Capítulo 20

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David

Los días más maravillosos de las vacaciones los recuerdo con envidia y amargura. Fue una temporada tranquila en la que mis únicas responsabilidades consistieron en labores del hogar.

Recuerdo dormirme de madrugada con la vista clavada en la ventana imaginando un escenario en el que mi madre y Adela nunca se pelearon ni la última dejó de venir, en el que conocía a León desde pequeño y lo admiraba como a un hermano mayor. En esa fantasía cada año durante las vacaciones esperaba las visitas de León, hasta que cumplidos los dieciséis él y su familia me invitaban a visitarlos a Puebla. «Se conocen desde pequeños, y es amigo de la familia, claro que puedes ir» me decía mi madre, y yo me subía a un autobús para dejarlo todo atrás.

◇◆◇◆◇

Aunque León era una persona activa también pasó tiempo encerrado en su habitación, pintando. A veces salía a trabajar al área de lavandería, los días en los que no la ocupaba nadie, y pintaba el cielo.

Quería acompañarlo una que otra vez, pero recordaba que al dibujar no me gustaba que me miraran, y aunque León fuera más alegre, seguro y sociable que yo, era inevitable sentir que a él también le molestaría. Lo único que me quedaba por hacer en esas ocasiones era pasear por el patio a la espera de verlo recargado en el parapeto.

Un día, pese a todo, decidí subir. Lo hice sintiéndome un poco mal conmigo mismo, porque odiaba la idea de ir detrás de él como si fuera su sombra. Ese sentimiento era lo que me frenaba para seguirlo en algunos de sus paseos por la ciudad, o cuando visitaba a Lupe, pero en ese instante el impulso de estar con él fue demasiado fuerte ¿Habrá sido porque esa tarde fue especialmente aburrida? ¿O por la extraña soledad que me ahogaba en ocasiones? Quién sabe.

Él llevaba un rato en la lavandería así que pensé que lo encontraría trabajando, pero su libreta estaba limpia y los frascos cerrados. Sostenía un lápiz sin decidirse a dibujar, y al verme lo hizo con esa expresión distante y exhausta que se asentaba algunas veces en su rostro, sin saludar ni sonreír de inmediato.

Hizo un movimiento de cabeza, como preguntando «¿qui'ubo?» y yo me acerqué.

He olvidado con qué temas empezamos la conversación, pero recuerdo que León recuperó poco a poco su entusiasmo acostumbrado, hasta que expresó su deseo de realizar una noche de karaoke. Yo medio me burlé y le dije que el karaoke era para ancianos y borrachos, y él insistió en defender la «intrínseca diversión, catarsis y unificación» que generaban las noches de karaoke en grupo. Hablamos alzando la voz y al mismo tiempo, como si estuviésemos en un vídeo de «vete a la versh», lo que significa que nos divertíamos.

Una vez nos calmamos me preguntó si mi madre tenía un micrófono, y cuando le dije que no suspiró decepcionado.

—Me imagino que tampoco tendrás un amigo que nos lo pueda prestar.

—Ni siquiera tengo amigos —dije con una sonrisa falsa, tratando de encontrarle la gracia a una situación que no la tenía.

—No digas eso —murmuró distraído.

—¿Por qué? Si es la verdad.

—¿Lo dices en serio?

—Ajá —su rostro adoptó una expresión grave y yo tuve ganas de retroceder. En lugar de eso alcé los hombros mirándolo con algo de molestia y desafío—¿qué?

Él guardó silencio unos segundos, mirándome con esos ojos que se encargaban de sermonear en lugar de sus palabras. Luego eligió no meterse en el barro.

—Nada. Olvídalo —desvió la mirada e hizo otra pequeña pausa antes de cambiar de tema—creo que igual puedo rentar un micrófono, aunque... ¿Existe algo como eso? ¿La renta de micrófonos? Me parece lógica la renta de un equipo de música ¿pero de un solo micrófono...?

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora