David
Sabía que estaba soñando.
Me hallaba en una habitación borrosa en donde lo único claro era una anciana sentada en un sillón. Se trataba de una famosa escritora y dibujante de cómics que, por alguna razón, lucía igual a como me imaginaba a la reina de Inglaterra. Yo era un entrevistador. Le pregunté qué era lo que más le gustaba de su trabajo, y ella me contestó con toda naturalidad que no le gustaba escribir ni dibujar cómics.
—¿Entonces por qué lo hace?
—Porque ningún otro trabajo me disgusta menos y algo tengo que hacer para sobrevivir. Las personas suponen que como me dedico a esto me apasiona, pero están equivocadas. Lo que me gusta es imaginar historias que me entretengan, pero darles un sentido, escribir, dibujar, nada de eso me gusta. Prefiero los disparates de mi cabeza a las cosas bien hechas y solo las personas horribles venden disparates. Pero hay que aguantarse. A veces, pareciera que la vida se trata sólo de aguantar ¿sabes? Aguantas la escuela, aguantas tu trabajo, aguantas a tu familia y aguantas y aguantas y aguantas y aguantas y aguantas y aguantas hasta que mueres.
Desperté con un sobresalto, dando una bocanada de aire.
En ocasiones soñar se parecía a ahogarme en un mar tormentoso.
Me dolía el cuerpo, me picaba la esquina izquierda del cuello, tenía los ojos hinchados, la cabeza embotada y náuseas. Ojalá esos malestares hubieran sido síntomas de resaca, en su lugar eran la prueba de que ya ni para dormir servía.
Tardé un momento en levantarme para ver la hora en mi celular; tal y como supuse, me desperté antes de que la alarma sonara, en una mañana tan pinche caliente que sería imposible volver a dormir.
La primera mitad del día se me fue como si nunca hubiera existido. Por mucho que lo intente es imposible recordar qué hice en la escuela, y tampoco me importa en realidad. De regreso a casa en el autobús luché contra el sueño que me provocaba el sol del atardecer y el arrullo de los traqueteos del transporte. Me llamó la atención recibir un mensaje de mi madre diciendo que me esperaba en la cocina de doña Fina. Hasta hace unos días aquella noticia me habría puesto de mal humor, pero en ese momento mi corazón se llenó de expectativas. Moví la pierna derecha con nerviosismo, miré a la ventana y conté cada sitio conocido, como si el saber qué tan cerca estaba de la vecindad me hiciera llegar más rápido.
La puerta de la casa estaba abierta cuando llegué. Al pararme en la entrada de la cocina, descubrí que el espacio impecable y controlado que pertenecía a mi casera fue invadido por un extraño; la mesa estaba manchada por una sustancia derramada, tenía trastes y utensilios sucios, una bandeja con merengues del tamaño de mi puño, un cartón de leche aplastado, cáscaras de huevo partidas con tanta torpeza que estaban trituradas, cáscaras de coco y una bandeja con piezas de coco que comían mi madre y doña Fina. En la estufa algo se cocía a baño maría.
Mi casera y mi madre estaban sentadas frente a frente en la mesa, y ambas miraban a León, que estaba recargado de espaldas en la encimera al lado de la estufa. Desde mi posición podía ver las nucas de las mujeres y su rostro.
La escena que tenía ante mí parecía tener un filtro que hacía ver todo más cálido, repleto de naranjas y amarillos. Por un instante la imagen me resultó un poco borrosa y las risas sonaron lejanas, como si observara el episodio viejo de alguna serie, o visitara un recuerdo, o como si el marco de la puerta fuera un portal a otra dimensión. La habitación era algo a lo que no podía pertenecer.
El presente no debería sentirse así.
León fue el primero en saludarme, ellas lo secundaron. Al ver el rostro de mi madre, de golpe recordé las cosas que pensé la noche anterior y fui incapaz de mantener la mirada. Quién sabe si ella se dio cuenta.
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Motas de polvo en la historia del mundo
Fiksi Remaja¿Qué se hace cuando tu vida no es lo que quisieras que fuera? ¿Qué se hace cuando eres incapaz de cambiarla? *** David es un adolescente que lleva una existencia bastante aburrida. Es la única persona de su edad en el barrio donde vive, detesta la...