CAPÍTULO 16

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Capítulo 16

Cole Jenkins

Haber conseguido ese disco no había sido tan difícil, conocía una tienda donde vendían miles de ellos. El dinero tampoco había sido un impedimento para conseguirlo; solía ahorra parte del dinero que ganaba y, aun después de haber comprado el disco, me había sobrado algo de dinero.

Regalarle aquel disco había valido la pena. No solo porque en ese momento estuviera conduciendo con Judie a mi lado en dirección a su casa para poder escucharlo, si no, por el momento en el que vi la felicidad y sonrisa aparecer en su rostro cuando abrió la caja.

Ambos bajamos del coche y recorrimos el pequeño camino que llevaba a la puerta principal, el cual estaba lleno de flores recién plantadas. Cuando entramos la madre de Judie nos saludó a ambos con un abrazo y su padre con un saludo más formal.

Entramos a la habitación de Judie divisé algunos posters y discos —entre ellos, el que yo le había regalado— colgados en las paredes blancas. Me acerqué a la gran estantería llena de libros que había en un extremo de la habitación.

—Son demasiados libros. —murmuré incrédulo mirando los títulos de cada uno.

—Sí, bueno, tal vez gasto casi la mayoría de mi dinero en libros.

Dejé de mirar los libros para ahora mirarla a ella, que acababa de sacar una caja de debajo de una mesa.

—¡Aquí está!

Abrió la caja dejando ver un tocadiscos. Di unos pasos para quedar a su lado. Judie extendió su mano para poder tomar el disco que le había regalado de la pared. Después se puso de puntitas para poder tomar otro de los discos. Pero este, en cambio al otro, era de color azul, rosa y negro. Dejó ambos a un costado del tocadiscos y volvió a ponerse de puntitas para lograr alcanzar otro disco. Solo que esta vez, no lo alcanzó.

—¿Necesitas ayuda? —cuestioné al ver que volvió a intentarlo pero de nuevo falló.

—Un poco, sí.

Solté una risita por lo bajo y tomé el disco con solo levantar un poco mi brazo. Este disco tenía la imagen a un hombre de espaldas. Se lo extendí y lo tomó.

—¿Cuánto mides? —inquirí enarcando una ceja, divertido.

Judie no se veía de una estatura muy baja pero tampoco muy alta.

—1,64. No estoy bajita, es solo que la mesa me estorba. —aclaró enseguida haciendo una mueca— ¿Cuánto mides tú?

—1,91.

—Eres muy alto. Siempre lo fuiste.

—Es genética.

—Qué suerte.

Judie empezó a mover todas las cosas hacia su cama para después sentarse a un costado del tocadiscos.

—Siéntate, no querrás estar parado todo el rato. —dijo quitándose sus converse negras, dejándolas a un lado de la cama.

Obedezco sentándome al otro extremo de la cama. Veo como Judie empieza a sacar uno de los discos, era el que yo le había alcanzado.

—¿Por qué no empezamos por el que te regalé?

—Porque lo haremos por orden —explicó—. Este es el primer disco así que empezaremos con este, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. —asentí.

Colocó el disco de una manera muy delicada.

—Escucha. —con una mano retiró un mechón de su cabello castaño situándolo detrás de su oreja.

Después de murmurar aquello, el disco empezó a dar vueltas sobre el aparato y la música empezó a sonar. Instrumental acompañado de una voz masculina. Era buena. Tres minutos después la canción terminó y otra empezó.

—Esta es una de mis favoritas. —esbozó una sonrisa llena de alegría. Parecía una niña pequeña emocionada.

Por un momento, me quedé observando su rostro lleno de felicidad. En sus ojos, había un brillo que normalmente no había en ellos. Pero tuve que devolver mi vista al tocadiscos y ver como el disco giraba y giraba.

Escuché atentamente la melodía. Empezaba con un piano y seguido de eso se escuchaba una ola de viento. El mismo hombre volvió a cantar. No lograba entender mucho de la letra, solo algo sobre que dejara de llorar y que todo estaría bien. La canción transmitía tristeza, o eso sentía yo. No entendía por qué una canción triste sería la favorita de alguien tan alegre como Judie.

—¿Por qué? —pregunté.

Judie se encogió de hombros e hizo un mohín.

—Simplemente lo es.

Eso no me servía de mucho para entenderla. Para nada.

Esa canción había sido más larga que la anterior, y también mucho más buena. Tenía que admitirlo: me estaba gustando.

Media hora después Judie cambió de disco, colocando el de los colores llamativos. También me había gustado. Y por último colocó el que le había regalado.

La última canción estaba siendo reproducida y unas notas de piano sonaron dando por terminado la canción.

—Terminamos. —anunció Judie levantándose de la cama de una salto— ¿Cómo estuvo?

—Fue mejor de lo que había pensado. —admití esbozando una sonrisa en mi rostro.

—¡Lo sabía!

Su sonrisa volvía a ser presente en su rostro, dejando ver toda su felicidad.

En ese momento recordé lo que había traído.

Ella ya estaba guardando el tocadiscos en su sitio cuando la llamé.

—¿Judie?

—Sí. —sus ojos miel se posaron en mí.

—Traje algo.

Me levanté de la cama y busqué en mis bolsillos traseros el objeto. Lo encontré y lo puse sobre la palma de mi mano extendiéndosela.

—La tenía guardado desde hace tiempo. Yo... —no entendía por qué estaba nervioso—. Nunca me deshice de ella.

Judie solo permaneció quieta mientras miraba la pulsera en mi mano, perpleja.

—Cole... —por fin dijo algo.

—Limpié mi habitación y de casualidad la encontré.

Mentira. Sabía perfectamente donde la había guardado y yo mismo la había sacado de ahí hace ya un tiempo.

—Espera —murmuró para después moverse por su habitación y llegar a una cómoda, abrir un cajón y buscar algo. La pulsera apareció en mi campo de visión después de que ella la encontrara—. También la tengo.

Ella dio unos pasos para quedar frente mío.

Ambas pulseras estaban hechas a mano de estambre azul y morado, sin ningún diseño o estampado. Simples, pero en su momento fueron especiales.

—Éramos solo unos niños, ¿no? —musité soltando una risita nerviosa.

—Seguimos siendo niños, Cole. —corrigió.

—Cierto.

Reencontrados Para Siempre [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora