Capítulo 10

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León

El jueves de mi primera semana en Tuxtepec decidí entrevistar a los vecinos para obtener información sobre el pasado de mi mamá. Según mi abuela, doña Beatriz y don Lupe llevaban más de cuarenta años viviendo ahí, desde antes de que mi mamá naciera, así que eran los testigos perfectos (si es que tenían buena memoria, claro está).

Al parecer a ninguno le gustaba salir de casa, y de Beatriz me advirtió que la tratara con delicadeza. Era sangrona, mal encarada y grosera, y entre más años cumplía más visceral era su comportamiento. Mi abuela era una mujer segura y de carácter fuerte, y aun así tenía que prepararse mentalmente antes de ir a cobrarle cada mes de renta. En una ocasión pasó una semana tocando a su puerta sin que la mujer se dignara a darle el pago, peleando a gritos, hasta que se hartó y la amenazó con llamar a la policía y mandarla a la calle.

En vista de que era el rival más fuerte me acerqué primero a su departamento, que estaba en el primer piso.

—¡Buenas tardes! —saludé tocando a la puerta— soy León, el nieto de Josefina, me gustaría hacerle unas preguntas.

Solo recibí silencio como respuesta, pero sabía que estaba ahí, solo se hacía la sorda.

—¡Disculpe! —grité con más fuerza mientras volvía a tocar— ¡¿Podría-

—¡SIGUE APORREANDO MI PUERTA HIJO DE TU PUTA MADRE Y TE VOY A METER UNA ESCOBA POR EL CULO!

Pegué un salto por el susto y decidí que lo intentaría después.

Me dirigí al departamento de don Lupe, que estaba en el segundo piso. Cuando la puerta se abrió me encontré con un señor bajo, muy moreno y gordo, cuyos ojos saltones de loco me recordaron a Bumi de «Avatar: la leyenda de Aang». Me miró de arriba a abajo preguntándome que quería sin disimular su falta de confianza.

—Buenas tardes, soy el nieto de la señora Josefina, me llamo León ¿está ocupado? Me gustaría...

—¡Por supuesto que estoy ocupado! ¡Estoy ocupadísimo en algo importante!

—¡Ah, lamento interrumpir! Solo quería hacerle unas cuantas preguntas ¿será que pueda decirme qué día tiene libre, para que venga después?

—¿«Día libre»? ¿Cómo se supone que sepa cuando voy a estar libre?

—¿No tiene días de descanso? —pregunté sorprendido.

—¡Por supuesto que tengo días de descanso! ¿Qué piensas que soy? ¿Una máquina? Ya quisiera verte a ti trabajando todas las semanas hasta el último día de tu vida sin parar.

—Entonces... ¿Puedo venir a verlo en su día de descanso?

—¿Para qué querías verme?

—Para hacerle unas preguntas —le recordé.

—Entonces quieres hacerme preguntas, no venir a verme ¡qué manera de hablar! Lo que deberías decir es «¿puedo venir a hacerle preguntas en su día de descanso señor Guadalupe?» como una persona que quiere darse a entender ¡uf!

—Lo siento ¿puedo venir a hacerle preguntas en su día de descanso señor Guadalupe?

—No me digas «señor Guadalupe» como si fuese un maldito mono trajeado, dime Lupe, que soy una persona normal.

Suspiré sin poder evitarlo.

—Lo siento ¿puedo venir...?

¡Ya, ya, ya! No repitas esa payasada que con una vez entiendo, ni que fuera un viejo senil que olvida todo a los cinco minutos. Puedes venir a hacerme preguntas cualquier día, pero nada garantiza que no esté ocupado. Si por algún motivo del destino me encuentras sin nada que hacer, y con humor para atenderte, responderé a tus preguntas.

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora