David
De niño Cleo era mi heroína.
Me recordaba a esos protagonistas solitarios que viven como quieren pero que al mismo tiempo hacen lo correcto, aunque sea difícil o el mundo los odie. Admiraba su forma libre de ser, la manera en la que se plantaba como si siempre estuviera lista para pelear, lo que parecía ocultarse detrás de sus ojos. Podía imaginarla como la vaquera más ruda del oeste, una buscadora de tesoros o una intrépida detective.
Doña Martina tenía una opinión diferente sobre su hija. Decía que se echó a perder, que era una irresponsable incapaz de llevar una vida decente, porque a Cleo le importaba poco asentarse en un trabajo y tuvo unos treinta empleos diferentes. En el que menos duró fue como camarera en un restaurante, exactamente una tarde. Escuché que salió hecha una furia después de golpear a su jefe, lo que me pareció muy genial. Nadie me quiso decir lo que el tipo hizo, pero estaba seguro de que fue algo malo, porque ella no golpeaba a la gente porque sí. La señora Martina en cambio pensaba que Cleo exageró.
—Tiene que entender que a donde sea que vaya va a encontrar cerdos así. Debe aprender a aguantarse si no quiere seguir perdiendo trabajo —la escuché decirle a doña Fina, con quien conversaba casi siempre que venía a visitar a Cleo.
Era una tarde de primavera, yo estaba oculto y atento a lo que decía la señora Martina. Ella se exaltaba tanto al quejarse que lo hacía a gritos. Cuando regañaba a Cleo en su departamento, que quedaba al lado del mío, podía escucharla desde mi cuarto como si la tuviera al lado. Su ira fácil e intensa me hacía sentir que en cualquier momento le iba a dar algo, y la verdad es que a veces lo deseaba, como que era divertido imaginar el espectáculo que se armaría si tenía un paro cardíaco o se le subía la presión. Sin embargo, aunque en un principio solo podía verla como una villana odiosa, poco a poco sus argumentos taladraron en mi cerebro, me hizo pensar que quizá estaba mal admirar a Cleo y debía avergonzarme de tenerla como ejemplo a seguir.
Ese día mientras la espiaba, Cleo todavía era mi heroína, pero ya se encontraba en mi corazón la primera y diminuta mancha de duda. La conversación entre ella y doña Fina avanzó y entonces escuché lo siguiente:
—Y lo peor es que le llena la cabeza a ese niño con sus tonterías. Se la pasa hablando de quién sabe qué con él y el niño anda con delirios de cosas que ni existen. Se lo digo Josefina, ese chamaco va a crecer mal donde no hagan algo.
—¡Ay, Martina que dice! Si David es un niño super bueno, y Cleito no le dice nada malo. Sea comprensiva, aprecie que su hija está con usted. El día en que la pierda lo va a lamentar.
—¡Uy, si ya me estoy lamentando de tenerla y que me haga enojar con sus estupideces!
—¡Ay, ya, no diga eso! dijera mi santa madre que en paz descanse «ahorita te andas quejando y luego vas a estar llorando como pendeja». Ya, ya, olvidémonos de esto y mejor hablemos de otra cosa...
Las palabras de la señora Martina me enfurecieron ¿Cómo podía decir esas cosas de Cleo? ¿Cómo se atrevía a hablar de mí? «¡es una tonta!» pensé. Sin embargo, esas palabras fueron un pilar fundamental en mi cambio de opinión sobre Cleo, que se consolidó tiempo después, al igual que una señal de que debía abandonar la lectura.
Los libros siempre estuvieron presentes en mi vida gracias a mi madre, pero me obsesioné con ellos poco antes de que mis vecinos se mudaran. Fui normal de los cuatro a los ocho, cuando jugaba con ellos y me juntaba con uno o dos niños en la escuela, después de eso, relacionarme se volvió complicado. En la escuela lo único que quería hacer era leer durante los recesos, en lugar de estar en el patio. Aunque me juntara con algunos niños o dejara la lectura por momentos me gané el título de solitario, y aquello parecía ser algo terrible. Algunas profesoras y compañeros se preocuparon por mí y me alentaron a convivir más con el resto, pero yo hice oídos sordos, fastidiado. Después los comentarios sobre mi hábito se presentaron en mi vida fuera de la escuela, de parte de la señora Martina, de mi abuelo, que pensaba que leer era una pérdida de tiempo, y de mi abuela.
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Motas de polvo en la historia del mundo
Genç Kurgu¿Qué se hace cuando tu vida no es lo que quisieras que fuera? ¿Qué se hace cuando eres incapaz de cambiarla? *** David es un adolescente que lleva una existencia bastante aburrida. Es la única persona de su edad en el barrio donde vive, detesta la...