34. Tú no eres nadie

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La vida en Londres no era nada, ¡absolutamente nada igual a Estados Unidos!; era como si un huracán hubiera pasado haciendo temblar desde mis cimientos.

Llegue como reportera, el puesto que se me había prometido; pero no de aquella manera en la que me hubiera gustado; y después de ello todo se fue en picada.

—Cuidado—hablo una de las mujeres de recepción.

—L-lo siento soy...

—La chica nueva, lo sé—habló, —y bienvenida a tu nuevo cargo.

Eso fue, ¿sarcasmo?

Otra chica con coleta alta y traje lo bastante caro se rio. Llevaba lentes de sol y un maquillaje que lucía no haber sido hecho por ella si no por un equipo de maquillistas profesionales al igual que su peinado.

Me miro de arriba hacia abajo como si fuera un insecto al que necesitaba ser destruido. —¡Ay por favor!—dejo su costoso bolso sobre la barra de cristal. —Ella no durara mucho tiempo aquí, es simplemente una joven reportera.

—¿A qué te refieres?—la pregunta se quedó en el aire, pues antes de que pudiera volver articular algo aquella chica se dio la vuelta y camino hacia el elevador.

Regrese la mirada hacia la primera chica quien me dio la bienvenida, pero simplemente se encogió de hombros.

Lo que yo no sabía era lo que me estaba esperando a la vuelta de la esquina.

Al comienzo mis reportajes eran de veinte minutos, como si fueran las notas rápidas que tenía, no había nada de a lo que estaba acostumbrada, temática, maquillajes, extravagancias., pero conforme los días corrieron mis minutos dentro de la pantalla se fueron acortando, y acostando hasta llegar a ¡cero! para que termináramos con ¡ninguna maldita nota!, Al principio el señor Cooper estaba feliz de tenerme en la cadena de BBC, pero cada vez que intentaba hablar con él, su asistente me decía que estaba ocupado, o que estaba de viaje, pero siempre había alguna excusa.

—Chica americana, ve a comprar los cafés y panecillos.

—¡No!—hablaron un par de las reporteras, —yo no quiero café, yo quiero un té de lavanda, con poco azúcar y unos panecillos de mantequilla con su pequeño tarro de mermelada de zarzamora para que los pueda comer; pero ¡apresúrate porque si vienen fríos ya no voy a querer nada!

—¿Lo apuntaste verdad, americana?

Y así fue como pase de reportera a ser la mandadera de toda la cadena de la BBC. Entraba más temprano y era la última en salir. Hasta esos días seguía sin entender el mecanismo del transporte en Londres; me llegaba a perder bastante a pesar de que donde ahora vivía no estaba tan lejos de la televisora.

—H-hola—salió el chico del apartamento de alado. Bueno "chico" era una palabra que decía, pues parecía estar más joven de lo que aparentaba, aunque para ser honesta no lo conocía del todo bien, nada más sabia su nombre, Jason.

—Ah, hola—respondí abriendo la puerta.

—¿Q-quieres desayunar algo?

¿desayunar?

Levante la ceja en su dirección y mire el teléfono, eran casi las once y media de la noche. —¿No quieres decir, cena?

—Si, si ello.

Estaba procesando cuando volvió abrir la boca, —No, no, tengo cena en la estufa, hice lasaña y...quizás no hayas... ¿comido?

¿lasaña?

Apenas pude pensar en ello cuando mi estomago se movió revelando que quizás si se me había olvidado comer en el trabajo.

—Si, muchas gracias—respondí. —Solo dame un minuto para dejar mis cosas y voy.

Mi novio es el ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora