Capítulo 32

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Matilde

Nunca voy a olvidar el frío de aquella noche, ni el viento afilado que parecía a punto de derribarnos, ni el dolor de mi garganta, ni mis manos temblorosas. Tampoco las nubes que cubrían el cielo y las luces naranjas regadas en la oscuridad. Por encima de todo nunca voy a olvidarla a ella; la mirada de absoluto desprecio que me dirigió a poco de terminar nuestra relación, su cabello agitándose como el mar en una tormenta, su voz potente y desgarradora.

—¿¡En serio no estás harta de vivir aquí!? ¿¡De qué tu mamá siempre te diga qué hacer!? ¿¡Alguna vez has deseado algo más que esta vida de porquería que llevas!?

Yo no entendía por qué me torturaba con esas preguntas ¡Por supuesto que deseaba más! Quería conocer sitios lejanos en los que pudiera ser yo misma, salir de noche y volver a casa hasta las tantas de la madrugada, poner música a todo volumen sin temor a enfadar a alguien, beber alcohol y ser dueña de mis decisiones. Tomarla de la mano y seguirla hasta el fin del mundo. Lo que me frenaba es que estaba convencida de no tener opciones, de no ser lo bastante valiente para abandonar a mi familia y vivir a mi suerte, de que ella era especial y podía lograr todo lo que se propusiera, mientras que yo solo era una chica estúpida, inútil, patética y cobarde, que solo sabía seguir órdenes y que correría a casa al menor inconveniente.

Quise decirle lo que pensaba, gritarle de vuelta, pero el dolor de mi garganta era demasiado fuerte, y sabía que si hablaba empezaría a llorar, lo que ella detestaba desde hace tiempo. Adela estaba insatisfecha conmigo, y a mí me alteraba su creciente decepción ¿No era ella siempre la protagonista y yo el personaje secundario? ¿No estábamos bien con eso? ¿Por qué de repente me pedía más de lo que podía ofrecer?

Ahora me doy cuenta de que estaba equivocada en muchas cosas.

—¿¡Qué!? ¿¡Ahora yo soy la mala!? ¡No me mires así! ¡Si me hicieras caso no estarías llorando como pendeja!

Sin poder controlar las lágrimas me alejé de ella. Escapé.

—¡No me dejes hablando sola! ¡Matilde...! ¡Bien! ¡Hazte la víctima pues, pero no vuelvas a hablarme nunca en tu vida! ¿¡Me escuchaste!? ¡Y cuando te vaya de la verga con ése wey ni pienses en buscarme!

Bajé las escaleras a toda prisa y me detuve en seco al ver a don Lupe en el pasillo, recargado en el barandal.

«¿Cuánto escuchó?» Pensé con el corazón acelerado y segura de que me iba a desmayar en cualquier momento.

Él no me dirigió la mirada y continuó recargado en el barandal con aire ausente. No me atreví a permanecer más tiempo y regresé a casa rogando a Dios que no hubiera escuchado nada. Pese a saber que era una persona callada y que se mantenía al margen de las habladurías yo estaba paranoica desde que empecé a salir con Adela, con el temor de que en cualquier momento nos descubrieran.

Pasé el resto de la semana sin dormir, alterada, arrepentida y destrozada. A veces pensaba en visitar a Adela y disculparme, rogar por su regreso y prometerle que jamás volvería a guardar secretos ni hacerle caso a mi madre, y si me frené fue porque tenía demasiado miedo de que me rechazara, de no poder cumplir mis promesas, y por extraño que suene, de retomar la relación. Quizá porque todo lo bueno quedó en el pasado.

Me sentía cada vez más estresada con ella, atrapada, vigilada. Antes ella era la ventana a la libertad, un respiro de mi vida de prisionera, y de alguna forma lo que teníamos se transformó en un nuevo tipo de cárcel. Ya no podía tomar ningún tipo de decisión sin pensar en ella y sus sentimientos, cosas tan sencillas como hacer una nueva amiga o salir sola eran posibles formas de lastimarla o enfadarla. Comencé a hacer cosas a escondidas y a mentirle, y al final la lastimé de la peor forma.

Nada de lo que ella hizo justifica la forma en la que actué, y una parte de mí siempre se arrepentirá de no haberme disculpado.

◇◆◇◆◇

Hace mucho tiempo decidí que le ayudaría a Adela a cumplir su sueño, y esa semana de insomnio supe que una persona como yo nunca iba a poder darle lo que necesitaba.

Y ahora que soy mayor sé que ella tampoco habría podido darme la vida que deseaba.

Es terrible pensar que por mucho que nos amaramos eso nunca sería suficiente.

De joven creía estar destinada a no significar nada para nadie, a nunca ser la persona favorita o «especial». Puede que sea una expresión algo gastada, pero me sentía de forma constante como el personaje secundario en la vida de alguien más. Por supuesto, pensaba que la protagonista era Adela, y por eso, significó demasiado para mí cuando me dijo que yo era la persona que más quería en el mundo. La adoraba como si de una diosa se tratara, y el amor que parecía tenerme me conmovió de una manera enfermiza, porque si Adela me quería por sobre todos, puede que yo fuera mejor de lo que creía. Nunca se me ocurrió pensar que yo era lo que más amaba porque detestaba todo lo que estaba a su alrededor, ni que con el tiempo acabaría por aborrecerme a mí también.

Tengo muchos recuerdos de cuando era una estudiante, pero pocos de la escuela. Sé que me apasionaban las matemáticas, que trataba de pasar el mayor rato posible en la biblioteca y que era amiga de algunas profesoras, sin embargo, es como si mi vida escolar hubiera ocurrido mientras yo miraba hacia otro lado, como si pusieras una película, te durmieras y despertaras con los créditos ya en pantalla.

En aquella época cualquier vivencia aparte de mi amistad con Adela se iba al cajón de recuerdos borrosos. Y eso es muy triste.


◇◆◇◆◇

Gracias por leer.

Motas de polvo en la historia del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora