²² Tal vez.

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—¿Esto... está bien?

Unos ojos fríos y nublados lo miraron desde arriba.

Por un segundo, Hinata se sintió cómo la primera vez que Kageyama le gritó ¿Que estuviste haciendo estos tres años? Estaba siendo inspeccionado por ese rey de catadura seria y sombría. Probablemente estaría repitiendo en su mente alguna clase de estupidez, como "Hinata boke, Hinata boke, te voy a matar", y lo sabía, los ojos no mentían. No podían mentir, porque tampoco hablaban, ¿o sí?

Pero la mirada de Kageyama lentamente se suavizó. O quizá fue el humo que comenzaba a salir de la ducha. Así era, tenía que ser. Porque nunca había visto tal cosa venir de Kageyama, o tal vez sí. Cómo cuando le extendía su puño en las prácticas o cuando él le decía que eran invencibles y Kageyama ponía esa expresión rara, pero consoladora.

La vergüenza lo estaba comiendo entero. Sentía que era tanta que sus mejillas se estaban encendiendo más de lo que realmente podrían hacerlo, y que en cualquier momento el azabache podría burlarse de ello como si nada.

"¿Comiste mucha salsa de tomate? ¿Acaso eres un ambulancia?" Se imaginaba ese tipo de insultos.

Pero puedo responderle: ¿Qué, quieres pelear? Y entonces él se rendirá porque claramente soy el que puede ganarle a Bakayama y-

—Supongo.

Esa voz calmada y grave, demasiado grave, lo desubicó.

¿Qué está pasando?

Sus ojos inspeccionaron alrededor, dándose cuenta del pecho desnudo de Kageyama Tobio y sus brazos ilegales reteniendo su cuerpo contra la puerta.

Oh, mierda.

Oh, mierda.

¡Oh, mierda!

—¡¿Q-Qué estás haciendo, K-Kageyama tonto?!

Sus ojos se cerraron con fuerza. Quiero ver. Quiero ver. Quiero ver. Todos los músculos de su cara palpitaban al ritmo de sus latidos descontrolados y sonoros.

—Te estoy respondiendo.

Hinata quería tirarse por alguna ventana. ¿No había una? Su cuerpo comenzó a hiperventilar en tanto su corazón no dejaba de palpitar, lo sentía en la garganta.

—No, eso no. Agh... ¡Ponte algo, n-no lo sé!

—Te dije que me iba a duchar, idiota. ¿Es que tú lo haces con ropa?

—¡Sí... No!

Abrió sus ojos de golpe y desvío la mirada a un lado. Notó que los brazos del pelinegro seguían ahí. No se había movido ni un centímetro.

El silencio predominó, y ambos fueron conscientes de las gotas de agua cayendo estrepitosamente contra la baldosa del baño.

No podía sentir frío. Ahora sólo tenía una necesidad enorme de arrancarse el hoddie y tirarse en una piscina muy helada, tal vez en algún lago de Alaska. ¿Había lagos allá? Podría vivir con los osos polares en ese instante. No le importaba nada.

Se tapó el rostro, fingiendo tos y queriendo llorar porque sabía que se veía horrible: despeinado, el rostro sonrojado, su cuerpo temblando... Todo mal. Quería esconderse en una cueva y vivir como primate por el resto de la existencia.

—Oye.

¡Aléjate de mí, Bakayama!

Fue lo que quiso decir. Pero entonces, esas manos fuertes lo sujetaron por las muñecas y destaparon su rostro, dejándolo mudo. Sintió que todo se detenía a su alrededor, y quiso salir corriendo porque la situación lo superaba y por más que anhelara esa proximidad, su mente aún era un lío. Uno muy grande.

Kageyama's problem. 'kagehina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora