⁶ Sólo tú sabrás.

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«Parece apunto de comerme vivo

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«Parece apunto de comerme vivo. A esa altura, ahí es donde veo la cima todos los días...»

Después de lo que pareció una eternidad, Kageyama Tobio pareció terminar con el increíble problema

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Después de lo que pareció una eternidad, Kageyama Tobio pareció terminar con el increíble problema.

Shoyo aún estaba en el suelo, cubierto por el agua y el frío. Tapándose los oídos y apretando los ojos con fuerza.

—Te vas a resfriar. —Pronunció con una seriedad característica de sí mismo el número nueve.

Mira, ¿de quién es la culpa? Kageyama idiota.

El pelirrojo realmente no podía soportarlo más. ¿Por qué demonios no corrió lejos de esa escena? ¿Por qué quiso permanecer cómo si no fuese nada? Estaba claro que era mucho: sentir la tensión y un tono de voz de Tobio que nunca se le había pasado por la cabeza.

—Te dije que vas a coger un resfriado. —La misma mano fuerte y mojada de antes agarró su antebrazo, obligándole a levantar la cabeza del susto.

Y lo vio. El rostro circunspecto de Kageyama, con ese molesto ceño fruncido y sus penetrantes ojos azules. ¿Por qué aquellos ojos se parecían de repente al paisaje de la ventana? Esos orbes profundos e inexplorados, llenos de un color singular y pulido.

¿Pero qué demonios acabo de pensar?

Con una fuerza distinguida, agarró su camiseta desde el cuello provocando que el número diez comenzara a gritar.

—¡Idiota, déjame, Bakayama tonto!

Su cuerpo chocó contra los azulejos, aquellos en los que minutos antes había detallado a la perfección la espalda de su compañero.

Lo miró con desconcierto.

—¿Cuando vas a dejar de ser tan terco? Mejor utiliza esa velocidad que tienes para bañarte antes de que regresen los demás.

Shoyo no lo podía creer. Tenía los ojos y la boca desbordados, apunto de caer al suelo de la impresión. Primero: ¿Por qué era Kageyama tan jodida e impresionantemente más fuerte de lo que pensaba? Y segundo: ¿Cómo podía bañarse normalmente en el mismo sitio en el cual se había llevado a cabo una masturbación?

¡No lo sabía! ¡Básicamente quien se moriría aquella tarde sería él!

Shoyo suspiró rendido, resignado a la idea de que debía bañarse con incomodidad y no emoción, como quince minutos antes.

—Ah, Shoyo...

Hinata palideció mientras se quitaba la camiseta mojada, siendo sorprendido por el rostro de Kageyama asomándose en medio de la puerta.

—¡¿Qué demonios quieres?!

Le gritó con pánico, sintiendo el calor de su cuerpo y las mejillas calientes, casi como si fuesen a explotar.

Tobio lo miró profundamente, como si estuviese estudiándolo, como si fuese un balón de vóleibol apunto de ser lanzado para anotar. Sintió un leve tirón en su pecho. Y ansiedad. Los latidos de su corazón se volvieron rápidos, tragando grueso y queriendo evitar por completo esa mirada absorbente, fracasando por completo en todos sus intentos.

Había algo en Kageyama que era como ese bosque de pinos.

Por fin, el armador se recompuso, abriendo sus atractivos labios para dar una sentencia final:

—Sólo tú sabrás de esto, idiota. 

'°'

¿Qué estaba pasando por mi mente en esos momentos?

El azabache se tiró a su cama, tendida con unas sábanas del mismo color de sus ojos. Comenzó a cerrarlos con fuerza, haciendo que su cabeza doliera con intensidad al recordar todo lo que había pasado hace treinta minutos. El sueño, el paisaje, su problema, su frustración, su miedo, el agua corriendo, el idiota de Hinata, la adrenalina, la presión en su abdomen y finalmente la incomodidad.

Se cubrió el rostro con fuerza. ¿Cómo pudo decirle que se bañase con rapidez, cuando él se demoró media hora en la ducha?

Soy terriblemente estúpido.

Quitó sus manos al sentir un leve viento en su rostro. La ventana estaba abierta. ¿Hinata la abrió?

En medio de su desespero, buscó refugiarse en ese cálido paisaje a pesar de estar destinado a ser frío. Cómo los rayos del sol estaban perdiendo su fuerza, regalándole una vista sinceramente placentera y fastuosa.
El paisaje siendo engullido por la oscuridad en medio de una pequeña luz, los árboles allí parados esperando el manto negro que pronto les haría casi invisibles.

Tobio sintió una presión en su pecho. Desde pequeño, esos momentos en donde podía apreciar el cielo, o la luna a su altura, o los rayos del sol esperándole, significaban mucho para él. No supo en qué momento lo tomó como un hábito, casi como un ritual: le hacía sentirse pleno y, al mismo tiempo, lograba sentir cómo si fuera la cima esperando por él. Cómo si las estrellas le susurraran al oído "vuela y alcanza todo esto que ves, todo esto que te fascina".

Y entonces, en medio de su ensoñación y anhelo, en medio de sus gritos internos que necesitaban un lugar para salir, en medio de su instante de profunda admiración, se dio cuenta de que ya no estaba sólo.

Por fin, luego de años y años contemplando los atardeceres y los colores burbujeantes del amanecer, después de años empecinado en su propio ideal, algo le gritó que no era el único que sentía esa diferencia. Que no era el único que podía apreciar si los colores se mezclaban o permanecían igual, que no era el único que podía darle un significado al bosque de pinos.

«Parece apunto de comerme vivo. A esa altura, ahí es donde veo la cima todos los días...»

Los ojos castaños, pertenecientes al dueño de aquellas palabras, se giraron en su dirección.

—Es hermoso, ¿no es así?

—Es hermoso, ¿no es así?

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Kageyama's problem. 'kagehina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora