Capítulo 12

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Inicié aquella mañana haciendo una parada en el lugar donde había dejado guardada mi camioneta para tomarla

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Inicié aquella mañana haciendo una parada en el lugar donde había dejado guardada mi camioneta para tomarla. Hice algunas paradas: empaqué un par de cosas y compré algunos bocadillos en el camino antes de conducir a la dirección que Razel me envió la noche anterior, después de todo, había accedido a su petición, tampoco era como si pudiera negarme, no cuando aquel rastreador tenía ese aspecto. 

Entré a un condominio amplio, donde edificios altos y modernos se imponía a ambos costados de la vía cuyas áreas verdes los separaba de la zona peatonal. Era casi las cinco y media de la tarde, así que las calles se encontraban transitadas por familias y niños jugando con pelotas o patinetas, parejas jóvenes transitaban en animadas conversaciones amorosas y una que otra persona iba sumida en su propio mundo. El atardecer pintaba de colores cálidos la enorme superficie azulada en el que esponjosas nubes agrisadas despedían el sol desde la distancia. 

Distinguí la figura del profesor en la acera, incluso antes de que el GPS me indicara que había llegado a mi destino, estacioné a su lado mientras bajaba el vidrio de la ventanilla del asiento del copiloto y me incliné mordiendo la perforación de mi labio inferior tratando de ocultar el hecho de que estaba abrumado por verlo. Por su parte, él no tardó en asomar su cabeza a la vez fruncía el ceño, en el momento que nuestros ojos se encontraron, una amplia sonrisa se dibujó en su boca revelando una hilera de dientes blancos, ese simple acto aceleró mi corazón masoquista. 

—Linda camioneta, chico motociclista, ¿la alquilaste? —interrogó mientras abría la puerta trasera para lanzar su maleta a los asientos. 

Aguardé a que subiera a mi lado para responder su pregunta: 

—Es mía. —Sus orbes se abrieron con sorpresa. 

—Tienes una camioneta, pero usas una motocicleta para ir a trabajar. En definitiva, eres una caja llena de sorpresas —comentó con voz cantarina, me fue imposible no sonreír ante ella. 

Me puse en marcha de nuevo rumbo a las carreteras principales que me llevarían de regreso a Northesden, durante el camino mi acompañante se removió en el asiento como gusano mientras observaba todas las funciones que tenía los interruptores que estaban a su alcance, casi luciendo infantil. Fue entonces cuando una interrogante vino a mi mente: 

—¿Seguro pediste permiso? —interrogué. 

—Si te soy honesto. Soy el tipo de persona que prefiere trabajar en vez de tomarse unas vacaciones, de modo que tengo un montón de tiempo acumulado para ir a donde desee, eso sí, debo encontrar mi reemplazo antes de que eso suceda —comentó quedándose quieto una vez que le tendí una bolsa de papas fritas una vez abiertas—. Ya te imaginarás la cara que pusieron mis superiores cuando solicité el adelanto a mis vacaciones, fue épico. 

—¿Cuánto tiempo adelantaste? 

—Quince días. —Lo miré de soslayo con incredulidad—. ¿Crees que es poco? 

EN DISTINTA PÁGINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora