Epílogo.

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Despertó en una cama, cómoda, parecía acostumbrada a estos lapsos de tiempo que no podía recordar: estar en un lugar, perder la consciencia, estar en un nuevo lugar. Pensó, basada en esa falta de intervención propia, que su propia jefa habría arreglado de más la misión, previamente, para la realización. Algo que Tina odiaba era el no saber cual era el objetivo de algo -una misión-, no recibir explicaciones u ordenes definidas y ser mandada a la simple nada, a su suerte, a encontrar pistas. Pensaba, pues, que era una maldita maña de mal juego de La Operadora, un juego tramposo en el que no sabía ni siquiera como mover las piezas. Entonces, Tina tan solo aparecía en algún lugar, y, como fue descubriendo con el paso de los años y misiones -la experiencia no viene gratis-, el primer paso que podía dar sin arriesgar absolutamente nada, era saber a quien les metió falsos recuerdos sobre ella en este nuevo sitio.

Encontrar a un par de personas habría sido lo lógico, pero, 《santo cielo》, se dijo. A Slenderwoman parecía estarle gustando la indiscreción, porque esta era la tercera o cuarta vez que introducía a Tina a un lugar lleno de poder, dinero y caras conocidas. Conocidas por todos allí, pero para ella, simples posibles víctimas o pistas.

Enviar a la más torpe de sus proxys parecía serle entretenido a la jefa, después de todo, ella observaba todo lo que sucedía a detalle desde la comodidad de su oficina en la cabaña del bosque. Era algo injusto para sus subordinados.

El día siguiente fue más espléndido que el anterior. Era la perfecta foto de octubre en un calendario de Nueva Inglaterra. Tina se despertó a las siete de la mañana, se duchó y se cepillo el cabello, unas tres veces por la ansiedad, se puso la primera ropa que pudo encontrar, tras el día que pasó recorriendo el hogar -la noche anterior-, en un closet lleno.

Caminó por el pasillo que iba directo a la cocina, muy bien decorada, y se preparó un café. A Tina Rogers realmente no le gustaba el café. Pero, habría de verse que... Quien estaba allí, presente, no era Tina Erin Rogers, sino, Dina, Dina Mellery. Nombre que usó por primera vez hace más de cinco años, desde la primera misión y al cual solo le ha ido variando el apellido. Se le había ocurrido que, al no ser tan distinto de su nombre real, no habría dificultades del tipo: "Dices que tu nombre es Julie pero no respondes cuando te llamo así..." bla, bla, bla. Esa era una historia muy lejana y que no tenía nada que ver con ella, pero le quedó la lección marcada del error de Briana. Y, sí, efectivamente había funcionado, mínimo durante las... ¿Qué?, ¿Cien misiones? Que ha tenido desde entonces, y ahora responde naturalmente, como si se tratara realmente de su identidad.

Dina pasó los dedos; delgados y suaves, sobre la solapa de una pequeña libreta, en realidad, una agenda. Esto le recordó su preciado diario, el cual se había pasado de largo buscar; pero ya habría tiempo para ello después. Siempre lo había, especialmente ahora que tendría años para establecerse cómodamente en esta área. Después de todo, ella aceptó la misión. Pasó unas cuantas hojas, viejas, gastadas, y encontró unos cuantos números telefónicos. Nada nunca en estos casos se pone por coincidencia, así que, sí. Tina se emocionó un poco, pero se contuvo, la posibilidad era casi irrefutable, de que alguien más hubiera sido enviado a esta misión. Con suerte, alguien a quien ella conociera. Estaría feliz de no estar sola, ¿No?... ahora, pensándolo bien, era cosa que dependía. Después de todo, aceptó para alejarse de un cansancio mental que era ocasionado por mismos compañeros. Que más daba, al final, sí, sería un colmo, pero también sería estúpidamente infantil andar a quejumbras por ese tipo de detalles.

Realmente, estaba tratando de posponer cualquier acto. El contacto con el mundo exterior le asustaba, le parecía sumamente estresante, especialmente así lo había sido durante los últimos meses.

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