Capítulo 29

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David

El mes de agosto fue lamentable. Me lo pasé a la espera de algún mensaje de León mientras revisaba su perfil de Facebook de tanto en tanto. Me preocupaba que, de haberse dado cuenta de mis sentimientos, optara por evitarme ¿Capaz lo asusté? ¿O se trataba de su simple costumbre de revisar sus mensajes cada mil años? Quizá... solo no tenía ninguna razón para escribirme. Tampoco es que fuéramos amigos.

Ese mes también me tocó hacer equipo con la odiosa de Wendy Sáenz, un lunes al mediodía. En realidad, importa poco quién es, lo único que debes saber es que es la típica chamaca metiche que te quiere terapiar a la primera de cambio. Nunca hubiera hecho equipo con ella si el profesor no nos juntaba al azar. Yo guardé mi teléfono y puse la mochila debajo de mi asiento, para evitar que se pusiera a inspeccionarlo, de ahí le di el avión mientras ella hablaba sin parar. Pensé que tenía todo bajo control, pero Wendy superó mis expectativas.

—Oye David, tú no vives con tu papá ¿verdad?

—No.

—Ah ¿y cómo es eso?

—Es cómo no vivir con mi papá.

Ella resopló y rodó los ojos.

—O sea, que se siente vivir así. Lo digo porque yo a mi papá lo quiero un chingo, y no quiero ni imaginar cómo sería vivir sin él.

«Si no quieres ni imaginarlo ¿para qué preguntas? Y encima vives en México ¿en serio nunca has conocido a otro chico sin padre a quién preguntarle?»

—Pues es normal.

—¿Cómo normal?

—Así como cualquier cosa.

—Pues yo no creo que eso sea cualquier cosa, la verdad.

Yo me tensé al instante ¿A qué venía ese tono serio, como si hubiera insultado a su madre?

—Ya. Pues para mí es así.

—O sea, tú puedes decir eso, pero es obvio que crecer sin un padre está cañón, aunque no lo quieras reconocer.

Fruncí el ceño.

—¿Directamente no me vas a creer...sobre una situación que yo mismo vivo?

—Mira, no te lo digo para hacerte sentir mal ni nada, solo digo que lo normal es que si creces sin tu papá desarrollas como un trauma ¿no?

—Vaya, y tú eres la experta en traumas.

—Es cultura general David —dijo rodando los ojos.

—Apurado te sabes las siete maravillas del mundo y me quieres hablar de cultura general.

—¡Ay, eso qué David! —me miró con furia un segundo y luego se levantó—ay mira ya me harté, si te vas a comportar como un pendejo mejor hago el trabajo yo sola.

Colgó su mochila al hombro, cargó su banca y se movió con cierta dificultad al otro lado del salón, cerca de la pizarra. Algunos compañeros voltearon a verla, y el profesor, que había pasado olímpicamente de todos, se levantó para preguntarle que sucedía. Desde la distancia pude medio escuchar que Wendy le susurraba «es que David me ha estado diciendo de cosas, y cuando le quiero hablar hace como que no me oye».

—Ahorita voy a hablar con él —murmuró el profe antes de dirigirse a mí—David, tu compañera me dijo que la estuviste molestando. Solo te voy a decir que... —y se echó un discursito que ya he olvidado y al que asentí, para después regresar a su escritorio.

Esa fue su mágica solución.

Una vez el profe se alejó me encontré con la mirada de Andrea, que me observaba con tanta atención y descaro que hasta me sentí incómodo, desnudo, descubierto. No sé como explicarlo. Su expresión era serena y sus gafas redondas hacían que sus ojos parecieran más grandes.

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora