Capítulo 12

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León

Awelaaa, ya ponme la inyección letal —supliqué con voz ronca.

—¡Ay, no seas payaso! vas a ver que pronto se te quita.

Debí suponer que no era buena idea subir a una terraza en plena madrugada donde soplaba un viento salido del polo norte. Desde el día anterior ya sentía molestias en la garganta y la nariz, pero la cosa empeoró después de tomar una Coca-Cola en la noche con muchísimo hielo. Sabía que algún día el vicio marcaría mi final.

—Solo quería sentirme vivo y ahora estoy a punto de morir —susurré antes de estornudar como cinco veces— awela, tengo musho calor, ya no aguanto, moriré asado y me darán de comer a los perros...

—¡Ay ya León, no digas loqueras! Aguántate ¿Qué no eres hombrecito pues? —me gritó desde quien sabe dónde. Yo me encontraba en el cuarto de mi madre, acostado en la cama, con la puerta abierta y el ventilador al mínimo. La única ventana de la habitación otra vez estaba desbloqueada, gracias a mi abuela, lo que me puso de mal humor porque se colaba mucho sol y poco viento.

Mi abuela me recomendó tomar bastante agua y dormir en lo que me hacía efecto la medicina, lo que sería una gran idea si en Tuxtepec no hiciera un calor infernal. Lo peor ni siquiera es el calor (en Puebla-York también hace) sino la humedad, que te deja una sensación de bochorno eterna que antes solo sentía en los días de lluvia.

Escuché que mi abuela le daba la bienvenida a alguien y poco después David se asomó por el marco de la puerta, chupando un bolis de Choco Milk. Al ver la sonrisita que puso supe que lo hizo adrede.

—Fuera de aquí chaneque —murmuré tomando un pedazo de papel de baño para sonarme la nariz. Al terminar dejé la basura en una bolsa de plástico al pie de mi cama, que ya estaba a rebosar.

—Si te mueres ¿me vas a dejar algo? —sonrió con sorna para después llevarse el bolis a la boca. Pese al mal humor pude notar que, como pocas veces, David se comportaba como alguien de su edad.

—¿Qué tanto tengo que sufrir para que tu estés feliz? —bromeé fingiendo molestia.

—¿Puedes sufrir toda tu vida?

—Ah, chinga a tu madre —le dije antes de hundir la cabeza en la almohada. Mala idea, me empecé a ahogar con mis propios mocos.

La visita duró muy poco y no recuerdo más. Solo sé que después de eso pasé gran parte del día durmiendo, soñando. En mis pocos momentos de vigilia lo único que hacía era pensar y odié cada segundo, sobre todo porque en el estado en el que me encontraba no podía controlar el rumbo de mis pensamientos. Quizá por eso también odio dormir y soñar; es un momento en el que quedo a merced de los recuerdos y los miedos, en el que mi cerebro encuentra nuevas formas de joderme mientras estoy indefenso.

En ese instante tan confuso y dominado por la fiebre recordé algo que me esforcé por olvidar.

—León, me parece bastante bien que leas tanto, pero ¿has pensado en probar algo diferente a esto?

Yo estaba por salir a un partido de fútbol con unos amigos, a pocos pasos de la puerta y con la mochila ya colgada en el hombro. Mi padre sostenía un libro con la cabeza inclinada y una mano metida en el bolsillo del pantalón. Como siempre transmitía una extraña sensación de pulcritud y seriedad. Vestido de camisa blanca y corbata, en medio de nuestra iluminada sala impecable, hacía ver la habitación como el área de descanso de un edificio de oficinas. Los únicos objetos de color vibrante eran las novelas que dejé en la mesita.

—¿Cómo qué?

—Te voy a prestar algunos libros muy buenos que tengo guardados —dijo con una sonrisa apuntándome con la novela, feliz de que le hiciera esa pregunta—. Son los que me compró tu abuelo cuando entré a la universidad, puede que no entiendas todos los términos, pero sería bueno que comenzaras a familiarizarte con ellos para cuando entres a la facultad de medicina.

—¿Tengo que hacerlo? —protesté.

—Bueno, no es obligatorio, pero será bueno para ti leer algo que te ayude en tu futuro. Estos libros —agitó con ligereza la colorida novela de fantasía infantil—están bien para entretenerte un rato, para que te diviertas, pero a la larga no nutrirán demasiado tu cerebro.

Observé la pila de novelas en la mesita de la sala sin decir palabra, y al ver mi reticencia, mi padre esbozó una pequeña sonrisa conciliadora.

—Solo es una sugerencia.

Solo es una sugerencia...

Esa frase se repitió en bucle en mi cabeza mientras volvía a dormir, con un sentimiento de pesar en el pecho.

No quería recordarlo, de verdad no.

Detesto pensar que fui tan estúpido para hacerle caso. Me odio a mí mismo por tomar un camino que no era el mío.


◇◆◇◆◇

Gracias por leer.

Y recuerden chiques, si necesitan estimular sus sentidos es mejor sostener un pedazo de hielo, chupar un limón o enjuagarse la cara con agua fría, en lugar de irse a una terraza helada en la madrugada. 

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora