León
Pensé que me marcharía de Tuxtepec más sabio, más seguro sobre mi futuro, en lugar de hecho un embrollo de emociones.
Amo viajar, no solo el acto en sí mismo, sino la idea de que un viaje puede cambiarte por completo. Amo las historias en las que un verano fuera de casa, un tour por Europa, o la visita a un familiar desconocido resulta en algo inolvidable, absolutamente especial y decisivo.
A pesar de eso sé que todo nos cambia, aunque sea un poco, y que los viajes a veces solo son viajes ordinarios.
No fue el caso de mi visita a Tuxtepec.
Mientras me acercaba al autobús sentí una opresión en el pecho por las lágrimas de mi abuela, y a la vez, preocupación por la manera en la que David me abrazó. Desde hacía tiempo me di cuenta de que me buscaba constantemente, de que trataba de impresionarme y me miraba con cierta admiración, pero asumí que ese comportamiento se reducía a eso. Después de todo yo era demasiado grande para él. Ni siquiera en ese instante, después del abrazo, quería considerar la posibilidad de que tuviera un crush conmigo, porque si era así todo se volvería demasiado incómodo.
Nunca he sabido cómo rechazar a las personas de manera educada, por eso cada vez que mi instinto detecta interés romántico de parte de alguien más lo que suelo hacer es alejarme y hacerme pendejo.
Recuerdo que en la prepa una compañera pasó dos semanas tratando de preguntarme si quería ser su novio, mientras yo evadía la situación de mil maneras distintas, divertido como quien juega a las atrapadas. Solo se rindió el día de su cumpleaños. Me confesó sus sentimientos por el micrófono y yo corrí antes de que terminara de hablar. Como estaba en medio de la multitud de invitados varios chicos me sostuvieron entre risas, pero el mensaje era claro. Ella bajó furiosa del escenario y a partir de ahí me dejó de hablar.
La situación con David era mucho más complicada. Teníamos una buena relación y no quería que se arruinara.
«Tal vez pienso demasiado» me dije mientras me acomodaba en el asiento del autobús.
Traté de ocupar mi mente en otra cosa, y entonces sentí miedo de regresar a Puebla tan perdido como al principio, a la vez que emoción por reencontrarme con lo dejado atrás. Esos desgastantes sentimientos me acompañaron el resto del camino, junto con el traqueteo del camión.
◇◆◇◆◇
Una vez en la CAPU vislumbré a mi mamá en el pasillo de espera del estacionamiento. Se abrazaba a sí misma y sonreía con ojos cansados. En lugar de sus glamurosos vestidos utilizaba unos pantalones de mezclilla y un simple cardigan. Más que una madre que espera a su hijo daba la sensación de estar sufriendo una pérdida.
Sentí pena y coraje.
¿Por qué encima de que tenía problemas mis padres me hacían sentir culpable por ello? ¿Por qué mis decisiones los destruían de esa forma?
Evité caer en el chantaje emocional y al reunirme con ella la saludé con un abrazo. El contacto fue cálido; me otorgó una gran sensación de seguridad que disolvió los pensamientos negativos. Así son las familias disfuncionales, a veces sentimos que nos odiamos y luego todo es amor y paz hasta que toque la siguiente pelea.
Está bien, lo siento. Sueno como cierto chico amargado que conozco. En realidad, fue reconfortante volver a casa, con todo y los problemas que me esperaban ahí.
Mientras caminábamos hacia el coche tuve curiosidad por lo sucedido en mi ausencia. Durante nuestras llamadas mamá no habló demasiado sobre su estado de ánimo ni sus ocupaciones, dando si acaso datos aleatorios como «fui a comer con tal» o «compré tal cosa». Cada vez que le hablaba de lo que veía en la ciudad, de la abuela, de la señora Matilde o de David, se limitaba a escuchar.
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Motas de polvo en la historia del mundo
Teen Fiction¿Qué se hace cuando tu vida no es lo que quisieras que fuera? ¿Qué se hace cuando eres incapaz de cambiarla? *** David es un adolescente que lleva una existencia bastante aburrida. Es la única persona de su edad en el barrio donde vive, detesta la...