𝐋𝐀 𝐑𝐎𝐒𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐕𝐈𝐄𝐍𝐓𝐎𝐒
Transcurría la tercera primavera en Pradinem (la cual ocurría una vez por siglo para indicar el cumplimiento de este) y la Corte de Marfil se reunía por séptima vez en el año, aunque esta vez la reina no conocía el motivo de la reunión. El silencio parecía inexistente en aquel salón salón en donde en cada silla colocada a lo largo se sentaban los miembros de la dichosa Corte, discutiendo unos con otros. La silla más alta ubicada al final en el centro se hallaba vacía.
—En cuanto finalice la tercera primavera se habrán cumplido tres siglos del inicio de la Era Oscura —un cortesano con cuernos en la cabeza y pezuñas en lugar de pies comentó para el resto.
—No podemos seguir así, estamos obrando bien —dijo uno desde una esquina, sus pies no llegaban al suelo, así que de un salto dejó su silla y con un papel enrollado en sus manos se puso en el medio del gran salón, lo que lo hizo ver más pequeño.
—Los exploradores aún no regresan, Lord Cárfir —el hada Terryn habló no muy convencida, su cabellera castaña peinada en una alta coleta le permitía mostrar cómo sus orejas ligeramente puntiagudas se movían cada dos segundos.
—Pero jamás vuelven con novedades. —Se paró frente al hada haciendo que sus alas un poco más pequeñas que la mitad de su cuerpo se enderezaran en señal de alerta—. Debemos avanzar y este papel nos ayudará.
Aunque muchos estaban de acuerdo, bien existía una minoría que creía que era una mala idea.
Las grandes puertas fueron abiertas por dos osos. Los cortesanos dejaron sus sillas y se inclinaron ante la presencia de quien había cruzado las puertas. Lord Cárfir, quien estaba de espaldas se giró de manera lenta y al ver aquel rostro refinado y joven mirarlo con superioridad inclinó su cabeza y llevó una rodilla al suelo. El sonido de los tacones rojos recorrieron todo el salón por unos segundos de manera pausada y una vez que se detuvo las puertas se cerraron. Los cortesanos regresaron a sus sillas. Lord Cárfir elevó su rostro regordete y vio los ojos de la Reina Sage que parecían dos esmeraldas. Se levantó cuando ella asintió dándole su permiso. La gobernante continuó su camino hacia su silla dorada. Su vestido carmesí resaltaba su figura y piel. Su larga y oscura cabellera estaba peinada en una trenza que se apoyaba en su hombro y caía hasta tocar su cintura. Ni su cabello ni su vestido lograban cubrir la marca de su grandeza, una balanza de tinta negra que tres siglos atrás era dorada, ese era el símbolo de la justicia y el balance entre el bien y el mal. Subió los cuatro escalones que elevaban su silla y se sentó con suma lentitud que impacientó a más de uno. ¿Quién podía culparla? No era su mejor día, no tenía un mejor día desde que había perdido su Cetro el cual antes solía estar en su mano izquierda y solía hacer brillar esa marca ubicada en su pecho del mismo lado.
—Aún no termina la tercera primavera del año, ¿ por qué estamos aquí reunidos? —Su voz potente y seductora se adueñó del silencio. Sus dedos golpeaban los brazos de la silla con ritmo pausado mientras sus piernas estaban cruzadas una encima de la otra.
Lord Cárfir, aún en el centro del salón, observaba impaciente a la Reina pidiendo su permiso para acercarse. Sage, sabiendo que lo que venía no le agradaría, miró a dos pequeñas hadas sentadas en los escalones y con su mano les indicó que tomaran el papel que el cortesano tenía en sus manos. Había rechazado el pedido para acercarse al Lord. Las hadas (en su tamaño diminuto) tomaron cada punta del papel y le exigieron a sus alas aletear lo más rápido posible para llevárselo a su Reina. Ambas se detuvieron a un metro de su rostro, como lo indicaba el protocolo, entonces ella tomó el papel y les permitió a las hadas alejarse. El encabezado le hizo alzar una ceja.
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Ingobernables: Nunca Jamás ✓
FantasyTras la llegada de Los Exploradores a su Palacio con una importante noticia, Sage decide emprender un viaje por reinos mágicos en busca de objetos que le ayudarán a llegar a su Cetro perdido. Una profecía olvidada la lleva a emprender este viaje jun...