la vista de golpe.
—¿Se divorció?
—No, pero ya no viven juntos, apenas están conversando lo del divorcio. Se separaron desde hace... ¿desde hace cuánto me dijiste, Leoncito?
—Finales del año pasado.
—Qué mal por ellos... —dijo mi madre.
—Fue lo mejor, desde hace tiempo que lo suyo no funcionaba —dijo León encogiéndose de hombros. Su rostro carecía de expresión.
—Ay, esa Adela —suspiró doña Fina— ¡si tan solo me lo hubiese presentado cuando lo conoció! Mira yo —chasqueó los dedos—a la primera hubiese captado el tipo de persona que era Roberto y le habría dicho, «mira Adelita, este tipo no te conviene».
Hice lo posible por contener mi exasperación. El desagrado de doña Fina hacia ese hombre era algo viejo, básicamente porque su hija le habló de él hasta poco antes de la boda, y mi casera traspasó todo el rencor y dolor que le provocó la falta de comunicación hacia Roberto. Seguro estaba regodeándose, pensando que ella siempre tuvo razón al despreciarlo, adjudicándose un sexto sentido inexistente.
—Bueno, de cualquier forma, lo hecho, hecho está —dijo mi madre a sabiendas de lo ingenuo que era el comentario de la señora, pero sin ganas de entrar en una discusión con ella. Miramos a León; él no parecía molesto porque su abuela hablara de Roberto como si tuviera toda la culpa de que el matrimonio fracasara ¿era porque tampoco quería pelear con doña Fina o porque estaba de acuerdo con ella?
—Pues sí, pero igual es una lástima que me haya tenido que enterar de todo tan tarde ¿no? ¡León! cuidadito y me haces eso ¿eh? Cuando te cases, si yo todavía estoy viva claro, quiero conocer a tu novia desde antes.
—Si es que me caso —dijo León con una sonrisa.
—¡Ay, no digas eso! ¡obvio te vas a casar!
—¿Y por qué es algo obvio? ¿Qué pasa si no me quiero casar?
ESTÁS LEYENDO
Motas de polvo en la historia del mundo
Teen Fiction¿Qué se hace cuando tu vida no es lo que quisieras que fuera? ¿Qué se hace cuando eres incapaz de cambiarla? *** David es un adolescente que lleva una existencia bastante aburrida. Es la única persona de su edad en el barrio donde vive, detesta la...