Capítulo 26

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David

Pienso que para irte de un lugar al que has ido a vacacionar los días más adecuados son los del final de la semana, es decir, los viernes, los sábados y los domingos, mientras que el peor día es el martes ¿A quién se le ocurre? ¿Cómo llegas a la conclusión de que tu viaje debe terminar el martes, sin que tengas que verte obligado a ello? Pues bien, León, que podía escoger cualquier día para irse, decidió hacerlo un martes seis de agosto, a una semana de que yo tuviera que volver a clases.

La semana pasada ya había realizado el estresante y molesto proceso de reinscripción, y el simple acto de volver a ponerme el uniforme, llegar a la escuela y ver las filas de estudiantes me puso enfermo. Iba a regresar a ese maldito lugar que no me ayudaba en nada, y esta vez, no tendría una motivación que me ayudara a sobrellevarlo, no podría volver a casa y ver el rostro sonriente de León, ni podría imaginar que el fin de semana haríamos algo divertido. Él le prometió a doña Fina que la visitaría de forma regular, sin embargo, nada de eso borraría las temporadas en las que él no estaría, no cambiaría el hecho de que yo estaba por volver a mi vida común y corriente. Su partida sería el verdadero fin de las vacaciones.

Fue como ver venir una gran ola, o un golpe que sabes es imposible de esquivar.

Mi madre lo llevó en coche a la terminal de autobuses. Doña Fina y yo los acompañamos.

Mientras León se despedía de todos yo imaginaba mil escenarios en los que se quedaba. Grabé en mi memoria cada uno de sus rasgos físicos; sus ojos sonrientes, su frente despejada, su sonrisa llena de confianza.

La única que compartió mi tristeza fue doña Fina, quién se puso a llorar durante un breve instante, en el que León la abrazó murmurando palabras de consuelo.

Cuando él se dirigió a mí, tal vez para despedirse o tal vez para preguntarme qué hora era, yo me dejé llevar por el ansia de mantenerlo cerca de mí y lo abracé de improvisto.

Esa fue la primera y única vez que lo hice. Hundí mi cabeza en su hombro y lo abracé con más fuerza de la necesaria, abrumado por el calor que emanaba, por mis propios sentimientos. Más que despedirme me aferraba a él, y por un momento aquella cercanía borró todo lo demás, mi futuro, mi pasado, mi entorno, las personas ahí. Por un momento la fantasía alcanzó su punto máximo...

Luego se desvaneció.

—Yo... eh... también te voy a extrañar —dijo mientras me daba un par de palmadas en la espalda.

Me tomó de los hombros para apartarme de él; sonreía con una mezcla de ternura e incomodidad en su rostro. Era una sonrisa muy parecida a la que mi maestra de primaria le dedicó a un niño que le dio una rosa en San Valentín. Es probable que en ese momento descubriera que estaba enamorado de él. Si ése fue el caso es comprensible que haya reaccionado así. Siempre es incómodo cuando le gustas a alguien demasiado joven. Esa verdad no desaparece el dolor.

Nunca esperé que mis sentimientos fueran correspondidos, no soy estúpido, pero tampoco quería verme descubierto.

Mi madre y doña Fina me consolaron como si fuera un niño, me frotaron la espalda y me dieron ánimos y miradas de ternura, lo que solo me hizo sentir peor. Ni siquiera imaginaban lo que acababa de ocurrir.

El altavoz anunció el autobús de León, él cruzó una puerta vigilada por un guardia y se perdió entre la gente.

Durante el camino de regreso no escuché ni una sola palabra de mi madre ni de doña Fina.

Una vez en casa me encerré en mi cuarto a dormir, y si hubiera podido, la siesta se habría extendido hasta el regreso de León. Todavía me quedaba un poco de libertad antes de volver a la escuela, pero no sabía de qué me serviría sin él.

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora