CAPÍTULO VEINTISÉIS

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𝐋𝐀 𝐌𝐀𝐃𝐑𝐈𝐆𝐔𝐄𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐂𝐎𝐍𝐄𝐉𝐎


—¡May!

El miedo era notable en la voz de Peter, tanto que Sage tuvo que abrir los ojos para que no se volviera loco.

—No voy a morir —dijo con voz baja—, y esa es la peor parte.

Escucharla hablar les dio unos segundos de alivio al par de chicos que entrarían en pánico si algo le pasaba a la Reina.

—¿Segura que estás bien?

Sage bufó.

—He dicho que no voy a morir, ya cállate y ayúdame a ponerme de pie para que podamos irnos.

El cuerpo no quería obedecerle y cada vez que intentaba sentarse su hombro la obligaba a permanecer quieta. La herida en el muslo era lo que menos le dolía.

—No.

Merlín miró a Pan con los ojos bien abiertos y con las palabras atascadas en la garganta, pues estaba negándose a cumplir las órdenes de la Reina de Pradinem. Sin embargo, el príncipe no era el único sorprendido.

—¿Qué? —cuestionó incrédula.

Ella sabía que a él le gustaba contradecirle y solían discutir, pero aquella vez había sido diferente. Estaba segura de que no lo haría cambiar de opinión y no entendía la razón de su accionar.

—Primero vamos a vendar tu pierna.

Su tono era firme y su rostro confirmaba que hablaba muy en serio.

—Debemos irnos a un lugar seguro. —Intentó convencerlo, pero al verlo cruzar los brazos sin cambiar su expresión supo que era en vano—. Bien. Merlín, ayúdame.

El de ojos azules observó a ambos con indecisión; por un lado estaba Peter que quería ayudarle a la Reina; y por el otro, ella cuyos deseos eran órdenes.

—Si lo haces, tendremos problemas, principito —advirtió.

—No lo escuches, solo ayúdame.

Merlin tomó aire y al dejarlo salir inclinó la cabeza hacia Sage. Peter puso los ojos blanco creyendo que tendría que lidiar con el príncipe antes de ayudar a la Reina, aunque la respuesta de Merlín lo tomó por sorpresa.

—Perdóneme, Majestad —soltó sin mirarla a los ojos—. Pero no.

Sage buscó la mirada de Pan solo para dedicarle una que no olvidaría jamás. Le habían clavado una daga, una aguja, cortado el cabello y hasta tuvo que soltar su magia para salvarlos, salvarlo a él, ¿y se atrevía a desobedecer?

—Entonces lo hago sola.

Respiró profundo intentando reprimir el dolor y apoyó los codos en el suelo. No supo en qué segundo el muchachito rubio llegó hasta ella para tomarla de los hombros y obligarla a quedarse quieta.

—Claro que no.

—¿Qué? —Cuando apoyó su espalda de nuevo en la tierra hizo una mueca, como si cualquier cosa que la tocara le dañara, cualquier cosa excepto las manos de Pan—. ¿Qué está mal contigo, Peter?

—Vamos a vendar tu pierna, vas a ponerte el ungüento y entonces nos vamos.

No esperó una respuesta. Observó por sobre su hombro a Merlín quien entendió de inmediato su mensaje. El príncipe se puso a buscar lo necesario para ayudar a la Reina y también para secar sus ropas.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora