David
Llevaba al menos media hora tratando de enfocar mi atención en las copias que nos dejó la profe Cecilia, sin poder pasar del segundo párrafo, como si mi mente se negara a procesar la información. En momentos así mi imaginación se activa y me lleva volando a mil sitios e ideas diferentes. Antes de darme cuenta ya he perdido bastante tiempo.
Siempre me ha resultado difícil todo lo que tiene que ver con el estudio. Me cuesta mucho comprender las palabras de los textos, prestarles atención a todas esas tonterías que nada tienen que ver conmigo, y que nunca me van a servir para nada práctico en la vida.
«Concéntrate, concéntrate, concéntrate» me repetí frotándome la cabeza con furia. Era la tarde de domingo después del paseo con León, y yo lamentaba que mi precioso día de descanso se gastara en tarea.
Odiaba todas las materias, ninguna servía para nada útil, a excepción de las matemáticas básicas, y como yo no sabía qué carrera iba a estudiar, no sabía a cuáles les tenía que sacar provecho. En general, cualquier trabajo me sonaba cansado.
«¡Ojalá las vacaciones llegaran mañana!» pensé recargando la cabeza contra la mesa pequeña que me servía de escritorio. Me quedé un rato así, tendido, iluminado con el sol de la tarde que hacía de mi cuarto un infierno, para después levantarme con renovadas energías. León se quedaría al menos todas las vacaciones y si quería concentrarme solo en nuestra investigación, sin culpa ni angustia por haberme echado una materia, tenía que acabar con todos mis pendientes escolares. Pasaría, aunque fuera con seis, y las vacaciones serían mi recompensa. Me motivé pensando «esto durará poco» y volví a leer el párrafo sin detenerme en aquello que escapaba a mi comprensión.
En junio llegaron los exámenes parciales y los ordinarios. Fue una temporada en la que el estrés y la libertad se sentían en el aire, en la que yo pasé gran parte del tiempo encerrado en mi habitación, hundido en mis apuntes y guías. Era doloroso cada vez que tenía que rechazar una invitación a quedarme en el patio, o ver como León salía a quién sabe dónde, ya recuperado de su enfermedad. Aun así, pude tener mis momentos de relajación de tanto en tanto.
Hubo un sábado en el que fueron León y doña Fina los que vinieron a la casa. Nos avisaron de su visita con anticipación y yo me puse nervioso porque mi casa era un espacio bastante privado, que mi madre y yo tratábamos de mantener libre de terceros. Las personas que dejábamos pasar (por lo general) eran gente que mi madre conocía desde hace tiempo, como mis abuelos, Rosa o doña Fina. La última extraña a la que me acostumbré era Cleo, a quien conocí cuando tenía diez años, y fue un caso especial porque le gustaban los libros.
En aquel entonces mi madre y yo solo podíamos hablar entre nosotros de esos bloques de papel llenos de historias, y al ver que Cleo solía tener ejemplares a la mano, mi madre sintió el irrefrenable deseo de ser su amiga.
En un principio Cleo me intimidó, porque se salía del núcleo familiar y era demasiado seria y callada. Había algo en su rostro, en su mirada de párpados caídos, que infundía un profundo respeto. La primera vez que le hablé trataba de demostrarme a mí mismo que no tenía miedo, pero también estaba muerto de curiosidad. Le pregunté por el título del libro que tenía en la mano, el cual sostenía de tal forma que la portada quedaba fuera del campo de visión, y ella me dijo que era «Rebelión en la granja». Le hice más preguntas y a medida que me contestaba le conté un montón de cosas que ella ni me preguntó, lo que en vez de incomodarla la hizo relajarse. Mi madre, que conversaba con ella antes de que yo interrumpiera, sonrió con ternura.
Pronto me dejó de dar miedo. La siguiente vez que vino, Cleo me prestó un libro y yo le di las gracias lleno de felicidad. Se notaba que me prestó atención porque era justo el tipo de historia que a mí me gustaba. Trataba sobre un niño que era contratado para hacerse pasar por el hijo de un presidente y entrar a una competencia llena de niños ricos, donde el ganador recibía un premio increíble. O algo así.

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Motas de polvo en la historia del mundo
Roman pour Adolescents¿Qué se hace cuando tu vida no es lo que quisieras que fuera? ¿Qué se hace cuando eres incapaz de cambiarla? *** David es un adolescente que lleva una existencia bastante aburrida. Es la única persona de su edad en el barrio donde vive, detesta la...