Capítulo 37

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Matilde

Tardé en contactar a Cleo para darle el pésame. Hasta ese momento no me había tocado vivir la muerte de un pariente cercano, pero sabía que a algunas personas les abrumaba la gran cantidad de condolencias de familiares, amigos y conocidos, por lo que temía importunarla con mis palabras, eso sin contar el tiempo que llevábamos sin hablar. Si le escribí fue porque de existir la más mínima oportunidad de apoyarla la tomaría.

Tardó tres días en responderme de vuelta, agradecida, y para mi sorpresa me preguntó si tenía tiempo para verla. Le dije que sí.

Nos encontramos en una cafetería que ya no existe, ubicada en donde antes se encontraba otra cafetería que ya no existe. El corazón me latía como si hubiera subido seis mil escaleras sin descanso y las manos me sudaban. Técnicamente no había nada que temer si Cleo seguía siendo la misma de siempre, pero una persona puede cambiar mucho en poco tiempo. Ni siquiera estaba segura de conocerla bien cuando fuimos pareja. Misteriosa y lejana como el espacio me tenía con la boca abierta tratando de descubrir sus secretos.

◇◆◇◆◇

Ella tenía un aire de rebeldía e independencia inspirador. Cleo no se sentía atada a los lugares, no le preocupaba perder un empleo y buscar otro, ni tener que vivir de forma precaria durante un tiempo, lo que, a la vez, implicaba que no se limitaba por convenciones sociales o lo que pensaran sus padres. Cleo vivía para sí misma y nada más.

Durante el tiempo que estuvo en Tuxtepec me reveló que tenía un plan; dijo que después de cumplir los treinta y cinco años pasaría el resto de su vida escribiendo, leyendo y viajando. Todo lo anterior fue práctica y preparación. En el momento la idea me pareció fascinante y peligrosa; un año después me causó tristeza. Ella amaba su forma de vivir y eso mató mi esperanza de que David y yo formáramos parte de su mundo. Ella nunca iba a atarse a esta ciudad por nosotros y tampoco podríamos seguirla.

Cleo utilizaba poco las redes sociales y solo llamaba o escribía un mensaje en contadas ocasiones. No tenía interés en mantener relaciones a distancia. A veces mencionaba a las personas que conoció durante sus trabajos, sin embargo, jamás daba a entender que siguieran en contacto. Igual que con los empleos y los lugares ella no se aferraba a las relaciones. Éstas terminan y sigues adelante.

Yo comprendía eso y aun así me dolía. «Déjame ser la excepción, deja que lo nuestro dure un poco más» pensé en decirle miles de veces, sin atreverme nunca.

—Hoy vi a mi padre —me dijo una de las últimas noches que pasó en el vecindario.

Nos encontrábamos recargadas en el barandal del pasillo, en una noche tan negra que el cielo parecía un reguero de tinta sobre nuestras cabezas. Era tarde y David ya se había ido a dormir.

En el recuerdo una luz roja nos envuelve en medio de la oscuridad, aunque sé que es imaginaria. El cabello negro de Cleo estaba recogido en un moño bajo, y yo observaba su perfil y sus ojos almendrados que se perdían en el horizonte. Era más morena que yo, de pómulos marcados y con una expresión indescifrable. En noches como esa su belleza etérea me distraía demasiado, por eso cuando habló fue como si me despertaran de golpe.

—¿Qué? Es decir... ¿pasó algo?

Ella se giró para encontrar su mirada con la mía.

—Salí a comprar unas cosas y lo vi en la calle. Nos encontramos por mera casualidad, o al menos eso es lo que intuí. Primero me miró con duda, como si me tuviera miedo o estuviera al menos un poco avergonzado por su comportamiento, pero enseguida agarró valor y me empezó a gritar la misma cantaleta de siempre. Me di la vuelta y me siguió un par de metros hasta que le grité, entonces se puso a llorar, a insultarse a sí mismo y a decir que nadie lo quería ni lo iba a querer jamás. Imagínate —sonrió con amargura antes de regresar a su expresión neutral—Después regresé a mi departamento, encontré a mi madre y le conté lo que sucedió. Ella me regañó. Ya ni recuerdo porqué, pero me regañó. Igual que siempre.

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora