Jungsoo Park es un ser sobrenatural que vive entre los humanos, ocultando su verdadera identidad. Su vida cambia cuando se reencuentra con el hombre que fue su gran amor, pero que ahora tiene otra alma y otro pasado. Se trata de él, pero también de...
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Abrí la puerta del copiloto de la camioneta con algo de dificultad para introducir al dominante molesto al interior del vehículo, quien aún seguía soltando profanidades y maldecía a Hal de tantas maneras creativas que me fue imposible no sonreír. Llegó un punto en el Razel al tener contacto visual con mi persona se detuvo un momento a tomar aire y fruncir más el ceño.
—¿Quién demonios era ese bastardo, cara de búfalo?, ¿Ese era tu supuesto mejor amigo? Maldita sea. No me digas que es él... —Mi sonrisa se ensanchó, ese acto solo lo molestó más—. No debes estar hablando putamente en serio, Jungsoo. ¿En qué maldito universo retorcido un amigo trata al otro de ese modo?, ¿Acaso pensaba matarte?, ¿Cuál fue el puto mal que hiciste como para que reaccionara de esa forma tan violenta?, ¿le robaste dinero?, ¿te cogiste a su novia? Ese gran hijo de puta, quien demonios se cree, ¿¡Eh!?
Tiré de la tela de su camisa y acerqué mi boca entreabierta. En el momento que esta colisionó con la suya, soltó un sonido extraño al que decidí ignorar para cernirme sobre su anatomía sin dejar de rozar mis labios con los suyos. Su molestia se vio reflejada en la manera que sus dientes me castigaron, en especial mi labio inferior, tirando de forma ocasional de la perforación motivándome a hacer lo mismo. Jaló de mi cabello causando que un gruñido escapara de mi boca, y el hecho que sonriera a causa de eso, mandó punzadas a mi entrepierna.
—Ya es tarde. Deberíamos volver a la casa. —El hombre frente a mí asintió lamiéndose los labios, todo rastro de molestia había desaparecido de su rostro, por lo que sintiéndome un poco más relajado, rodeé el auto luego de cerrar la puerta de su lado.
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Después de darme una ducha fría, volví al cuarto de Tyler. Saqué algunas prendas de la mochila y cuando estuve a punto de deshacerme de la toalla que se sujetaba en mis caderas y cubrían mi hombría desnuda, noté la presencia del rastreador en el lumbar de la puerta. Sus ojos recorrieron mi pecho mientras mordisqueaba su pulgar izquierdo, ocultando de forma fallida una sonrisa detrás de este. Se acercó hasta donde yo me encontraba y en el instante que estuvo a un paso frente a mí conectó su mirada con la mía. Solo entonces me percaté que en sus ojos cargaban un deseo pecaminoso; sus pupilas estaban dilatadas y había una ligera rojez en sus mejillas.
